CAPÍTULO 23
Los mensajeros se ocuparon de enviar cartas oficiales a cada uno de los dioses y a sus hijos. La conmoción mundial había desatado millones de versiones sobre por qué Dante había asesinado a su padre.
Si bien Zeus había tenido hijos, ninguno cometería esa locura. Algo se había roto entre los inmortales, desatando la preocupación e incluso la desesperación por saber quién reinaría a los vivos.
Yo fui la única testigo mientras Amenadiel dormía cuando Dante asesinó a Zeus. Yo fui la única interrogada e incluso acusada por la participación, la cual Dante descartó haciéndose responsable de los hechos.
Ahora el Olimpo estaba de luto y si no hacías ruido, podías escuchar el grito y llanto de las dioses y musas que adornaban el cielo. El único hombre que las había poseído en cuerpo y alma ahora se encontraba entre las llamadas de un eterno anochecer.
Pero no fue eso lo que me descolocó del todo. El vaso desbordó en mí en cuanto supe que Amenadiel sería el nuevo gobernante entre las nubes.
Creí que habría una lucha más intensa, más fuerte, pero la verdadera pelea estaba en la decisión que tomaría Amenadiel.
Lo observo caminar de aquí para allá con la carta oficial en su habitación. Estoy sentada en su cama con las manos entrelazadas sobre mis muslos. Evito la tentación morderme las uñas.
Es una decisión suya, no puedo entrometerme. Él debe marcharse y todavía no estoy preparada para que lo haga.
Se para en seco y me mira, con ojos cansados.
—Apenas puedo mantener mi habitación limpia y quieren que sea el rey del estúpido Olimpo, Aria —me dice, presionado —. No sé qué hacer ¿no se supone que deberían darle el puesto a Dante que es su hijo directo?
—No van a darle el puesto al asesino de la historia, Amenadiel.
—¿Pero no hay alguien más? ¿En serio debo ser yo? No quiero esto, quiero estar contigo —se acerca a mí para arrodillarse para tomar mis manos.
—La decisión que tomes voy a estar de acuerdo, pase lo que pase.
—¿Y por qué me lo dices como si no quisiera que lo haga? —busca mis ojos mientras acaricia mi mejilla.
—Porque tengo miedo de que te enamores de alguna diosa más buena y bonita que yo—agacho la mirada y le sonrío, tímida.
—Una joven con tanto amor propio como tú no diría algo así —me dice suavemente —¿Temes que nos vuelvan a separar? Porque te juro que ese es mi mayor temor, Aria.
Leyó mi mente. Lo sabe. Él sabe descifrarme y eso me duele. Sus ojos bicolores buscan los míos y los encuentran, pero estos están humedecidos, prometiendo soltar lágrimas en cualquier momento.
—Cada uno reinará el mundo que le pertenece, amor.
Amenadiel se pone de pie, confundido.
—¿Qué dices?
—No sé si se me permita subir al Olimpo junto a ti y si no aceptas ascender me marcharé.
—No, tú vendrás conmigo —me toma por los hombros y me obliga a ponerme de pie —. Somos uno, Aria. Si me quieren a mí tendrán que aceptarme a los dos.
—No, tendrán que aceptarnos a los tres.
Amenadiel y yo nos llevamos un susto de muerte al verlo. Está de espaldas, mirando por la ventana con gran pesar. Continua con el torso desnudo y lleva los mismos pantalones oscuros cuando lo asesiné. El cabello castaño ya roza sus hombros de lo largo que lo tiene.
—¿No deberías estar recibiendo el castigo por matar a tu padre? —Amenadiel se contiene para no sacarlo a patadas de la habitación.
—¿Castigo? —Dante se echa a reír, sarcástico—¿Quién va a castigarme si aquel que todo lo ve está muerto? No demuestres tu idiotez ahora, Amenadiel. No cuando estás a punto de ascender.
—Te juro que cuando esté allí arriba serás al primero que enviaré al infierno —masculla él, le pongo una mano en el pecho para contenerlo.
—¿Acaso no ves que después de todo fui yo el que les dará su maldito final feliz? —se voltea para vernos, tiene los ojos hinchados. Ha estado llorando.
—¿Ahora tomas crédito de esto cuando fuiste tú el que estuvo llorando por vernos juntos? ¿Por qué mejor no te tratas, Dante? —le suelto, agotada de verlo todo el tiempo.
Es como una maldita piedra en el zapato.
—Sigues sin entender por qué lo hago, pero tendrán que acostumbrarme a verme, Aria —avanza hacia mí, está todo sudoroso y ensangrentado —. Después de todo, también seré uno de los gobernantes del Olimpo. Mi madre sigue enfadada conmigo, dolida, por lo que hice. Pero bueno, el cielo necesitaba un cambio.
Amenadiel y yo cruzamos miradas, entendiéndolo todo.
—Fuiste tú quien lo eligió a Amenadiel para el puesto de Zeus —me quedo boquiabierta —¡Y todo para que esté contigo!¡Maldita sea, Dante!
Me alejo, sofocada, sin poder creerlo. Maldita sea. No me sorprende que sea tan astuto. Maldito sea su plan.
—Eres lo peor —escupe Amenadiel, sin poder creerlo.
—No iba a permitir que me alejaran de ti ni de ella —se sienta en la cama, sin ánimos —. Después de todo, es un maldito triangulo vicioso del que no podemos escapar ¿no?
Me doy vuelta para mirarlo.
—Yo no siento nada por ti, Dante —le aclaro rapidamente.
—Ni siquiera puedes mirarme a los ojos cuando lo dices, Aria.
Mis mejillas arden ante su respuesta y miro a Amenadiel, el cual me está observando con una ceja enarcada, desaprobando mi reacción.
—¿En serio crees que siento cosas por él? —le frente al hijo de Cupido, el cual se ha cruzado de brazos —. Amenadiel mírame.
—Aria soy hijo de Cupido y sé cuándo una persona sigue enamorada de alguien más. Estás enamorada de los dos y siempre fue así, no trates de ocultarlo.
Tenía los ojos de ambos puestos en mí y los dos me ponían nerviosa, al borde de ya no poder resistir más aquel choque de miradas irritable. Amenadiel me ponía tensa con su penetrante forma de clavarme sus ojos y Dante parecía estar gozando que estuviera malhumorada por su culpa.
Era imposible no querer a ambos y me odiaba porque uno de ellos no se lo merecía en absoluto.
Salgo de la habitación azotando la puerta.
Después de todo tenía que prepararme para ser una diosa del Olimpo.
ESTÁS LEYENDO
Sedúceme si puedes (libro 3 TRILOGIA SAGA EL PECADO DE LOS DIOSES)
RomanceAria Evans es una diosa que tiene a todo hombre a sus pies. Es consciente de ello y la hace sentir con poder. Pero aquella belleza es invisible para el resistible Dante, su amor no correspondido. Muere por él y mataría por conseguir su atención. O...