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Podrían haber pasado siete siglos, y todavía recordaría su manera característica de comer muffins. Siempre desde abajo, engulléndolos de adentro hacia afuera, porque afirma que la parte superior es mucho más rica. No se lo refuto. Yo me como el mío de manera normal mientras intento recordar la última vez que me sentí tan llena de vida, y ni siquiera se me cruza por la mente.
Está cambiada y a la vez es igual, su cabello es kilómetros más largo que antes, y es más alta y ancha, pero sus mejillas infladas son las mismas, también sus ojos. Su voz, su sonrisa. ¡Todavía no puedo creer que esté viéndola frente a mí, en carne y hueso!
Por momentos pensé que era un sueño, una ilusión de algo que había podido llegar a existir si no me hubiera dejado.
Pero no, Mirella es real y está aquí frente a mí comiéndose su muffin al revés. Sentada en un columpio mientras lo mece con sus pies apoyados en el suelo y me ve como si tuviera algo raro en la cara.
Todo es real, desde su acento hasta la punta de sus pestañas. Ya no está húmeda, pero sigue con el vestido pegado al cuerpo. Todavía lleva el collar, no lo ha tocado desde que se dio cuenta de que yo era yo, y yo me di cuenta de que ella era ella.
—Deberíamos aprovechar que hoy es mi último día libre —Interrumpe mis pensamientos, sé que estaba hablando antes, pero andaba muy ocupada tratando de creerme lo que está ocurriendo.
—¿Último día? No entiendo. —La miro extrañada y siento un nudo en el estómago, esa palabra no me gusta y la realidad me da una bofetada. Demasiado hermosa para ser verdad.
—Mañana empiezo clases, a las siete.
—¿Clases? ¿En Las Academias? —Estoy apunto de devolver lo que acabo de comer.
—En una de ellas, Panorama.
He visto los edificios varias veces, creo que es el blanco. No sé qué hacen ahí dentro, nunca antes me había interesado. Sé lo del estrés que generan y lo mucho que los humanos las detestan. Pensar que Ella tendrá que lidiar con eso me molesta. ¿Lo sabrá ella?