5: Flores que muerden

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Se me han enredado luciérnagas en el cabello, están allí desde que salí casi corriendo del centro comercial

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Se me han enredado luciérnagas en el cabello, están allí desde que salí casi corriendo del centro comercial. Se quedaron ahí porque me confundieron con la nieve que aún no cae. El movimiento no les molesta, pareciera que sintieran pena por mí. Es bueno encontrar nuevos amigos de vez en cuando.

Camino entre la multitud de humanos y algunos avins, recibo miradas extrañas, nada fuera de lo usual. Me he dado por vencida con mi teléfono, así que lleva rato apagado. La voz de Theo aún retumba en mi cabeza, el susurro de las luciérnagas me calma.

Se siente extraño tener los pies sobre la tierra, pero en la zona humana siempre prefiero no llamar demasiado la atención. Los pocos avins que veo a mi alrededor optan por lo mismo, evitan a la otra especie como si padecieran de alguna enfermedad incurable.

Atravieso un edificio de oficinas, el aire acondicionado eriza mi piel. Le sonrío al hombre de la puerta, pero él ni siquiera hace ademán de mirarme, supongo que el odio e ignorancia le han ganado a la educación.

No me considero tan distinta a ellos, de hecho, creo que paso bastante desapercibida. A veces pienso que es mi blancura la que me delata, aunque esta vez quizás andar acompañada de lucecitas voladoras no ayuda mucho.

La parte trasera del edificio es más agradable. Me alegra haber salido del entorno congelado y gris y estar de nuevo bajo el cielo azul, ¡si tan solo no hiciera tanto calor! Puedo ver el invernadero en la distancia y corro hacia él, agarrando el maletín con fuerza. Casi nadie se asoma por esta parte, así que uso un par de gotas que pido prestadas de las flores para ayudarme.

Al llegar al lugar percibo un murmullo que viene de adentro, la puerta brilla y así sé que ella me está esperando.

–¡Buenos días! –la saludo, intentando aparentar emoción.

–Elara, por favor, no traigas bichos a mi jardín –Está sentada en el suelo de espaldas a mí, pero sé que sonríe.

No lo dice por mal, suspiro y despierto a mis amigas dormidas. Se quejan un poco, pero les explico que debo dejarlas ir y salgo mientras las ayudo a desenredarse. Al menos ellas entienden, saben que no las estoy echando. Espero que me encuentren de nuevo en otro momento. Luego de eso intento alisarme un poco el cabello y sostengo con fuerza el maletín blanco, la presentación es lo primordial para ella. Y jamás quisiera hacerla enojar.

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