Sam:
Estaba sentada en el piso. Mi papá estaba con su entrenador, a un lado del ring. Mi papá no llevaba camiseta y estaba sudado. Roger, su entrenador, tenía puestas unas especies de manoplas, donde mi padre golpeaba.
¿Algún día podre pelear? ¿Seré buena boxeadora algún día? Yo sabía que era baja, que era delgada y que no tenía mucha masa muscular, pero no quería pelear igual. Mi papá siempre me dijo que podría pelear, que la velocidad era mi arma. Pero a veces, cuando entrenaba, me sentía débil y chiquita.
- ¿Quién es esa? - escuché que unos chicos preguntaban a mis espaldas. Estaban lejos, pero no hablaban especialmente bajo.
- Es la hija de Nik - dijo otro. Giré la cabeza disimuladamente y miré en su dirección. Eran seis chicos. Debían de tener dos o tres años más que yo. Todos tenían un bolso colgando en el hombro. Estaban vestidos todos similares y estaban en un semicírulo mirando como mi padre peleaba. Pero había algo extraño en ese grupo de amigos. Uno de ellos, un chico medianamente alto, de cabello marrón y ojos azules parecía fuera de lugar de alguna manera. - Tiene once años, aunque dicen que está empeñada en pelear.
El chico que habló era alto, morocho, con tez blanca y sus ojos eran de un celeste claro. Parecía el líder de su banda de amigos. Pero igualmente, mi atención se centró en el chico de ojos celeste. Parecía tímido, cerrado. Sus ojos se encontraron con los míos, y aparté la mirada de inmediato. Volví a mirar a mi padre, pero seguía escuchando lo que hablaban.
- ¿Cómo se llama? - preguntó uno.
- Samanta.
Luego todos se callaron. Unos segundos después escuché unos pasos a mi espalda. No te voltees, pensé, no queremos problemas. Mis hombros se tensaron y mis labios estaban apretados en una fina línea.
- Sam - escuché la voz del que había preguntado. No me voltee. - Te estoy hablando.
- No me importa - dije sin voltearme. Me paré, decidida a ir del otro lado del lugar. No te volt... sentí su mano presionar mi hombro y luego me obligó a darme vuelta. Sus labios estaban curvados en una sonrisa burlona.
- Dije que te estoy hablando - sonreí al escuchar eso. Me acerqué unos pasos, dejando mi cuerpo a unos pocos centímetros del suyo. Tiré mi cabeza para atrás para poder verlo a los ojos. La sonrisa no desaparecía de mis labios.
- Y yo dije que no me importaba - remarqué las últimas palabras. Su mano no soltaba el agarre. Sentí unas miradas en mi espalda, de seguro la de mi padre. Maldición, pensé.
- ¿Sam, está todo bien? - escuché la voz de mi papá.
- Si, papi - dije inocente, retando con la mirada a ese chico. Parecía enojado, incluso furioso. Mi mirada se desvió de la suya cuando vi que alguien se movía a su espalda. Era el chico de ojos celestes. Tomó del brazo al chico. De cerca, se podía notar que sus ojos eran de un celeste intenso, casi azul. Eran hermosos.
- Silver, no vale la pena, es un chiquita más - dijo mirando a su amigo. La palabra "chiquita" causó cierto enojo en mí. Cuando lo decía yo era una cosa, pero escucharlo de la boca de otra persona me enojaba. Sentí el impulso de golpearle la cara, pero no lo hice. Cuando vi sus ojos nuevamente, además de ver ese hermoso color, vi que intentaba decirme algo.
Era como si intentara decirme que no era verdad, o algo por el estilo. Parecía que estaba... defendiéndome de su amigo. Pero... ¿por qué? ¿Cuál sería el motivo? ¿Cuál era su necesidad de evitarlo? ¿Por qué era una "chiquita más"? No, no creo que sea eso.
Sentí como el agarre del tal Silver se aflojaba y luego como su mano caía a un costado. Sus ojos seguían irradiando ira, pero parecía más contenida.
- Tienes razón, Sean - Sean, ese era su nombre. El nombre del chico de los ojos azules. Miré nuevamente al chico de ojos azules. Ahora que lo notaba, parecían del color del cielo. No de ese celeste de pleno día, pero tampoco ese azul oscuro como la noche, eran algo intermedio. Era como ese momento en el que anochece, donde la luz del sol no logra poner sus tonos anaranjados, ese era el lugar. Ni muy claro, ni muy oscuro, era el color justo. Pero las emociones que representaban no eran tan vivaces como las de su color. Eso lograba apagar ese hermoso color. Era un sentimiento de soledad. Aunque no estuviera solo, sus ojos reflejaban eso. Aunque también había cierta alegría, en el momento en el que Silver lo miró, la alegría encontró sus ojos. Era como si ese chico pudiera alegrar la soledad de Sean.
Vi como se alejaban de donde yo estaba. Silver tomó su bolso, que antes había dejado en el suelo, y Sean hizo lo mismo con el suyo. Los seis chicos entraron al vestuario de hombres, uno detrás del otro, y Sean fue el último. Giró la cabeza y me miró con sus ojos azules. Para mi seguirás siendo Sean, el chico de los ojos azules que esconde secretos, pensé antes de voltearme y que él entrara al vestuario.
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Un Kiss, SamNovels