Capítulo 2

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CAPÍTULO 2
Nadie se atreve a tocar mi puerta.
Nadie es capaz de dirigirme la palabra. Nadie me habló por meses debido a un miedo que yo misma había implantado en ellos por la forma en cómo terminó todo.
Mi habitación era tan grande que era imposible aburrirse en ella. No me apetecía salir. La única aparición que tuve fue en el salón principal de nuestro palacio cuando mi madre dio uno de los mejores discursos que presencié.
Estaba tan convencida en destrozar a Zeus con cada palabra suya que no tardé en sentirme segura de que todo iría bien.
Me desnudo frente al espejo de cuerpo entero viendo como mi bata de seda blanca se desliza por mi pálida piel hasta caer al suelo de forma silenciosa.
Mis ojos recaen de forma automática en la herida que Dante me dejo.
El corte inicia en el ombligo y se desliza inclinada hasta el final de mi abdomen.
Una larga línea cicatrizada que me hace recordar mi mayor error. Con las yemas de mis dedos la toco, temerosa y siento como la sensibilidad de la nueva piel me resulta espantosa.
Las puertas de mi habitación se abren. No siento la impresión de vestirme ya que tengo la naturalidad de andar desnuda cuando se me plazca.
Ággelos aparece de pronto todo decidido y se queda hecho una piedra con sus manos en la manija de ambas puertas. Lo veo tragar con fuerza y abrir los ojos de par en par.
—Mierda, cuánto lo siento princesa—logra decir con el nerviosismo en su voz y dispuesto a marcharse.
Tomo la bata sin prisa alguna y me la vuelvo a colocar.
—No te vayas —le ordeno.
Él, dudoso, aparta la mirada y cierra las puertas.
Si bien me coloco la bata blanca la dejo abierta. Mi cabello largo y oscuro cae a un costado de mi hombro.
Me cruzo de brazos mientras observo a Ággelo, uno de los guerreros más fuerte que encabezaran la lucha contra los hombres de Zeus.
Me gusta el rizado de su cabello rubio y su mirada inquieta al ver el desnudo de una mujer que podría enviarlo con un chasquido de dedos a donde las almas contemplan el abismo de una eternidad oscura.
La textura de su piel sudada en donde las claras gotas de su abdomen marcado juegan a deslizarse me hacen dar cuenta que ha estado entrenando junto a otros soldados.
Y me doy cuenta que ha tenido compañía ya que tiene un tajo reciente y pequeño en su mejilla izquierda.
—Quería presentarte de forma personal ante usted, princesa, con la intención de informarle que estamos preparando más hombres para la guerra que promete justicia —me informa él luego de aclarar se la garganta y con una seguridad que me tranquiliza.
Me acerco a él y veo como cada musculo de su cuerpo se endurece al ver mis intenciones.
—¿Qué es esa forma de hablarme? —siseo, entrecerrando los ojos.
Me posiciono frente a él y estoy a escasos centímetros de su cuerpo. Sus ojos se posan en los míos con cierta frialdad porque claramente se está conteniendo para no mirarme más allá de mi barbilla.
—Tú y yo nos fundíamos en mi cama tardes y noches —agrego.
—Eso ha sido hace siglos, princesa —se le endurece la voz —. Usted se marchó y yo me ocupé de sanar todo este tiempo el herido que me causó aquí —se lleva una mano al corazón.
—Yo te advertí que no te enamoraras de mí. Yo te dije cuál quería que sea mi destino.
—Pero los sentimientos fueron más grandes que mi fuerza de voluntad a la hora de querer olvidarla —gruñe entre dientes con un dolor que yo mismo puedo percibir —. Y ahora ese destino que tanto deseaste causara la muerte de miles de hombres.
Retrocedo.
—¿Te atreves a decirme que todo está siendo por mi maldita culpa?¡Sí, si lo es y me encantara ver cómo los hombres de Zeus caen!¡Como si los dioses de la historia no causaran masacres por luchas de ego!¡Por todos los cielos!¡Lo dices porque ahora la que está causando es una mujer!
—No quise decir... —intenta retractarse, pero no se lo permito ya que lo interrumpo.
—¡Cállate!¡Si Hades fuera el motivo por el cual pelearan sería un honor defenderlo!¡En cambio, sí pelean por una diosa, sería algo ridículo!¡Ridículo es tu culo, Ággelos!¿Oíste?¡Tu culo!
Le doy la espalda rogando no llorar de la rabia y la impotencia que me han causado sus terribles palabras.
Lo veo a través del espejo. Su rostro es puro terror y arrepentimiento.
—Discúlpeme princesa, no creí que le estuviera faltando al respeto —inca una de sus rodillas y agacha la cabeza —. Por favor, perdóneme.
Miro hacia atrás.
—Necesito que me ayudes a salir de aquí —le pido con la voz tan baja que no sé si ha alcanzado oírme.
—Sabe que no puedo permitir eso ya que no es parte del plan de la reina —responde Ággelos, levantando la cabeza.
—¡Entonces haz algo que me permita olvidar todo este maldito calvario! —le grito, irritada al borde de las lágrimas —¡Hazme olvidar que estoy aquí!
Ággelo me observa de arriba abajo mientras humedece sus labios. Se pone de pie con agilidad y camina hacia mí con iniciativa. Me toma de la nuca con su enorme mano y estampa su boca contra la mía.
El fuego de sus besos desesperados me deja absorta por un instante, pero logro seguirle el juego en cuanto fantaseo que al que estoy besando es...
Es a Amenadiel. Mi Amenadiel.
Al que nunca debí dejar ir. Al que tuve que escoger por encima de todo. Al que he lastimado y al que no me atrevo a mirar a los ojos porque sé que jamás obtendré su perdón.
—Será un placer provocarle el olvido de un presente detestable, mi princesa —sisea Ággelo, empujándome a la cama y bajándose los pantalones de tela blanca llenas de barro.
Me retira la bata con sus dedos una vez que está encima mío mientras me besa con locura el cuerpo. Gimo, removiéndome bajo su piel sudorosa. La iniciativa del sexo se vuelve sofocante, pero al cerrar mis ojos y tomar las sábanas con mis manos, apretujándolas casi al punto de romperlas, comienzo a sentir a donde quiero y espero llegar.
Grito con desgarro en cuanto siento a Ággelo en mi interior, una embestida que no esperaba en absoluto y que ha perdido toda intención romántica, dejándome ese vacío horrible en el pecho.
Su cuerpo sobre el mío se siente pesado, cada jadeo golpeteando en mi oreja mientras mis ojos se abren y observan el alto techo de mi habitación mientras espero impaciente porque acabe y se largue.
Creo que a partir de ahora el único dios que puede darme una revolcada gloriosa es uno que me odia con todas sus fuerzas.
Aunque primero debo hacer algo importante con el soldado que está haciendo un gran esfuerzo por hacerme sentir placer.
Alcanzo sin esfuerzo alguno la daga que está debajo de mi almohada con funda de seda y no tardo en clavársela a Ággelo en la cintura al ver que está muy distraído follandome como un animal.
Pongo una mano en su boca para amortiguar el grito ensordecedor. Sus ojos, como platos, me miran con un pánico imposible de explicar con palabras.
—Así grité yo cuando Hades me manoseaba mientras tú estabas haciendo guarda en la puerta para que nadie entrara e interrumpiera. Era solo una niña. Tú un adulto que podría haberme ayudado—le recuerdo con mis labios temblándome tras recordarlo—. No debiste venir a verme —hundo la daga aún más.
Ággelo me agarra del cuello para zafarse inútilmente de su destino hasta que su respiración agitada deja de golpear contra mi cara y cae en peso muerto contra el mío.
Lo aparto de un empujón hacia un costado y me levanto de la cama.
—Hijo de la mierda me manchaste de sangre —me quejo al ver a mi abdomen todo rojo.
Tomo una bocanada de aire y me encojo de hombros, resignada.
No tardo en meterme en mi tina de agua caliente mientras observo con una copa de vino en mi mano el cuerpo bocabajo de Ággelo en mi cama.
Las gotas de sangre oscura se deslizan en las sábanas de tono dorado hasta que llegan al piso de marfil.
—La princesa creció Ággelo...debiste verlo venir —levanto la copa en su honor para luego beber del sabroso vino.
Chasqueo mis dedos y aquel roce permite que su cuerpo sin vida desaparezca de mi cama para que su alma se reúna con las miles que se encuentran en lo más oscuro del Hades.
Aquí no ha sucedido nada.

Sedúceme si puedes (libro 3 TRILOGIA SAGA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora