Colton:
Nuevo barrio, nuevos vecinos, nueva gente, nuevo colegio, nuevas normas, nueva casa, nuevo cuarto, pero sobre todo, nuevos padres. Ellos me querían, se notaba en su mirada, y yo los quería a ellos. Me habían dado todas las cosas que mis padres biológicos nunca me habían dado.
Me protegían, me querían y me cuidaban.
Pero aún así, sentía que algo faltaba. Me había acostumbrado a escuchar las palabrerías y gritos de mi padre. El llanto de mi madre ya no estaba. Mi puerta ahora permanecía abierta, sin el miedo de que él entrase y me maltratase.
Salí de mi habitación y me dirigí a la cocina. Estaba solo. Anna se había ido a trabajar, al igual que Mike. Tomé una manzana y luego les escribí una nota. «Voy a dar una vuelta.» Tomé buzo y salí de la casa.
Era un vecindario tranquilo, no había muchos problemas. Lucas, el chico que vivía acá cerca, estaba entrando a una casa con dos chicas, una rubia y otra pelirroja. La rubia miró en mi dirección, pero no me miró exactamente a mí. Pero aún así fui capaz de ver el color de sus ojos. De un azul zafiro, llamativos y grandes, como dos esferas. Pero solo fueron unos segundos, antes de que Lucas la abrazara y le hiciera cosquillas. Ella rió y cerró los ojos. No sabía que sentir. ¿Eran novios? ¿Amigos? ¿Eran algo?
Seguí caminando, sin saber exactamente a donde iba. De repente, me hallé frente a un galpón, con paredes de concreto y una puerta de acero. Un chico estaba parado a unos metros de ella fumando un cigarrillo. Él me miró con sus ojos cafés, se pasó la mano por su cabello caoba y luego tiró el cigarrillo para luego pisarlo. Se acercó a donde yo estaba y me sonrió.
— ¿Eres el nuevito del barrio, no? ¿Colton Black? — yo simplemente asentí. — Se rumorea sobre vos, chiquillo. — miró la puerta que había a sus espaldas. — ¿Quieres saber que hay detrás de esa puerta? — dudé unos segundos, pero luego de pensármelo unos segundos, asentí. Se volteó y caminó en dirección a la puerta. Tocó un par de veces, y al abrirla, el dijo unas simples palabras. — Alma negra. — El hombre, que ahora se dejaba ver, le pidió que mostrara algo. El otro se levantó la camiseta, dejando ver una serie de tatuajes. El hombre asintió y lo dejó pasar, pero a mí me detuvo. — Viene conmigo — y el hombre me dejó pasar.
Al cruzar la puerta, entrabas en otro mundo. La gente peleaba, entrenaba y practicaba. Mujeres y hombres peleaban. Todo valía allí dentro.
— ¿Qué es este lugar? — mi mirada paseaba por todos los rincones del lugar.
— La primera instancia.