Capítulo trece

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—Y tú, ¿de qué vas? —pronuncié, evidentemente enfadada, mirándole directamente a los ojos con furia, la que consumía mi interior.

Presencié el momento en el que sus labios se curvaban hacia la derecha, como si aquello le divirtiera, aunque no tardó en ponerse serio de nuevo, como si se hubiera acordado de que estaba intentando aparentar tranquilidad.

—Voy de Laboureche, como siempre. Sé que me queda muy bien este traje violeta, a juego con las ágatas de tu gargantilla de cincuenta mil euros. Ya sabes que a la audiencia le gusta eso de que las parejas se vistan a conjunto —me dijo, cruzándose de brazos y apoyándose en la pared negra que había detrás de él.

Deseé por un segundo que aquello fuera una cortina y que cayera al suelo como lo había hecho mi dignidad minutos atrás, pero tenía suerte, el condenado.

—Mira, como no cierres esa bocaza que tienes te juro que...

—¿Qué? ¿Me vas a pegar? ¿Como todas esas veces que detallaste en tu libro? Tienes un pasado violento con cara de niñita buena y un presente tranquilito con cara de zorra.

Me hice sangre al morderme el interior del labio con tanta fuerza, pero todo por no darle la razón.

—Estás enfermo —solté con repugnancia.

—¿Yo? Creo recordar que la que estuvo casi dos años fingiendo ser una persona completamente diferente tan solo para sacar un libro a costa de los secretos de la gente poderosa fuiste tú. Eso sí que es de enfermos.

No se inmutó. Sus ojos no mostraban rabia, ni diversión, ni tristeza. Absolutamente nada. Estaba allí, apoyado en la pared de la zona de descanso en el plató de Graham Gallagher, tras confirmar a las cámaras que él, Narciso Laboureche, estaba saliendo conmigo, Agathe Tailler, tras tanto tiempo de rencor.

Del amor al odio y del odio al amor, había dicho, mientras sonreía ampliamente y pasaba un brazo sobre mis hombros para atraerme hacia él, mientras yo permanecía quieta, en estado real de shock.

—¿Por qué has hecho eso, insensato de mierda?

—Esa lengua, Tailler. No voy a querer besarte si sigues diciendo esas palabrotas.

Apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo, intentando contener mi ira. No podía permitir que creyera que tenía el control, aunque estaba claro que, por ahora, él era el que iba ganando.

—¡¿Besarme?!

—Oh, te encantaría. Mis labios suaves, rosados, hinchados y perfectos, reflejando la luz de los focos, haciéndolos más apetecibles de lo que suelen serlo —susurró, con la voz ronca, como si estuviera citando alguno de los párrafos de mi libro.

—Tendría que haberte tirado por las escaleras el día que viniste a mi edificio.

—¿Que aparte de zorra, mentirosa y manipuladora eres también una asesina? Esto le va a encantar a Gallagher —rio, levantando la barbilla y apartando la mirada de mí para dirigirla al fondo de la sala, donde estaba la puerta entreabierta—. ¡Graham!

No pude evitar levantar la mano y estrujar sus mejillas con fuerza para que cerrara la boca. Le hice bajar de nuevo la mirada hacia mí y le observé con toda la rabia que pude demostrar, antes de soltarle.

Vi marcas rojas en su rostro bronceado y la mueca de disgusto que se formó en su rostro me demostró que aquello no le había gustado, en absoluto.

—Deja de llamarme zorra mentirosa cuando tú eres de lo peor que existe en este país. ¿Cómo se te ocurre aparecer en mi propia entrevista para decir tales sandeces, estúpido? ¿Te parece divertido?

Tu querida AgatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora