✺Ante la luz desvaneciéndose

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No te dirijas dócilmente a aquella noche quieta,

La vejez debería arder y delirar al final del día; enfurezcan, enfurezcan ante la luz desvaneciéndose.

Aunque los hombres sabios en su fin saben que la oscuridad es justa, 

porque sus palabras no han cortado ningún rayo, ellos No se dirigen dócilmente a aquella noche quieta.

Los hombres buenos, en su final, llorando por cuan brillante

sus frágiles actos podrían haber celebrado en una verde bahía, enfurezcan, enfurezcan ante la luz desvaneciéndose.

Los hombres locos quienes atraparon y al sol cantaron en vuelo, 

y comprendieron, muy tarde, que lo afligieron en su recorrido, No se dirigen dócilmente a aquella noche quieta.

Los hombres solemnes, cercanos a la muerte, quienes observan deslumbrados

que sus ciegos ojos podrían relucir como meteoros y ser felices, enfurezcan, enfurezcan ante la luz desvaneciéndose.

Y usted, padre mío, en el triste apogeo, 

maldíceme, bendíceme, ahora con feroces lágrimas, yo rezo. No te dirijas dócilmente a aquella noche quieta. 

Enfurezcan, enfurezcan ante la luz desvaneciéndose.

- Dylan Thomas

Keith apenas podía recordar lo que era ser un humano.

La mayoría del tiempo, no se fijaba en ello. Su vida humana había sido, como dirían unos, repugnante, ordinaria, y corta. Había temido cada día en el orfanato, temía a las monjas, evitaba casi a todos los otros niños, y aprendió a odiarse a sí mismo nuevamente cada vez que abría una biblia.

Luego de que Adelita muriera, no encontró felicidad en la fábrica, el horrible pesar y terror que sintió al descubrir su enfermedad solo fue mitigado por Henry, pero incluso él le trajo dolor a Keith. Había sido una vida siendo dolorosamente consiente de que jamás podría tener lo que deseaba más que nada; jamás podría ser realmente feliz, y lo había aceptado con un tipo de mitigada rendición hasta que Shiro lo encontró muriendo en aquel oscuro callejón y cambio la trayectoria de su futuro para siempre.

Pero algunos días...algunos días Keith se quedaba despierto preguntándose por lo que había olvidado. Preguntándose lo que era sentir el mundo a su alrededor mundanamente, simplemente – sin sentidos ampliados, sin curación acelerada, sin lazo a su sire, y con habilidad a envejecer. Preguntándose lo que se sentía no tener colmillos, no tener garras, orejas puntiagudas, sin ojos relucientes. Incluso de pie en frente de un espejo, luciendo tan humano como le fuese posible, no se sentía igual. Eso lo sabía bien, al menos.

Desistió de intentar recordar el sabor de la comida hace mucho. Lo extrañaba. Valía la pena alimentarse de ciervos para evitar tomar una vida humana, pero no había variedad. Todos los ciervos sabían igual, más o menos. No como los humanos.

No como Lance, cuya sangre hacia a Keith recordar vívidamente, al menos unos segundos, todo lo que había perdido al transformarse. No las memorias, exactamente, mas como la sensación de estar vivo; porque, aunque los humanos vivían por lapsos breves, dios, vaya que vivían– Lance era efímero, mortal, pero era una luz que podría brillar tanto como pudiera en aquel corto tiempo que tuviera para hacerlo.

El Huracán En Sus VenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora