Capítulo 17

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CAPÍTULO 17
Están destrozando la casa mi hermano. Hay gritos y jadeos de dioses furiosos en plena lucha. Pero a pesar del ruido me siento aturdida, mareada, como si no estuviera allí realmente. Me aferro al barandal al bajar.
¿Dante fue capaz de mentirme con una cosa así en su lecho de muerte? ¿Por qué Amenadiel no lo negó? ¿Por qué Dante se entregaría a mí por él? Ahora empiezo a comprender la desesperación de Amenadiel al principio para que no matara a Dante. Ahora entiendo por qué me regaló una fantasía erótica en donde ambos participaban.
No lo estaba haciendo por mí, lo estaba haciendo por él. Es horrible la sensación cuando te rompen el corazón, es como cuando tono se detiene a tu alrededor y te ocupas de aceptar que ya no puedes confiar ni siquiera en tu sombra.
Pero la realidad vuelve a golpearme. Veo en la sala como Matt tiene el saco desarreglado, lleno de polvo. Mierda, está propinándole puñetazos en el estómago a un dios que lo supera en tamaño. Bajo rápidamente a ayudarlo.
En cuanto piso el último escalón, alguien me caza el tobillo y me empuja soltando un gruñido lleno de ira. Darla no quiere darse por vencida.
Me agarro del barandal e intento zafarme de su agarre tirando patadas al azar, deseando claramente que alguna le dé el rostro para desmayarla. Maldita sea. Si mi don pudiese ser utilizado en la tierra ya la hubiese asesinado.
—¿Qué te pasó hija de las tinieblas? —forcejea ella para hacerme tocar el suelo —¿Tu oscuridad no puede matarme en la tierra?
—Reconozco que me falta entrenamiento —gruño, agarrándome con fuerza — pero a ti te faltan muchas cosas, imbécil.
La última patada que tiro con fuerza le da directo en la nariz, causando que su agarre se debilite y pueda liberar mi tobillo.
Los mechones rubios de Darla se esparcen por su rostro ensangrentado. Su nariz es una catarata de sangre.
—¿Qué? ¿Ya te desmayaste? Debe ser una broma —me paro ante su cuerpo y le doy varias cachetadas para que se despierte.
Pongo los ojos en blanco. No duró ni un round. Me agacho y saco de su pantalón negro estilo militar varias dagas que rodean su cintura.
La puerta principal de la casa se abre debido a una potente patada y veo muchísimas personas ingresando listos para pelear. Algunos tienes pistolas en la mano, otros lanzas y dagas.
Pasan por mi lado como si no me vieran. 
—¿Te vas a quedar ahí parada o vendrás a pelear, niñita? —me dice una mujer de cabello rojo mientras mastica chicle.
Tiene dos dagas filosas en cada mano, una sudadera negra pegada al cuerpo, jeans grises y unas botas de infierno. Avanza sin esperar a que le dé una respuesta. Solo deseo que sea de nuestro bando o estamos perdidos.
Escucho que bajan las escaleras y avanzo sin necesidad de voltearme para saber quién es.
—Aria, podemos hablar —Amanediel ignora a su hermana tirada en el suelo.
El enorme dios de fuertes músculos y espalda similar a la de una heladera, tiene acorralado a Matt contra una de las esquinas. Lo ha levantado en el aire y lo tiene contra la pared con sus manos rodeándole el cuello.
—¡Suéltalo! —grito a todo pulmón y no tardo en alzar las manos con las dagas y clavárselo en la espalda desnuda y vuelvo a retirar las dagas.
Automáticamente el gigante suelta a Matt lanzando un alarido estremecedor y me embiste con su brazo en la cara tras darse vuelta para saber quién lo ha herido. Salgo disparada contra la mesa ratona de vidrio de la sala haciéndola trizas con mi embestida.
Mientras intento recuperarme, Amenadiel y Matt toman ventaja y comienzan a golpearlo. Mi hermano toma un vidrio roto y se lo clava en el ojo sin perder más tiempo.
Me pongo de pie, adolorida y retirando varios pedazos de vidrio del brazo que han atravesado mi camisa y se han incrustado en mi piel.
Escucho el grito de Ada en la cocina y al ver que mi hermano y Amenadiel tienen la situación controlada, la busco para ayudarla. Mi nariz sangra, no tardo en averiguarlo cuando siento la húmeda y espesa gota sobre mis labios y que, por accidente, entra a mi boca haciéndome sentir su metálico sabor.
Ada está acorralada contra la isla de la cocina por dos diosas con lanzas de puntas filosas en sus manos. Se acercan poco a poco como si ella fuese un animal a punto de ser cazado.
Sin percatarse, me acerco sigilosa con las rodillas semiflexionadas para no distraerlas hasta que finalmente clavo con fuerza las dagas en sus delgadas nucas. Ambas diosas gritan, desgarradas y caen, desangrándose en el suelo mientras ven la oscuridad acercarse en los últimos minutos de vida en la tierra. Sus vestidos inmaculados teñidos de un blanco pulcro se manchan de sangre y toda su joyería de oro se baña en ella.
Ada, espantada y temblando no deja de mirar los cuerpos. Está pálida.
—¿A cuántos dioses mataste como para tomar esto con tanta naturalidad, Aria? —me pregunta con un hilo de voz y observándome como si fuese un monstruo.
—He vivido siglos. Haz la cuenta —le respondo, agitada.
—Dios mío —susurra, con las manos temblando.
A fuera es un caos de dioses peleando. Veo cuerpos caídos por doquier. Me alegra saber que ninguno de los cadáveres es el de Amy y Max. La inmensa hectárea en donde vive mi hermano es un campo de batalla. Salgo con Ada y detrás nuestro salen Amenadiel y Matt. Ada tiene un cuchillo en la mano, la cual tiembla un poco.
Matt y Amenadiel han tomado las lanzas de las diosas muertas.
—¿Listos? —nos pregunta Matt, limpiándose varias manchas de sangre del rostro con la muñeca.
Cruzamos miradas.
Mis ojos se detienen en los de Amenadiel. Se me produce un nudo en el estómago.
Creo que no soy la única que tiene temor a terminar en el Inframundo, pero esta vez...sin poder regresar jamás.










Sedúceme si puedes (libro 3 TRILOGIA SAGA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora