✺Estrellas, escondan su fuego

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Estrellas, escondan su fuego;

No permitan a la luz ver mis oscuros y profundos anhelos.

Que el ojo no mire obrar a la mano, pero aquello que deba hacerse

a lo cual teme el ojo, ya hecho, deba enfrentar.

- Macbeth

Redding, California.

Miércoles, septiembre 13, 1909

Había desarrollado un odio a la noche.

Alguna vez, antes, mucho, mucho tiempo antes, había disfrutado la fría oscuridad del mundo una vez que el sol se hundía bajo el horizonte. Había pasado muchas noches mirando al cielo, intentando encontrar constelaciones que reconocía en casa, sonriendo cuando finalmente lograba descifrarlas - eran un enlace a su antigua vida, una forma de ayudarle a olvidar la tierra extranjera a la que fue arrastrado contra su voluntad.

Pero ya no más. Ahora, Shiro no encontraba gozo en las blancas luces frías que muy poco iluminaban la incluso más fría noche. No es que necesitase iluminación - podía ver perfectamente en la oscuridad, mejor que incluso en el día. Si, por mucho que lo odiara, se había convertido en una criatura de la noche; uno de aquellos monstruos de los que las madres advertían a sus hijos al asustarlos para dormir.

Y con buenas razones. Shiro odiaba la noche porque era cuando era forzado a sucumbir a sus instintos y alimentarse. En el día, podía la menos pretender que era algo más que una bestia homicida, pero ahora...ahora, tenía que aceptarlo, o morir lentamente de hambre y locura. Aprender como cazar había tomado un tiempo, pero de este Shiro no carecía.

Durante su tiempo con los Galras - que no era una época sobre la que le gustase reflexionar por demasiado - no había tenido necesidad de cazar. Le arrojaban presas - humanos, tenía que recordarse - como las sobras a un perro salvaje. No tenían a donde correr en la arena.

Pero en la ciudad, con suma facilidad todos podían escapar como ratas. Si eran inteligentes, corrían hacia otros humanos, donde estaban a salvo - Shiro no se arriesgaba a atacar grupos. Pero si eran tontos, lo cual muy seguido era el caso, corrían sin algún destino en mente más que huir.

La clave, Shiro descubrió, era evitar que huyeran en primer lugar.

Sabía que los Galra que cazaban en otros sectores de la ciudad usaban su poder para someter humanos, generalmente sin reflexionarlo mucho. Pero Shiro creía que era trampa. Era más sencillo si veía la cacería como un juego en su mente, e intentaba hacerlo tan justo como fuese posible.

No se alimentaba de los enfermos o heridos. Su sangre era inferior de los sanos y fuertes de todos modos. Solía acechar a los humanos por varias calles, y darles la oportunidad de percatarse que estaban en peligro. Si escuchaban sus instintos y avanzaban rápidamente hacia un bar o una tienda cercana, Shiro los dejaba en paz. Pero si continuaban andando, o doblaban por una esquina y caminaban por una calle vacía...no dudaba más.

El único momento en que usaba su control era después. Si el humano seguía con vida - eso pasaba la mayor parte del tiempo, Shiro pensaba en que - les hacía olvidar. Olvidar que había sucedido, olvidar su rostro, olvidar las mordidas que había dejado en ellos. Ellos se ponían de pie y vagaban lejos atontados, como si hubieran sido drogados. En cierto modo, Shiro suponía que lo habían sido.

Esta noche era justo como cualquier otra. La ciudad era un laberinto de esquinas oscuras y siluetas sombrías, todas ellas tramando algo malo, algunas más que otras. Shiro no había comido en un tiempo - intentaba extender el lapso entre cazas tanto como fuese posible, pero sabía que había un precio que pagar si esperaba demasiado. Su víctima esta noche probablemente no fuese a sobrevivir...necesitaba más sangre que normalmente; podía sentir el hambre royendo su estómago y arañando su camino hacia su seca garganta como una serpiente punzante.

El Huracán En Sus VenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora