Sam:
- Mami, papi - estábamos los tres sentados en el sillón viendo la televisión. Hoy había acompañado a papá a su entrenamiento, y tenía muchas ganas de volver a ir.
- ¿Qué pasa, Sam? - la voz de mi madre era suave, como la seda.
- Quiero que papá me enseñe a boxear - los miré a ambos, y una sonrisa se dibujo en los labios de mi papá.
- ¿Por qué? - preguntó él.
- Quiero saber cómo protegerme a mí y a los otros. - sonreí.
- Pero solo tienes seis años, mi amor - dijo mi padre.
- No me importa - declaré sonriente. Estaba decidido, yo iba a aprender a pelear.
Colton:
- ¡Cállate! - se escuchó la voz de mi padre. La puerta de mi habitación estaba cerrada, pero aún así los gritos que provenían del living se escuchaban a la perfección. Podía escuchar como mi mamá lloraba mientras intentaba que mi papá se calmara. Eran las tres de la mañana, y él acababa de volver del bar.
- Tiene solo ocho años, no le hagas daño - decía mi madre entre sollozos.
- ¡Tiene que aprender a ser un hombre! - la voz de mi padre delataba lo ebrio que estaba.
Se escucharon unos pasos tambaleantes subir la escalera, y luego la puerta de mi habitación se abrió. Mi padre sostenía una botella de whiskey en una mano, y en la otra un cigarro prendido. Me escondí debajo de las sabanas, pero fue en vano. Él me sacó las sabanas y luego me obligó a pararme. Escuché unos sollozos. Giré mi cabeza y miré hacia la puerta. Ahí estaba mi madre con los ojos inyectados en sangre, la cara empapada, y con manchas violetas cubriendo su pálida piel. Ambos temblábamos levemente a causa del hombre que me tenía agarrado del codo.
- ¡Para de llorar! - gritó mi padre desesperado con la cara roja por el enojo.
Sean:
Estaba recostado sobre mi cama, mirando el techo. La casa estaba en silencio, ya que mis padres estaban fuera trabajando. No podía ir a jugar a la plaza como cualquier chico de ocho años porque siempre me encontraba solo. Nunca tenía compañía.
Las risas de los demás chicos se filtraban por mi ventana, provocando una sensación extraña dentro de mí. Me voltee, hundiendo mi cara en la almohada. Cerré los ojos y dejé que mis pensamientos se apoderaran de mí. ¿Por qué nunca están?, me pregunté por milésima vez.
Chloe:
- ¡Chloe, cállate un minuto! - dijo mi madre que estaba al teléfono. - Perdón, es que mi hija estaba molestando. - Tres... Dos... Uno... - Tiene siete años, pero debería aprender a comportarse.
Siempre lo mismo. No puedo comportarme como alguien mayor, simplemente no puede, me es imposible. Estábamos en una tienda muy elegante, mi madre tenía que comprarse un vestido para una cena de su trabajo. La chica que nos estaba atendiendo llegó con un vestido color salmón en las manos y mi madre se despidió de la persona que estaba del otro lado de la línea para sonreírle a la chica. Yo casi nunca recibía una de esas sonrisas, pero la chica que la atendía en el local, sí las recibía. Me senté en una silla resignada y vi como mi madre ingresaba en uno de los vestidores.
A los minutos salió luciendo el hermoso vestido. Ella era hermosa. Tenía el cabello castaño claro y los ojos cafés. Sus facciones eras delicadas y atractivas. Siempre recibía halagos y cumplidos sobre su apariencia. Y además, era inteligente. Era como la mujer perfecta para todo hombre.