Capítulo 15

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Capítulo 15

Intentaba procesar toda la información brindada por el mensajero del Inframundo. Me era imposible no sentir una mezcla de felicidad con soberbia y rabia. Mi padre tras las rejas y yo sin saber el motivo. Eran tanto los actos atroces que había cometido Hades que tarde o temprano, su reinado caería y mi madre se quedaría con su puesto.

Perséfone había sido raptada hace siglos atrás por Hades cuando ella recogía flores en un inmenso jardín. Se había obsesionado con ella y terminó arrastrándola al Inframundo. 

Ella debía estar con Hades tres meses en el Inframundo cada año según un acuerdo que se llegó con el Olimpo, luego, podía hacer lo que se le antojara. Pero Perséfone, astuta, comenzó a quedarse más tiempo para ir despojando a mi padre de su reinado. 

Era entendible el rencor que le guardaba luego de ser raptada. Y ahora, con mi madre al mando, nadie me molestara. Ni siquiera Amenadiel.

—¿A qué te refieres cuando dices que eres libre? —él se sienta frente a mí, colocando la bandeja en la mesa.

Lo veo tragar con fuerza y de pronto, observo que la inquietud de Amenadiel se debe al miedo a que su plan se le vaya de las manos.

—Mi padre fue encarcelado y mi madre gobierna ahora —tomo una de las hamburguesas y le retiro el empaquetado de aluminio —. Con mami al mando no tengo por qué temer ¿sabes?

Si el supiera del monstruo que me he salvado estando aquí, estaría de mi lado como lo estaba Dante. Pero, Amenadiel seguía sin confiar en mí. Éramos enemigos, y los enemigos no suelen confiarse nada.

Toma su hamburguesa y también le retira el aluminio, sin quitarme sus ojos bicolores de encima.

—Sabes que no voy a permitir que sigas asesinando —carraspea, llevándose la hamburguesa a la boca con cierta ansiedad y dándole un enorme mordisco.

La seguridad de su mirada derrumba su afirmación.

—No sabes nada sobre mí, ni porque hago lo que hago —como de mi hamburguesa, disfrutando la victoria que se genera en mi boca. Trago y sigo hablando —. Mi padre me ha hecho cosas que no me hacen querer volver al Inframundo ni porque me paguen o me obliguen. Pero no voy a hablar de eso contigo.

—¿Crees que no soy digno de conocer tus temores?

—No te ganaste mi confianza por el momento —me encojo de hombros.

—Creí que te tendría en la palma de mi mano trayéndote al lugar que tanto te gusta —admite.

—Es que me tienes en la palma de tu mano —asiento con frenesí mientras tengo comida en la boca —, pero sólo por esta noche.

Se echa a reír, meneando la cabeza mientras toma un par de papas fritas y se las lleva a la boca. Sin dejar de mirarme, se chupa la sal restante en la yema de sus dedos y los succiona levemente. Tomándome desprevenida, me enseña el dedo del medio, echando la cabeza un poco hacia atrás, sonriéndome burlón.

—Por curiosa —suelta.

Mis muslos se aprietan entre sí, indignados. Pongo los ojos en blanco y sigo comiendo, con cierta dificultad.
Amenadiel es tan atractivo como peligroso. 

—¿Qué harás luego del receso? —me pregunta él.

—Iré a casa. Quiero pasar un tiempo con mi madre terrenal.

—¿La reina Penélope sigue con vida? —sus ojos se abren muchísimo —. Siempre creí que era una simple humana con la cual llegaste a un trato para que te considerara una hija más.

—Que imaginación tienes, Amenadiel —lo observo, con la nariz arrugada —. Penélope no es humana; vino a la tierra conmigo para cuidarme. Fue la condición de Perséfone. Aunque la mayoría de mis hermanos vinieron a la tierra sin una niñera —suelto, disgustada.

—¿Conoces a todos tus hermanos?

—Sí. Los he llegado a ver a la distancia, pero nunca me he atrevido a dirigirles la palabra. Trato de no tener enlaces afectivos con ninguno de ellos. No cuando mis intenciones son otras en la tierra y no encontrar al amor de mi vida como ellos lo hicieron.

—¿Cómo se llaman? —se lleva el sorbete de su gaseosa a los labios y bebe.

Sonrío a labios cerrados.

—Ni aunque estuviera loca te lo diría. Buen intento —me niego rotundamente —¿Qué harás en el receso universitario?

Asiente al entender que no continuaré hablando sobre mi vida y ahora todas las cámaras están sobre él.

Por debajo de la mesa, siento el roce de su pierna con la mía, provocando que la tela de sus jeans oscuros me cause un cosquilleo contra las medias transparentes. Trago con dificultad, sintiendo como el calor de mi rostro aumenta.

—También estaré en mi casa —su voz se vuelve grave, profunda y hay una insinuación que claramente quiere que vea —. Pero no tengo las intenciones de estar solo.

Entonces se pone de pie y rodea la mesa hasta quedar parado frente a mí. En la segunda planta de un Mcdonald’s, Amenadiel se arrodilla ante mí con una de sus rodillas tocando el suelo y saca una cajita roja de terciopelo del interior de su chaqueta. Se me acelera el corazón. De pronto me encuentro aturdida.

Abre la cajita con sus ojos puestos en los mios y se aclara la garganta. Algunos clientes curiosos miran desde sus asientos mientras se llevan las manos a la boca, sorprendidos por el símbolo que ha despertado el amor en muchas generaciones y que hoy todos estábamos presenciando de forma inesperada.

El anillo, pequeño pero brillante, me deja boquiabierta. 

¿Cómo algo tan hermoso puede unirnos sin sentir amor?

—Aria Evans —comienza a decir Amenadiel, algo nervioso —, como todo un caballero medieval quiero llevar a la formalidad mi propuesta para que dejes de asesinar a hombres inocentes y tenerte contra tu voluntad aferrada a mí. Lo único que puedo ofrecerte es comida, abrazos y cada tanto uno que otro revolcón si te apetece, por supuesto. Soy hijo de cupido así que, si eres tan amable de no rechazarme frente al conserje de Mcdonald’s y todo el Olimpo, te lo agradecería.

Lo miro, horrorizada y conteniendo el aliento. 

Detrás de él, el conserje de Mcdonald’s nos está mirando a una distancia prudente con una sonrisa pícara, levantando con frenesí las cejas y con el dedo pulgar en señal de aprobación.

Por todos los cielos.

Sedúceme si puedes (libro 3 TRILOGIA SAGA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora