CAPÍTULO 20
Su mandíbula tensa. Sus labios quieren decir algo, pero el silencio que lo domina es más fuerte, manteniéndolo callado por el impacto de verme. El tiempo se detiene al igual que mi respiración. Una sorpresa que no esperaba para nada en un día ordinario Julio, en donde el calor sofocante va predominando la temperatura de la habitación.
Jamás esperé que me buscara. Más si él sabía que mi propósito de matar a otro hijo de un dios ya no sucedería porque sería en vano.
¿Qué lo traía hasta aquí si yo ya no era un peligro para toda su bendita raza de oro?
Está agitado, su pecho sube y baja rítmicamente, no me quita los ojos de encima como si fuese un fantasma. Tiene una playera de mangas cortas y oscura ajustada al cuerpo y unos jeans del mismo tono con unas botas carísimas.
Es increíble lo alto y atractivo que puede ser un dios del Olimpo.
Sus brazos pálidos están marcados por venas dilatadas por el esfuerzo que llevó trepar la segunda planta en la que se encuentra mi habitación. Está loco por trepar y una vez más me demuestra lo fuerte que puede ser un ser divino.
—¿Qué haces aquí? —espeto, completamente confundida —. Ya no soy un peligro para ti ¿Qué haces aquí, Amenadiel?—mi voz se torna indiferente.
—¡Te fuiste sin decir adiós! —exclama como si lo hubiese querido decir hace tiempo, herido, dando unos tres pasos en mi dirección—¡No puedes largarte de la vida de las personas sin una explicación!
—¿Dar una explicación? —no puedo evitar sonreír con ironía en cuanto lo oigo —¡¿No te pareció suficiente explicación el motivo por el cual me fui?!¡Lo que me ataba a ti ya no está!
Se detiene en seco. Sus cejas bajan haciendo que desaparezca el enojo de su rostro y lo remplace la tristeza. La decepción de mis palabras le atraviesan el pecho. Entonces asiente una vez, mordiendo su labio interior, reprimiendo toda insistencia.
Trago con fuerza, arrepintiéndome de forma inmediata por lo que dije.
—Y yo como un imbécil creyendo que tú y yo teníamos algo —sonríe, con gran pesar mientras menea con la cabeza, pensando en miles de cosas que no sé.
Se da la vuelta dándome la espalda y se dirige hacia la terraza, irritado. Mis pies, impulsados por la desesperación caminan con rapidez hacia él, atravesando la habitación.
—¡Sí teníamos algo! —admito, con un nudo en la garganta y la voz entrecortada.
Mis hombros se relajan en cuanto detiene su caminar, pero sigue dándome la espalda.
—Pero no soy buena para ti —agrego, con la mirada agachada y con mis manos entrelazadas a la altura de mi vientre—. Tú mereces estar con alguien a tu altura. No a una joven que no puede amar a nadie porque no puede siquiera amarse a sí misma. Estoy rota, Amenadiel y no sé qué hacer para hacerte entender que siempre se trató de mí y no de ti. Tú sólo querías proteger a los tuyos, mientras que yo quería destruirlos por no ser cómo ellos...
No puedo seguir hablando por que el nudo que tengo en la garganta aumenta de tamaño. Tomo una bocanada de aire, tratando deshacer absurdamente mis ganas de llorar.
—Tú eres cielo y yo infierno —susurro, desviando la mirada.
Amenadiel se da vuelta hasta quedar frente a mí, y se acerca. Me toma por la barbilla y me obliga a mirarlo. Mi rostro se levanta y se encuentro con los ojos más hermosos que vi en toda mi existencia.
Se ha dejado crecer la barba oscurecida, la cual, ha sido rebajada para que no se vea tan abundante. Esta cubre toda su barbilla, mandíbula y por encima del labio superior. Huele a colonia masculina con una mezcla de sudor por haber trepado hasta aquí.
¿Tuve que tenerlo de frente para darme cuenta que lo he echado de menos?
—Que vengamos de mundos diferentes lo hace más interesante —me dice en voz baja, con un deje de esperanza que me termina convenciendo del todo.
Entrecierro los ojos en cuanto se inclina para rozar levemente sus labios con los míos.
—¿Me echaste de menos? —susurra, hipnotizante —Porque no he parado de pensar en ti y lo mal que hice en dejarte ir.
No me da tiempo a responder porque restampa contra mis labios los suyos, sin poder resistirnos a la distancia moral y ética que nos separa. Finalmente, siento el sabor del más dulce beso. Nadie ni nada puede igualarse a un beso suave de Amenadiel.
Mis manos rodean su nueva, atrayéndolo más a mí. Siento su mano en mi espalda, la calidez de su palma por encima de la toalla que rodea mi cuerpo es tan fuerte que me causa escalofríos que me recorren de pies a cabeza.
Me aproxima a su cuerpo, pegándonos pecho a pecho. La sed del beso aumenta, como su ímpetu por posarme en todos los sentidos. Ya no soy capaz de pensar. Jamás creí que un dios me tuviera en la palma de su mano y provocara que mis piernas flagearan en un beso tan insaciable.
—No sé qué es lo que tienes Aria, pero me vuelves loco —me dice entre besos suplicantes, mientras me besa las mejillas y el cuello.
—Es mi don, Amenadiel —confieso, apartándome un poco al ver que aquello se me estaba yendo de control.
Tengo que recobrar el aliento.
—Recuerda que he bebido el vino de Cupido y puedo tener bajo mi encanto a quien sea —agrego, mirándolo a los ojos —. No creo que Zeus esté de acuerdo con esto. Aunque sinceramente no me importa. Tus hermanos quieren verme muerta y seguramente tu madre también.
Abre los brazos, exasperado. Está a punto de decirme algo, pero no encuentra las palabras correctas para obtener un buen argumento.
—Podemos mantenerlo en secreto —insiste, como si se le hubiera ocurrido recién y parece realmente desesperado porque acepte —. Piénsalo. Podemos fingir que seguimos odiándonos desde el primer día, Aria.
Meneo la cabeza, retrocediendo.
—No mereces ser un desdichado por meterte conmigo. Sabes lo que ocurre cuando un hijo de Zeus y un hijo de Hades tienen relación, Amenadiel. Mi hermano ha quedado ciego de un ojo y estéril, y no te diré cuál de ellos fue —le cuento, tras lanzar un suspiro —. Me he enterado hace poco de eso.
—Lo siento mucho —se lamenta con sinceridad —. Pero podemos ser una excepción ¿lo sabes no?
—¿Qué nos hace tan especiales para poder zafarnos del infortunio? Es arriesgado, Amenadiel.
Él se inclina sobre mi oído, con sus labios demasiado cerca y me susurra su intención. Lo observo una vez que finaliza de contarme su plan, con el ceño fruncido. Me remojo los labios con la lengua, pensativa y en silencio.
—Bueno...creo que podría llegar a funcionar, pero si algo sale mal te lo advertí —acepto finalmente, soltando el aliento.
Una sonrisa se expande por su rostro, provocando que los hoyuelos de su rostro se marquen. Toma mi mano y sus dedos se entrelazan con los míos. Le devuelvo la sonrisa. Hasta que la caga:
—Eres tan fácil de persuadir, Evans —se burla, levantando las cejas con cierto frenesí y fingiendo ser superior.
Mi respuesta más directa y sincera fue darle la rodilla contra la entrepierna. El alarido de Amenadiel retumbó por toda la habitación y yo lo observe caer de rodillas al suelo hasta terminar de costado.
—No, no tan fácil —le respondo, encogiéndome de hombros mientras lo veo lloriquear.
Después de todo, las alfombras afelpadas esparcidas por el suelo no eran mala idea.
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Sedúceme si puedes (libro 3 TRILOGIA SAGA EL PECADO DE LOS DIOSES)
RomanceAria Evans es una diosa que tiene a todo hombre a sus pies. Es consciente de ello y la hace sentir con poder. Pero aquella belleza es invisible para el resistible Dante, su amor no correspondido. Muere por él y mataría por conseguir su atención. O...