—¿A dónde vamos? —pregunto con miedo, jamás he visto a Ella tan descontrolada. Conduce con lágrimas en los ojos, mira a su alrededor y niega con su cabeza.
Siento que vamos a tener un accidente y terminaremos plantándonos de golpe contra algún poste. No tiene idea de qué hacer ni de dónde ir. Está desesperada y la silueta se ha marchado. ¿O sigue ahí? Una luz se enciende en el tejado de una casa, una figura brillando en la oscuridad que se mueve tan rápido como los superhéroes que Mirko adora. Y, sin pensarlo, grito.
—¡Hacia allá! —señalo la dirección que ha tomado y Ella da un respingo, pero me presta atención.
—¿Allá? ¿Qué hay allá? —Está más confundida que antes, pero al menos ahora se enfoca en el camino que le muestro.
—¿No lo ves? —Se ha marchado, solo ha quedado la estela luminosa.
—¿Qué? ¿Qué te pasa, Elara? —grita más de lo que debería, la rabia sigue hirviendo en su sangre, pero sé que es en contra de su padre.
Del pobre hombre que solo quería hablar con ella. El infeliz que no permite que estemos juntas.
—¡Las llamadas de las que traté de hablarte! Lleva semanas acosándome y quemó la casa de Mirko. ¡Estaba allí! —Las palabras salen atropelladas de mis labios, ella grita.
—¡¿A dónde?! ¡¿En mi casa?! —Acelera y ahora sí siento que nos va a matar.— ¡¿Qué hace un acosador tuyo en mi casa?!
Inhalo, pienso en qué contestarle, y exhalo. Veo un destello de luz y sé que ahí está, señalo la calle por la que ha ido y abro la boca. Sé que cuando comience no podré parar, pero he pasado demasiado tiempo ahuyentando la idea de mi cerebro.
Así que le cuento todo lo que creo, lo que ha ocurrido. Desde la destrucción de los libros en casa de Mirko hasta nuestras hipótesis de que la ha seguido es a ella.
Comienza a temblar, ¡claro que teme! Yo ni siquiera estoy en su lugar y me aterra solo pensarlo. Le cuento que las llamadas venían de Las Américas cuando ella estaba allí, de como Theo las rastreó, de mi teléfono destrozado por el virus justo me llamó.
Salimos de su conjunto residencial, es más difícil seguirlo con los edificios cubriéndonos la visión. Comienza a lloviznar y Ella se aterra, confía en mí con plenitud para decirle por dónde ha ido, teme que si se pone a buscarlo la camioneta patine y se salga de control.
«Como ella, como yo, como toda la situación que estamos viviendo en este instante.»
—¿Quién, en su sano juicio, me querría seguir desde allá? —Está susurrando, hablando para sí misma.
Veo pánico en sus ojos, como si un montón de recuerdos pasaran galopando por su mente. Abre la boca, pasmada. Quizás incluso escucho el clic en su cabeza cuando las cosas encajan, y es como si sus ojos se iluminaran y todo tuviera sentido para ella.