Capítulo 9

688 37 4
                                    

Capítulo 9

MEDIOEVO EUROPEO, AÑO 1400

El terciopelo rojo de su vestido eriza su piel mientras su esclava ata las cintas sedosas de su espalda. Se observa en el espejo y jamás se ha visto tan hermosa con una tiara y unos aretes a juego que pesan a morir.
Las velas la iluminan en la plena oscuridad de su gigante aposento.
—Gracias Maddy —le agradece Aria a través del espejo.
Su esclava da un paso hacia atrás con sus manos entrelazadas contra su muslo y asiente, agachando la mirada.
—Está usted muy preciosa, mi señora —le dice la joven pelirroja, con una cálida sonrisa.
—Tenemos la misma edad Maddy, no me hagas sentir como una anciana —se ríe Aria, dándose la vuelta para mirarla —. Sabes que puedes decirme Aria cuando estamos solas.
La joven pelirroja levanta la cabeza, horrorizada ante las palabras de la princesa. Aria la mira detenidamente, llegando a la conclusión de que bajo los harapos sucios que alguna vez fueron blancos, se esconde una hermosa mujer de rizos colorados y ojos que contrastan su color de ojos oscuros.
Por un instante Aria se preguntó si Maddy podría ser una grata competencia, pero lo descartó.
—Si hago eso mi vida puede correr peligro, señora —le dice ella rápidamente, con una voz que irradia horror y melancolía a la vez.
—No teniéndome a mí como tu amiga —le sonríe Aria, demostrándole su fiel afecto con un apretón de hombro.
Cómplice, Maddy le sonríe.
—Y ahora como mi fiel amiga debes darme por enferma y procurar que nadie entre a mi habitación. Estoy esperando a alguien importante —las palabras de la princesa son severas, pero se dulcifican un poco para que Maddy no lo sienta como una advertencia.
—Si señora, puede contar conmigo. Incluso, tiene a su favor que la fiesta en el gran salón sea una distracción para la reina.
—Sí, ahora que lo pienso puede ser —Aria entrelaza sus manos sobre su vientre, pensativa y observa la puerta —. Ahora vete Maddy.
Maddy asiente, se inclina para realizar una reverencia dedicada a Aria y se marcha con la cabeza agachada.
—Princesa de mal comportamiento ¿ya es hora de cometer un grato delito ante los ojos de Dios?
Aria da un respingo ante las palabras que provienen de su terraza. Los ventanales se encuentran abiertos y las cortinas blancas se agitan ante el viento impetuoso. Pero no es aquello lo que percata su atención, sino, la figura masculina encapuchada que se encuentra en el umbral de la ventana, esperando su permiso para ingresar al aposento. Es alto al borde de resultar intimidante.
Aria se acerca, sin signo de temor alguno, a paso lento. Sus ojos se entrecierran, intentando descubrir la identidad de su visitante.
La joven se queda frente a él, se pone en puntas de pie y retira la capucha de extraño hacia atrás.
Los ojos bicolores de Amenadiel la observan con las pupilas dilatadas.
---------
Me siento humillada. Como si hubiese sido arrastrada por el suelo ante el público, llenándome de polvo, convirtiéndome en un trapo sucio, sin vida.
Quiero buscar argumentos en mi laguna mental y escupírselo a Amenadiel. Quiero tener la excusa perfecta para zafarme de aquella locura que me ha soltado sin vacilación.
Él había imanado tanta seguridad con su intento de atarme a él que era atemorizante, como si no tuviera otra alternativa. Incluso era tan obvio saber que lo tenía planificado hace siglos que no hacía falta preguntárselo.
—¿Utilizas mis crímenes que justifico con la frente en alto para someterme? —carraspeo, mirándolo de pies a cabeza —¡Estás enfermo si crees que aceptaré ser tu esposa, Amenadiel!
Le lanzo la peor de las miradas, manteniendo mi postura y salgo a toda prisa de la cocina, tratando de alcanzar a tiempo la salida. Busco mi abrigo con mis manos temblorosas y cuando me doy cuenta tengo a Amenadiel al lado, observándome como si no entendiera mi locura por irme.
—Sabes muy bien lo que sucedió esa noche, Aria. Recuerdas muy bien mis besos sobre tu piel y como tu espalda se arqueaba ante mi contacto —su tono se vuelve persuasivo, se quiere meter en mi cabeza, lo sé —. No puedes olvidar la noche en que robaste mi frasco de vino de mi traje.
—¡Porque lo ibas a utilizar conmigo! —le grito, pegando mi espalda contra la puerta de salida —¡El vino de Cupido es peligroso y lo sabes! ¡Lo use a mi favor antes de que a ti se te ocurriera utilizarlo conmigo! ¿Acaso creíste que sería tan idiota en beberlo y que me enamore de ti? Te salió el tiro por la culata y no lo quieres reconocer.
—¡Era el vino sagrado de mi madre y tú lo usaste para asesinar a personas! —me grita, enfurecido —¡Y si, esa noche deseaba enamorarte, maldita sea! —confiesa de golpe y no tarda en darse cuenta de la verdad en sus palabras, abriendo sus ojos en un intento de socorro.
Mis labios se separan, perpleja. De pronto mi boca y mi garganta se secan. Aferro entre mis brazos mi chaqueta.
—Ojalá fuera Dante el que intentara enamorarme con esa insistencia admirable—mi voz se apaga. Levanto la mirada y lo miro directamente a los ojos —. Sedúceme si te atreves, Amenadiel. Dudo que puedas hacerlo si tuviste que recurrir a un maldito vino.
Tanto los ojos como los hombros de Amenadiel caen de forma brusca, dejándome ver que lo he derrumbado por dentro. Sin permitirle darme una respuesta, me marcho de su casa en medio de la noche con el corazón en el estómago.
----
Me despierta el golpe de una almohada en la cara causándome un susto de muerte. Gruño mientras intento abrir los ojos y descifrar a quién tengo que asesinar por tan malvado acto de violencia.
—Despierta, quiero que desayunes conmigo —me dice Dante, con una media sonrisa que le ilumina la cara.
Le devuelvo la sonrisa, pero este no la ve, ya que vuelve a golpearme con la almohada.
—¡Dante! —gruño, somnolienta. Me siento en la cama apoyándome sobre mis codos y lanzo un bostezo. Miro la ventana iluminada por el día—¿Qué hora es?
—Las ocho y media.
Abro los ojos de par en par, horrorizada.
—¡Dante es sábado! —grito, odiándolo —¿Qué demonios te pasa?
—Los sábados a esta hora la cafetería está prácticamente vacía —se encoje de hombros y se sienta al borde de la cama causando que el colchón se hunda, entrelazando sus manos en medio de sus piernas entreabiertas —¿Vas a rechazarme? —enarca una ceja sin dejar de sonreírme.
—Si no te amara te lanzaría por la ventana por despertarme tan temprano un sábado —mi voz suena inaudible y es imposible no sentir una pisca de alegría en el pecho —. Iré si pagas el almuerzo.
—¿Entonces no me rechazas? —asiente para sí mismo con un movimiento de cabeza, como si estuviera pensando algo que no soy capaz de descifrar.
—Haría bien en hacerlo. Digo, para que sientas el karma.
Sus ojos se clavan en los míos.
—¿El karma de no amarte, Aria?
Lo miro un instante y aparto la mirada con cierta melancolía. Dante se pone de pie y me ofrece su mano para que me levante.
—A desayunar ¿es que acaso eres sorda? —se muerde el labio inferior en un intento de ocultar una picara sonrisa al final de sus palabras y no tardé en tener un flashback de lo que hicimos en mi cama hace un día atras.
Aunque de pronto la imagen de la noche anterior de Amenadiel con los ojos empañados no tardó en reemplazarla.

Sedúceme si puedes (libro 3 TRILOGIA SAGA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora