19: Trazos de hielo

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Inhalo, exhalo

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Inhalo, exhalo. Apenas me muevo.

Estoy consciente de cada cosa que ocurre dentro de mi cuerpo, la sangre fluyendo y los latidos de mi corazón. Intento que ni siquiera mi pecho se hinche al respirar. El aire entra por mi nariz y sale por la separación entre mis labios.

«Estoy cómoda»

Prefiero concentrarme en esto hasta que me obligue a creerlo. Ya no siento las piernas, pero mi cuerpo reposa con gracia sobre ellas.

La gran parte de mis fuerzas va a mis brazos, tiesos.

Cierro los ojos y los abro, tengo que asegurarme de que he permanecido en la misma posición. Cada vez que mis pensamientos comienzan a derivarse, vuelvo de nuevo a mi respiración.

«Es casi estar meditando.»

Con la cabeza caída hacia atrás, en medio de una danza suspendida en el tiempo.

Si hay algo más difícil que mover el agua y hacerla flotar, o desviarla; es detenerla por completo. Así como está, en medio del aire, parece una enorme masa de hielo semi-circular. Un paso en falso, una respiración equivocada y se vendrá abajo. No podemos permitirnos que eso ocurra de nuevo.

—¿En qué estás pensando?

Su voz me descompensa y estoy a punto de perder la pose. Sonrío y abro los ojos para verla, concentrada sobre la hoja de papel.

—En que tengo los dedos acalambrados —contesto, apenas moviendo los labios.

«También estoy pensando en ti, Ella. Pienso en que eres la única persona en el mundo por la que me quedaría dos horas en esta posición.

En que aún se me eriza la piel cuando recuerdo por qué me pediste que lo hiciera.»

No tenía idea de que ese sitio nos permitiría estar más tiempo juntas, de que nos daría la excusa perfecta para pasar la tarde en mi casa.

«¿Cuándo tendrás otra tarea así? Yo también quiero inmortalizarte, pero junto a los tuyos mis trazos parecen garabatos sin forma. ¿Me enseñarías a dibujar tan bien como tú?»

—¿Estás segura? —Ríe al preguntármelo y yo hago acopio de todas mis fuerzas para lanzarle un par de gotas a modo de protesta.

—¡Me voy a empapar de nuevo! —susurro entre dientes, ella saca la lengua— ¡Basta!

Río, mi abdomen se afloja y ocurre lo que temía. El agua cae sobre mí, el vestido que Mirella me prestó se moja de nuevo y me encuentro de pie en el charco de lo que antes venía siendo una obra de arte. En un segundo pierdo el equilibrio y caigo, con mis piernas comenzando a despertarse.

Ella se ríe tanto que comienza a agarrarse el estómago, yo la acompaño, arrastrándome por el suelo hasta llegar a la silla en la que se sienta.

La neblina que nos rodeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora