Capítulo 11.—Tu chaqueta, despistada.
Estaba dirigiéndome a mi clase de Biología en cuanto Maddy se cruzó en mi camino con una sonrisa de oreja a oreja, tendiéndome mi chaqueta. Le devuelvo la sonrisa y la tomo, extrañada por su contagioso buen humor.
Observo la chaqueta roja que me había olvidado una vez en la cafetería y siento el olor a un perfume distinto al mío. Seguro ella la ha utilizado sin pedirme permiso, aunque eso no me molesta en absoluto. Ella puede tomar cualquier prenda mía si se le apetece y lo sabe.
Si no frenaba a tiempo, seguro me la hubiese llevado puesta.
—¿Se puede saber dónde has estados estos días? Una intenta tener una gran amistad contigo y desapareces por días, Aria ¿todo marcha bien? —me pregunta, caminando junto a mí con una mano aferrada a la tira de su mochila.
—Gracias por devolverme la chaqueta —le agradezco, pasando mi brazo por su hombro —. He tenido una semana de locos, pero nada que pueda superar el motivo de tu felicidad en este momento.
Maddy se echa a reír, ruborizándose.
—Bueno sí, tengo que admitir que mi felicidad tiene nombre —admite.
Su rostro salpicado de pecas rojizas se gira para mirarme, expectante. Mi sonrisa se desvanece ante mi certera hipótesis.
—Dante me ha invitado a salir —me cuenta, sin dejar de sonreír, ilusionada por las expectativas —. Es decir, se ha fijado en mí y nunca ha invitado a salir a ninguna chica de la universidad. He prestado atención y nadie ha tenido esa suerte hasta hoy.
Le sonrío, a boca cerrada mientras siento una opresión en el pecho. Como si una pata de elefante estuviera arriba de él y continuara aplastándolo, con la intención de hacerme añicos. Me obligo a decirle algo antes de que el silencio que he establecido se vuelva extraño:
—Puedes elegir cualquier vestido de mi ropero. El que quieras, son todos tuyos —me tiembla la voz y estoy haciendo un gran esfuerzo por no largarme a llorar de la rabia en ese preciso momento —. También tengo mi bolso de cosméticos. Lo que quieras, Maddy. Incluso puedes tomar mis zapatos.
A Maddy le brillan los ojos, esperanzada y de pronto me veo envuelta en sus brazos.
—Eres la mejor, sabía que te alegrarías por mí, amiga —me dice ella, al oído y me da un beso sostenido en la mejilla.
Se me rompió el corazón una vez más. Aquella mañana le pedí a Maddy que grabara la clase para que luego me la envie por email. Por primera vez después de un extenso año, tendría mi primera falta en biología. Tan aplicada que era y sólo bastó con sentirme abatida para saltarme una clase.
Ni siquiera estando enferma faltaba. Pero aquella mañana fue una excepción grave para mi salud mental.
Me temblaba el cuerpo, me temblaba la mente. Era un manojo de nervios. Saqué un cigarrillo y lo fumé con tanta ansiedad que no tardé en fumar otro. Y otro. Y otro.
Y...otro. Hasta que vomité en el campo de entrenamiento donde jugaban los leones cada sábado.
La nieve blanca cubría el campo y los asientos de las gradas. Me quedé por un momento bajo la intensa nieve y me senté en lo alto de una, observando el paisaje nevado en primera persona.
Me senté en lo alto porque por primera vez en mi vida, deseaba ser superior a toda cosa y la altura me regalaba esa sensación, cómo si tuviera el dominio de todo el paisaje arbolado por detrás del estadio.
El frio no me hacía daño, por desgracia, no como a una persona normal. Cualquier ser humano en estas circunstancias podría morir de hipotermia en cuestión de minutos.
En cambio, yo, comenzaba a ver cómo mi saco negro iba tiñéndose de blanco al igual que mi cabello y sólo sentía un frio tolerable.
Dante me estaba lastimando una vez más, alejándose para no caer en mis redes. Mi karma era no ser amada por él. Había tenido dos grandes amores en mi vida. Alguna vez amé a Amenadiel pero fui cegada por la codicia cuando conseguí su vino sagrado para enamorar tanto a dioses como a hombres. Ningún alma divina me dio el puesto que necesitaba, fue una búsqueda ardua durante siglos. Y todo para lograr tener un puesto en el Olimpo y librarme del Inframundo de una puta vez.
La sangre sagrada que corrieron ante cada asesinato no fue suficiente para ascender. Hasta que descubrí que Dante era hijo directo de Zeus. Ahí comenzó la obsesión. O, mejor dicho; mi casería.
Hasta que por accidente...me enamoré una vez más.
Aparto una lagrima con el dorso de mi mano, con resentimiento. Odiaba llorar. No me gustaba. Me hacía sentir una maldita niña caprichosa a la que le han quitado su dulce.
No odiaba a Maddy por intentar algo con Dante, es más, me alegraba saber que ella intentaba ser feliz después de que pude conocerla en diferentes vidas. Siempre me topaba con Maddy, incluso en su faceta rubia en alguna época barroca. Y hoy se la veía tan radiante, tan expectante por tener una noche junto a Dante.
¿Cómo arrebatarle eso a la persona que siempre me demostró cariño y ha sido mi amiga desde que puse un pie en la universidad? ¿Cómo no darle mi apoyo incondicional a quien siempre estuvo por siglos junto a mí? Maddy a reencarnado, yo me mantuve viva.
Maddy ha sufrido abuso sexual en la mayoría de sus reencarnaciones. Yo asesiné a cada uno de esos monstruos enviando sus almas al infierno, aunque ella no lo sepa.
Quizás, en esta vida, Maddy tendría su final feliz ¿quién era yo para impedírselo? Pero era Dante, mi Dante.
¡Mierda! Hundo mi rostro entre mis manos, desganada.
—¿Te vas a quedar aquí hasta que toda esta nieve te cubra? —la voz de Amenadiel hace que levante la vista hacia él, está a varias gradas cuesta abajo. Tiene sus manos en los bolsillos de su saco de lana color beige —¿Por qué me llamaste por teléfono, Aria? Para que me llamaras desde mi número de tutor debe ser urgente—sonríe, irónico.
Me pongo de pie, sacudiéndome la nieve con las manos y le grito con la voz quebrada.
—¡Acepto casarme contigo, Amenadiel!
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Sedúceme si puedes (libro 3 TRILOGIA SAGA EL PECADO DE LOS DIOSES)
RomanceAria Evans es una diosa que tiene a todo hombre a sus pies. Es consciente de ello y la hace sentir con poder. Pero aquella belleza es invisible para el resistible Dante, su amor no correspondido. Muere por él y mataría por conseguir su atención. O...