Capítulo treinta y cinco

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—¿Cómo se te ocurre hacer semejante idiotez, Jon? —le pregunté, lanzando mi Jacquemus a cualquier parte de la cocina.

Mi primo, sentado en uno de los taburetes frente a la isleta, se giró hacia nosotros sobresaltado por mi dramática entrada, que no le impidió que se metiera la enorme cucharada de helado de galletas en la boca.

—Deja de gritar, Agathe. No se soluciona nada alzando la voz.

—¡Sí! ¡Los orgasmos son mejores si los acompaña un chillido! —dijo Rémi, con la boca llena de helado derretido, totalmente ajeno a lo que acababa de ocurrir.

Le fulminé con la mirada a la vez que me sacaba los Louboutin y los lanzaba al suelo, aunque sin maltratarlos demasiado. Una tenía sus debilidades por los zapatos caros.

Rémi volvió a darse la vuelta sobre sí mismo, centrando toda su atención en el helado y sin interrumpir nuestra discusión, como debía ser.

—Dime por qué diablos no me habías comentado nada de esto, Jonhyuck —exigí, parándome descalza frente a él.

Se pasó una mano por aquel oscuro, frondoso y sedoso cabello que tanto había disfrutado de acariciar, distrayéndome por un instante. Por suerte, me di cuenta antes que él de que le estaba observando más de la cuenta.

—Pensé que te encantaría. Sé que siempre ha sido tu sueño, por eso aceptaste el trabajo de Graham Gallagher para descubrir lo que Narciso hizo con Raquelle De Delft. Ser Selecta estaba en tu lista de prioridades.

—Sí, pero yo ya fui Selecta. Me costó sangre, sudor y lágrimas, literalmente, pero gracias a ello estoy donde me ves ahora mismo: en un apartamento de cinco millones de euros, con una empresa de moda propia y valorada en más dinero del que creí que jamás iba a poseer y con un estatus social muchísimo más elevado del que había soñado.

—Por eso sé que disfrutarás como directora creativa en Laboureche. Mismas responsabilidades que en Jagg's, dobles beneficios y reconocimientos. Estarás al cargo de Philippa, Jean-Jacques, Jean-Paul y Gérard, los mejores diseñadores del mundo, elevando tu estatus profesional a un nivel inexplorado, Agathe.

Tomé aire y lo expulsé lentamente, intentando calmarme. Eran pocas las veces en las que perdía los estribos, pero la situación lo había requerido. Más cuando...

—No quiero ver a tu hermano. No quiero que me intente controlar, limitar o mangonear como si fuera su putita del mes. ¿No entiendes lo que has hecho al dejarle claro que, a pesar de ser la copropietaria de la empresa rival a la suya, debo estar subordinada a sus órdenes?

Jonhyuck se encogió de hombros, como si no lo hubiera pensado.

—Será un capullo, pero sabe hacer su trabajo.

Emití un gruñido de frustración antes de dirigirme hacia la escalera, ante la atenta mirada de mi primo, quien estaba disfrutando de aquello más que la película que tenía pausada en la pantalla de su ordenador. Vi de reojo que era Ratatouille.

Oí a Jonhyuck murmurar algo mientras que yo subía hacia la segunda planta, intentando ignorarle a modo de protesta, aunque él no me lo permitió.

Me siguió poco después, cuando yo ya había llegado al salón de arriba.

Me apresuré a andar descalza por el suelo de madera hacia mi habitación sin distraerme por el evidente desorden que mi primo había causado, tan solo para alejarme del hombre al que, aparentemente, le daba igual mi opinión en los negocios porque no me veía capacitada para ayudarle a tomar decisiones coherentes respecto a la nueva adquisición de la mayoría de las acciones de Laboureche.

Tu querida AgatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora