Capítulo cuarenta y tres

2.8K 323 336
                                    

Pero, ¿qué mosca le había picado? ¡¿Atún?!

Le seguí, porque no me iba a permitir perderle la pista, aunque, estrictamente hablando, ya lo había hecho, entre tanta gente que nos rodeaba, a cada cual con vestidos más pomposos y llamativos, entre los que Jonhyuck, siempre discreto en su excentricidad, se habría podido camuflar.

Esquivé a un par de personas que me llamaron por mi nombre, confundidas por mi presencia, buscando a Jonhyuck por aquel enorme vestíbulo lleno de gente y ambientado por música clásica en directo que me impedía llamarle por su nombre en un tono normal.

—Damas y caballeros —dijo una voz grave de pronto, callando a todos los invitados.

Me choqué contra la espalda de una gran mujer, que se había detenido justo delante mío, tan solo para darse la vuelta hacia quien estaba hablando.

La maldije en voz baja, porque ni siquiera se disculpó.

Más gente empezó a acumularse a mi alrededor, impidiéndome continuar con mi terrible búsqueda laberíntica, así que, simplemente, me detuve, dándome la vuelta hacia el hombre al que pertenecía aquella voz.

—Es un honor para mí tenerles aquí, un año más, junto a mí, celebrando la noche más importante del año —afirmó Guste, con una sonrisa, bajando por la escalinata como un verdadero actor de Hollywood, de la manera más dramática, con un foco sobre él.

—Será petulante y engreído —gruñí, solo porque estaba algo molesta por el abandono de Jonhyuck.

—Como podéis ver —dijo Guste—, este es mi entorno seguro. La gente a la que más quiero y aprecio reunida en mi propia casa, lejos de la locura que protagoniza mi día a día desde mi accidente.

No me di por aludida, porque él no sabía que yo estaba allí. De hecho, estaba segura de que era la última persona a la que querría ver en su grandísima noche de despilfarro y glamour francés.

Guste se detuvo en su descenso en el cuarto escalón, quedando por encima de todos, alzando su copa de champán para brindar por sus invitados.

Llevaba un traje exquisito, de un tono verde oscuro que, bajo el foco, se veía radiante, aunque, sombreado, parecía totalmente negro. Y eso, a alguien a quien siempre le apuntaba la luz, le quedaba de maravilla.

Dejó la copa de champán a un camarero que se le acercó, sin beber ni un trago. Le dedicó una falsa sonrisa y le indicó que se marchara con un gesto, tan solo para continuar con su discurso de bienvenida.

—Como veis, he reforzado la seguridad para evitar intrusos, ya sabéis, de los que Bast me tiene advertido —rio, señalando a su hermano, quien en primera fila, hizo una pequeña mueca, mirando algo a su alrededor. No pude evitar pensar que me estaba buscando a mí—. ¿Bast? —insistió, cuando vio que el otro no respondía.

Vi a Graham a su lado hacer los mismos movimientos de cabeza que el que un día fue mi vecino. Él sí que me estaba esperando.

—Está todo controlado como siempre, Guste —rio Bastien, algo falsamente, irguiéndose.

El gemelo se dio por satisfecho, sonriendo de nuevo y colocando su pajarita para posar para una repentina foto que uno de los periodistas de Graham le había sacado.

Oh, mierda, Jonhyuck lo había fastidiado todo. ¿Tanto le costaba plantarme un maldito beso delante de esa gente petulante y alabadora? ¡Estábamos hechos para protagonizar aquella escena! Yo lo estaba.

Yo. Lo. Estaba.

Me hice un hueco entre la gente de nuevo, abriéndome paso y sin pedir permiso hacia donde estaba segura que Jonhyuck había ido: lejos del círculo que rodeaba a Guste Dumont.

Tu querida AgatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora