*Nueva versión*
AMORES QUE CURAN (I)
Sam ya no le encuentra sentido a su vida y no quiere seguir luchando por encontrarlo.
A sus cortos dieciséis años, Samantha Clark, ha entendido lo que es el dolor y el sufrimiento, siendo ella presa de ambos de...
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"El mundo es oscuro, egoísta, y cruel, si encuentran incluso el más mínimo rayo de sol, lo destruye".
-Madre Gothel, Enredados.
Cada historia tiene un inicio y la mía, también tiene uno, pero, a diferencia de la de cuentos de hadas, los villanos en mi historia no son unos completos desconocidos; en mi historia fueron unos distintos, fueron quienes debieron de protegerme del mundo, no hacerme sentir amenazada por estar con ellos en el mundo.
Nunca logré terminar de comprender lo complejo que era sanar y volver a romperse; tampoco lo difícil que era sanar, nunca lo había intentado en realidad, pero cuando crees haber sanado, ves el mundo diferente, un poco mejor, más claro, más realizado, sin embargo, cuando esa luz es apagada u opacada te sumerges en una oscuridad más profunda, mucho más oscura.
Para comenzar a relatar cuando exactamente empezó a oscurecerse la mía, tendría que retroceder cinco años atrás, justo a cuando tenía once y mi madre hizo el primer comentario que, para una niña de esa edad, le empezó a afectar hasta el punto de querer ser perfecta para ella, porque quise serlo, quise ser la chica más perfecta posible para ella.
Me había pasado la mayor parte de mi vida queriendo ser suficiente para todos que ni siquiera me molestaba en ser suficiente para mí.
A decir verdad, la luz no era algo que conociera del todo, supongo que no era para mí, aunque cuando cumplí los catorce, creí que al fin la tenía, tenía esa pequeña luz que iluminaba mi vida y me hacía querer seguir adelante. Tenerla en mi vida fue como esa esperanza que me hizo avanzar un poco, pero creo que en un punto me hice muy dependiente de ello hasta el grado que al no tenerla me sentía tan vacía y sumergida en mi propia miseria a la que me habían conducido poco a poco con todos los comentarios hacia mí.
Aun podía escuchar esas voces en mi cabeza recorrerme poco a poco; nunca podría dejar de escuchar las frases que siempre me decían: «Deberías sonreír», «eres una enferma mental», «eres muy joven para estar así», «debes estar bien», «no mereces ser mi hija», «eres una ingrata». Pero ¿Cómo se está bien, teniendo una vida llena de violencia? Una vida miserable. Supongo que sabemos la respuesta a esa pregunta.
Mi vida era como ese mar furioso en donde las olas son tan fuertes que te asustan. Pero la vida, así de miserable puede traerte a personas increíbles y maravillosas, que se meten a tu corazón sin haberles dado permiso y se convierten en el arcoíris al final de la tormenta.
Mi historia comenzó ese día, el día en que mi mundo casi acababa, justo en año nuevo. Esa noche los fuegos artificiales adornaron el cielo de una manera impresionante, era noche estrellada, era una noche bastante hermosa si te animabas a contemplarla. Las risas y la alegría de la gente se escuchaban; las familias se reunían a celebrar juntos a esperas de un nuevo año.
Sentía celos de esas personas que eran felices.
La fría noche hizo contacto con mi piel, sin embargo, no sentía nada, no podía sentir nada. Estaba más enfocada en el dolor emocional que sentía en ese momento que en el frío que podía sentir, además, si agarraba una hipotermia tal vez moriría.