Capítulo cincuenta y siete

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Buenos recuerdos del 57 🧡

—Sean bienvenidos a la inauguración de la Semana de la Moda en este espectacular edificio cedido por la familia de Bernard Arnault, aquí presente —dijo una de las mujeres enmascaradas, señalando a la única persona a la que un foco iluminaba, destacando entre todos los demás en aquella biblioteca de dos pisos, tan grande como mi dúplex entero.

Aplaudí como todos los demás, dirigiendo una falsa sonrisa hacia el tercer hombre más rico del mundo, propietario, entre muchas otras marcas, de Louis Vuitton.

Era el primer evento social al que me invitaban y en el que no debía mentir sobre mi identidad desde mi llegada a París.

La carta llevaba mi nombre y el código de barras que habían estampado detrás de mi oreja, antes del crecimiento de mi sedoso cabello, me identificaba como una de los noventa y un invitados a la fiesta más exclusiva dentro de la Semana de la Moda parisina.

Solo dejé de aplaudir cuando el foco se hubo apagado y, como un reloj, los camareros, tan enmascarados como debíamos de ir todos, se pasearon entre los presentes con copas Pompadour llenas del mejor champán, del que Arnault también era dueño.

Me quité mi guante izquierdo para poder agarrar una de las copas y, sin necesidad de tener que brindar con nadie, la llevé a mis labios, sintiendo la burbujeante sensación que dejaba el Moët & Chandon en mi paladar.

Alguien colocó una mano en mi cintura y la deslizó por mi espalda hasta despegarse de mí, perdiéndose entre la multitud.

Rémi había tenido una fantástica idea al hacerme elegir pareja en una noche en la que todos mis pretendientes iban a estar presentes.

Jonhyuck, Narciso, Bastien y Guste habían recibido la misma invitación que me habían enviado a mí por correo certificado, como si de un documento oficial se tratara.

Todos y cada uno de ellos estaban allí, en la misma biblioteca particular en la que deambulaba yo, con su código de barras identificativo tras sus orejas derechas, bajo máscaras que ocultaban la mitad de su rostro para que pocos pudieran reconocerlos.

Mi primo, por descontado, no estaba invitado y, en parte, esa había sido la razón por la que sentía mi IPhone vibrar en el interior de mi clutch decorado con piedras de Swarovski, llenándose de comentarios con interrogantes con respecto a lo que acontecía aquella fría noche de otoño.

"¿A quién has elegido?", había sido lo único que había logrado leer antes de bloquear la pantalla del smartphone y encerrarlo donde nadie pudiera verlo, pues, en aquellas exclusivas fiestas de la alta sociedad, todo tipo de comunicación con el exterior estaba completamente prohibida.

—¿Ya te has terminado el champán? —preguntó él, interrumpiendo mis pensamientos.

Levanté la mirada hacia sus hipnóticos ojos, enmarcados tras la máscara negra, que cubría desde sus cejas hasta su recta nariz.

—¿Vas a hablarme del tiempo ahora? Porque odio las conversaciones banales —dije, devolviendo la copa vacía a uno de los camareros.

Podía no ver sus cejas, pero había entrecerrado los ojos de tal forma que pude adivinar que había fruncido el ceño.

—¿Y de qué quieres hablar entonces? —inquirió, bebiendo un trago de su copa.

—De nada. Si no hay nada que decir, mejor disfrutar del silencio.

—¿Tanto te arrepientes de haberme elegido a mí?

Bajé mi mirada hacia su traje satinado, del mismo tono verde albahaca que mi vestido, de espalda escotada, cuello cuadrado y abertura lateral en mi pierna derecha, que llegaba hasta casi el hueso de la cadera.

Tu querida AgatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora