Capítulo sesenta y cuatro

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Guste empujó la puerta de la boulangerie y la sostuvo para que yo pudiera entrar detrás de él.

El delicioso aroma de mantequilla que desprendían los bollos recién horneados fue el culpable de que cerrara los ojos para disfrutar en plenitud, lo que provocó que me tropezara con la alfombra de la entrada y casi cayera al suelo de bruces.

Suerte que Guste tenía los suficientes reflejos y la fuerza para agarrarme del brazo y no dejarme caer delante de las siete personas que había en el pequeño establecimiento.

Detrás del mostrador había una mujer joven, con el cabello rojo recogido y el ceño algo fruncido, juzgándome con la mirada cuando nos colocamos frente a ella.

—Buenos días. ¿Podemos sentarnos en una de las mesas? —preguntó Guste, señalándolas.

La chica me miró de arriba abajo y, acto seguido, se dirigió a Guste.

—Necesito saber qué van a tomar. Luego podrán sentarse donde deseen.

Tenía heterocromía en ambos ojos, uno muy azul y el otro muy castaño.

Iba a abrir la boca para pedir mi ansiado croissant, pero Guste fue más rápido que yo:

—Un café au lait con tres sobres de azúcar, un vaso de leche con cacao y dos croissants, por favor. Pagaré con tarjeta.

Se sacó el teléfono del bolsillo de atrás de sus pantalones de traje y lo acercó al datáfono mientras ella se daba la vuelta para preparar nuestras bebidas.

Vi en la menuda mujer un deje de superioridad bastante familiar, que no acabé de encajar con su rostro hasta que volvió con una bandeja entre las manos con dos tazas y dos platos vacíos.

Me miró fijamente a los ojos a la vez que colocaba dos croissants del mostrador sobre la bandeja y nos la ofrecía, sin demasiada emoción.

Quise aludir mi incomodidad, pero algo me detuvo. Aquella mujer cada vez me resultaba más familiar.

—¿Gabrielle Bertin? —pregunté, aunque el nombre no me había venido a la cabeza hasta que lo hube pronunciado.

Ella apretó los labios a la vez que Guste bajaba la mirada hacia mí, tomando la bandeja entre sus manos.

—No estaba segura de haber sido suficientemente relevante como para recordarme, Marie Agathe —dijo ella entre dientes.

No lo había sido, aunque fingí con una sonrisa que le estaba agradecida.

—Un placer volver a verte. Veo que no consiguió saldar las deudas del taller de vestidos de novia.

Guste me observaba con el ceño fruncido, sin saber de qué estaba hablando.

—Lo único que tuvo éxito en mi tienda fuiste tú. Enhorabuena por tu ascenso social, tu nueva empresa de moda y tu best seller. Sabía que llegarías a lo más alto, aunque no la razón por la que lo harías —soltó, con cierto rencor en sus palabras.

Recordar mi historial previo a trabajar en Laboureche era lamentable. Graham Gallagher me había conseguido colocar en un taller de vestidos de novia en uno de los barrios bajos de París para que no pudiera destacar en lo más mínimo a nivel social o laboral. Estuve trabajando unos diez meses allí hasta conseguir entrar en Laboureche. Ni siquiera me había molestado en averiguar lo que había pasado con mi antiguo trabajo, aunque tampoco me importaba.

El hecho de que mi antigua jefa estuviera trabajando en una pastelería era suficiente indicativo de que mi futuro de no haber entrado en Laboureche habría sido un despropósito.

Tu querida AgatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora