Capítulo treinta y uno

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Subí en ascensor hasta la planta baja de mi edificio desde nuestro garaje privado en el que había dejado aparcado mi descapotable favorito, tras la breve aunque intensa aventura en Laboureche.

Oí a Jonhyuck detrás de la puerta que llevaba a nuestro taller, discutiendo con alguien por teléfono, probablemente los proveedores que nos había prometido nuestra jefa de taller, Vivienne, que todavía no habían enviado a Lyon las telas turcas que habíamos pedido a principios de semana.

Abrí la puerta con cuidado, descubriendo su figura apoyada en el umbral de la ventana, con su jersey de cuello alto arremangado hasta los codos, su sobrecamisa anudada a la cadera y sus pantalones, que debían de estarle dos tallas grandes, sujetos por un llamativo cinturón de Laboureche.

No me vio al principio, cuando jugueteaba con la infinidad de anillos que adornaban sus largos dedos, pero logré llamar su atención cuando cerré la puerta detrás de mí, apoyándome en ella en la misma postura que había adoptado él.

Su mirada oscura y rasgada se dirigió hacia mi rostro con rapidez y borró por completo su gesto de preocupación, regalándome una amplia sonrisa, mostrando sus dientes blancos como perlas y marcando sus adorables hoyuelos.

—Acaba de llegar Agathe, Vivienne, te enviaremos ahora mismo los documentos y los detalles de los últimos pedidos para que puedas organizar la semana —dijo, antes de colgar.

—Hola —susurré, sin apartarme de la puerta.

Él no dejó de sonreír.

—¿Has visto a mi hermano ya?

Asentí con la cabeza.

—Tenemos una estupenda cita sin prensa organizada para esta noche.

Jonhyuck se masajeó la nuca con una sola mano, liberando la tensión con un suspiro.

—Pensaba que te costaría un poco más mantenerle a raya después de lo de ayer.

—Es impulsivo, no idiota. Creo que sabe lo que le conviene y, visto lo visto, yo soy su mejor opción.

Jonhyuck se río, impulsándose con el pie para empezar a andar en mi dirección.

Se detuvo a medio camino para coger unos cuantos papeles que había sobre su mesa de trabajo, pero volvió a reanudar la marcha cuando los consiguió ordenar todos bajo su brazo.

—Genial. Vivienne necesita que le firmemos unos documentos para la Semana de la Moda. Quedan dieciséis días para el desfile y solo hay que dejar en orden los permisos. El departamento de comercio ha terminado hoy con las transacciones y tu primo... Bueno, digamos que tiene controlada la campaña de marketing.

Me reí. Rémi nunca había controlado nada, ni siquiera a sí mismo.

Jonhyuck llegó a mi altura y alzó una ceja al ver que no me apartaba de la puerta.

—¿Qué pasa? —dijo, colocando una mano en el pomo, justo al lado de mi cintura, sin borrar su sonrisa.

—Narciso sigue afectadísimo porque me acosté con él solo porque Guste también lo hacía.

Jonhyuck hizo rodar sus ojos.

—Es orgulloso y engreído, ¿qué esperabas? No creo que jamás supere el hecho de que tuvo que "compartirte" —dijo, dibujando comillas con sus dedos en el aire.

Sonreí yo también.

—A los Laboureche no les debería de gustar compartir si pueden tenerlo absolutamente todo a su alcance.

Jonhyuck se encogió de hombros, aunque no negó que aquello fuera verdad.

Fui yo la que abrí la puerta y él el que la cerró cuando ambos ya estábamos en el vestíbulo, haciendo rodar la llave que protegía nuestros diseños de la puerta principal.

Tu querida AgatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora