Guste
Iba a repasar los hechos. Debía de repasarlos.
Narciso, maldito idiota manipulador y traicionero, había enviado parte de sus fondos para reflotar mi empresa de la miseria en la que se encontraba tras la publicación de Querido jefe Narciso.
Había firmado un contrato frente a nuestros abogados únicamente para sellar la financiación. Lo había leído mi abogado, lo había leído Bastien, lo había firmado. No había nada raro allí, ¿verdad?
Bajé de la limusina como pude, pegando un portazo que sobresaltó al pobre chófer, quien me había abierto la puerta. No le di las gracias, solo me dirigí hacia la puerta de mi mansión en las afueras de París, indispuesto a socializar aunque fuera con mi chófer.
El mayordomo me esperaba en la puerta para recibirme y agradecí que no dijera nada al entrar.
Una de mis sirvientas me preguntó si iba a cenar, a lo que negué con la cabeza. No tenía ganas de nada más que de entender cómo coño había pasado.
Subí de dos en dos los escalones de mi inmenso recibidor —ese en el que solía celebrar mis galas benéficas y protagonizar besos de película con Agathe— para llegar a mi habitación y poder encerrarme en ella.
Había salido enfadado de allí aquella mañana y había vuelto todavía más cabreado.
Había salido a por ella y había vuelto sin ella.
Sin nada.
¿Qué iba a ser de mí si no era Louis Auguste Dumont, el dueño de Louis XIX?
¿Qué iba a ser de Guste sin Gathe?
Porque ahora la había probado. La había probado, tentado, seducido, poseído, marcado. Todo con ella.
Fue la primera y debió de ser la única.
¿En qué estúpido momento decidí que era buena idea bajar la guardia con los Laboureche, solo por la atención de Marie Agathe Tailler?
Me había sentido bien por haberla humillado en el desfile, por haber besado a la que había sido mi pareja y a la que sabía que odiaba, solo por hacerle sentir mínimamente lo que sentí cuando nos condenó a Bastien y a mí al fracaso absoluto tras destapar nuestras estrategias de financiación. Humillada, fracasada, triste, impotente y estúpida.
Pero los putos Laboureche habían usado mi rencor a su favor, para confabular contra mí; contra todo lo que había conseguido tras más de siete años de duro trabajo.
—Gus Gus, pensé que nunca volverías —rio Bastien, sentado en mi sillón de lectura, junto al gran ventanal de mi habitación.
Me habría parecido siniestro de no ser porque se trataba de mi hermano gemelo.
—Ahora no, Bast. Necesito pensar —gruñí, sentándome en la cama para quitarme los zapatos, dándole la espalda.
—¿Dónde has estado estas últimas siete horas? Te estaba buscando cuando supe lo del contrato de...
—¿Ese que ayudaste a Agathe a conseguir? Ya. Gracias por eso, Bast —le interrumpí, volviendo a ponerme en pie, esta vez descalzo.
Necesitaba un baño caliente, en silencio, para poder estar solo con mis pensamientos. Tenía que haber algo que pudiera hacer para evitar que la compra de Louis XIX, como me habían notificado mis abogados, se legalizara ante notario.
Bast se levantó del sillón, colocándose frente a mí con el ceño fruncido.
Pobre estúpido, creía que no me daría cuenta de lo que había hecho. Llevaba encaprichado de Agathe desde que ésta le había rechazado —varias veces— en los últimos tres años. ¿Cómo iba a saber Agathe sino de aquel contrato millonario? Jonhyuck no iba a mencionárselo por nobleza y Narciso no era tan estúpido de confesar que había participado en el plan de destrucción contra Agathe Tailler.
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Tu querida Agathe
ChickLit//Segunda parte de Querido Jefe Narciso// -¿Desde cuándo hace que te estás reprimiendo? -le pregunté, deteniendo su plan de huida. Él frunció el ceño, y vi cómo apretaba los puños a ambos lados de su cuerpo, intentando mantener la calma. -No sé de...