Capítulo setenta y cuatro

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Cumple de la mejor escritora del universo (al menos la más guapa) parte 2 🎂

El timbre resonó en todo mi dúplex justo al salir de mi baño de burbujas.

Llevaba la cabeza envuelta en una toalla con mis iniciales bordadas a juego con mi albornoz de suave tela rosada, que envolvía mi cuerpo, conservando la calidez de mi relajante baño.

Ignoré el timbre la primera y la segunda vez, aunque a la tercera ya se hizo molesto.

Me apliqué mi sérum de vitamina C al ritmo de las llamadas que quienquiera que fuera el desesperado en mi portal estuviera haciendo.

Me apliqué mi bálsamo de Laneige sobre los labios y me aseguré de que mi sérum de pestañas se secaba antes de decidirme a salir del baño.

Y el timbre, por quincuagésima vez, volvió a sonar.

Era imposible que fueran mi primo o Jonhyuck, ya que ambos tenían llaves y no necesitaban permiso para entrar, así que aquello solo me dejaba tres opciones posibles.

¿Sería Bastien arrepentido por haberme dado la llave de la destrucción de su hermano?

¿Sería Guste justificando su error en el desfile?

¿O tal vez Narciso hundido en la más profunda de las miserias tras su destrucción social y profesional?

Con mis Rubber Slides rosas de Gucci salí del baño, dispuesta a atender al loco de mi entrada.

Ni siquiera pude ver quién era a través de la cámara del telefonillo, ya que él estaba pegado a la puerta de cristal, como si estuviera intentando derribarla con el peso de su cuerpo.

Apreté el botón que le permitía entrar, solo por curiosidad, aunque él no tardó ni un solo segundo en aporrear la puerta de mi apartamento como un verdadero poseso, sin siquiera darme tiempo a llegar a ella.

Hice rodar mis ojos. ¿Quién se había levantado tan intenso aquella mañana de jueves 10 de noviembre?

Giré el pomo de la puerta y, así como lo hacía, una fuerza sobrehumana la empujó, llevándome con ella, prácticamente lanzándome al suelo.

—¡Maldita hija de la grandísima puta!

Vocabulario elegante para un saludo totalmente cordial de su parte.

Le di un manotazo a la puerta para cerrarla, porque él ya estaba dentro, señalándome con el dedo índice, dejando claro que aquel pequeño insulto iba dirigido única y exclusivamente a mí, aunque no hubiera nadie más en todo el apartamento.

—Veo que has tenido la oportunidad de leer las noticias hoy. Me alegro de que la juventud de hoy en día siga leyendo el periódico.

—¡¿El periódico?! ¡¿Estás loca?! No, loca no, ¡desquiciada!

—Ya sabes que sí.

Rodeé la isla de mi cocina para acceder a mi cafetera Nespresso. Necesitaba un café antes de su reprimenda.

—¿Te apetece un Pumpkin Spice Latte? —le pregunté, mostrándole una cápsula de mi café favorito de otoño.

Él siguió mi mismo recorrido hasta llegar a mí y, con un solo movimiento, agarró la cápsula de café y la lanzó con toda su fuerza contra la pared, haciéndola explotar al instante con el impacto.

—Me tomaré eso como un no.

Sonreí, disfrutando de la situación. Tratar con hombres que no dominan su ira era mi pasión.

Pero él no entendió que solo estaba sonriendo por picardía, porque me agarró del cuello y me hizo dar varios pasos atrás hasta hacerme chocar contra la fría nevera de acero inoxidable.

Tu querida AgatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora