Tras puertas cerradas

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Redding, California

1898

Sofia Alvarita Cervantes Rosado se sienta en el salón del Sr. Takashi Shirogane con el distintivo sentimiento de que no debería estar ahí.

Esta sola en el sofá rojo, sudando a través de su vestido de percal con el calor del verano. Varias pinturas de oleo en marcos dorados le observaban con frio rechazo, y aunque ya era bien pasada la tarde, las pesadas cortinas de terciopelo estaban bien cerradas sobre las espaciosas ventanas. La habitación era iluminada únicamente por unas cuantas lámparas de aceite, llenaban el cuarto con el olor a sulfuro y emitiendo alargadas sombras danzantes sobre las paredes.

Había estado esperando por lo que se sentía como una pequeña eternidad cuando la pesada puerta de caoba se abrió y para su sorpresa su posible patrón apareció. Sofia no sabía que se estaba esperando, pero no era aquel guapo, elegante, desconcertante hombre joven que la recibió.

"Hola," dijo en una profunda voz aterciopelada con ningún acento en absoluto. Había una larga cicatriz marcada sobre el puente de su nariz, del color de los marchitos pétalos de una rosa. "La señorita Marisol me dijo que estas en completa necesidad de un empleo."

Rápidamente se levantó, sintiéndose diminuta y tonta bajo los aprensivos ojos helados. "S-sí, señor, Sr. Shirogane, señor. El hombre del pueblo dijo que nadie más estaba contratando, señor, asi que, lamento molestarle, pero me ha enviado con usted entonces –"

"Entonces soy la última opción." Ladeo su cabeza, y tomo asiento en la gran silla opuesta al sofá. Ella le observo nerviosa, aun de pie. Esta era una reunión extraña, y bastante informal, decidió. Los patrones solían enviar mediadores; ellos no contrataban a las criadas por su cuenta. Esto parecía demasiado personal.

Rápidamente recordó al jefe que intento ponerle las manos encima a su madre y tembló, orando silenciosamente para no encontrarse el mismo destino aquí.

"No, señor," susurró. "Justo la única opción, señor."

"Tienes miedo." Suspiro él. "¿Qué dicen de mi en la ciudad hoy en día? Adelante, está bien que me digas."

Ella trago. "Que...podría ser un criminal, señor; parte de la mafia."

El Sr. Shirogane se recargo en su asiento y elevo una ceja inquisitiva. "Poco original, aunque intimidante."

"Y un demonio, señor," añadió ella, apenas audiblemente, sus brazos fijos firmemente a su costado.

"Un demonio," repitió él y río. "Siéntese, Señorita Sofia. Veo que es una mujer de fe." Ella toco la deslustrada cruz de plata en su cuello y asintió firme. "Si, señor. Soy católica. ¿Es...es un hombre de fe, señor?"

"No," dijo el Sr. Shirogane. "No se práctica el catolicismo de dónde vengo, y desafortunadamente, si hay un dios, no ha hecho saber de su presencia en mi vida."

Ella jadeo. "¡Pero claro que hay un dios, señor!"

"Mm." El negó la cabeza. "Señorita Sofia, quisiera ofrecerle una posición en mi hogar, pero me veo obligado a advertirle que esta propiedad es inusual en muchos modos. Vera cosas extrañas aquí y por su propio bien, debo hacerle prometer que no discutirá tales acontecimientos con nadie más. ¿Lo entiende?"

¿Qué elección tenía? "Si, señor," susurro. "Comprendo."

"Bien." Se levanto de la silla e inclino su cabeza hacía ella. "Deberá trasladarse a la habitación de los criados cuanto antes; la señorita Marisol le dará un recorrido. Y, ¿Señorita Sofia?"

"¿Si, señor?"

Le dirigió entonces una mirada que recordaría por el resto de su vida, ya que fue la única vez en que vio tanta gentileza en sus ojos. "No hay necesidad de temer aquí. Este lugar podría parecer intimidante al principio, pero créame cuando digo que es uno de los sitios más seguros en varios kilómetros. No sufrirá daño alguno en mi hogar."

El Huracán En Sus VenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora