Extra 2 🤖

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Extra 2


Pasaron como seis meses durante los cuales, pensé que aquella visión había sido producto del cansancio o que quizá se trataba sólo de una mujer muy parecida a ella.

—¡Hijo, ¿cómo estás?! — me saludó la madre superiora con un efusivo abrazo y un beso — ¡Qué gusto tenerte por aquí!

—Hola, madre. Vine a traerles algo de diversión y esparcimiento a los niños.

Señalé a los artistas que venían detrás de mí.

—¡Ay, qué bendición tan grande! ¡Se van a alegrar mucho!

Asentí.

—Dígame, ¿les llegó la transferencia que hice la semana pasada?

Ella juntó las manos y suspiró con alegría.

—Sí, hijo, y no sabes cuánto te lo agradecemos. Compramos ropa nueva para los niños, útiles escolares y ya pagamos la contratación de los alimentos durante el resto del año. Gracias a Dios que pone personas tan bondadosas como tú en nuestro camino.

—Ha sido con mucho gusto.

Fuimos hacia el patio trasero donde los niños estaban jugando. Como era domingo, estaban libres de escuela y podían corretear libremente por todas partes.

En cuanto me vieron, se arracimaron en torno a mí y por poco me derrumban, como habían hecho una vez. Les presenté a los artistas y amenizadores infantiles. Algunos hacían cola para que les pintaran el rostro, otros para que les dieran un globo con alguna forma curiosa y muchos participaban de las carreras y dinámicas físicas.

Victoria, como siempre, permanecía apartada de todos los demás. Estaba pintando con los dedos en un trozo de papel gigante que uno de los artistas le había dejado. Me enterneció el corazón profundamente ver que a su lado estaba la espada de palo que yo le había regalado la última Navidad. Las niñas pidieron vestidos, muñecas y juguetes muy comunes, pero ella quiso una espada. La madre superiora me dijo que había sido todo un problema porque iba con ella a todas partes y nunca la dejaba, ni siquiera para comer o ir a clases. Yo le aconsejé que le permitiera a Victoria tener la espada con ella, siempre y cuando no agrediera o molestara a los demás niños con ella.

Victoria no era agresiva, pero se había aferrado a ese objeto como si fuera un oso de peluche o una cobija muy especial. Era su manera de sentirse segura y puede que también, querida.

—Hola, Victoria.

Ella se giró hacia mí y me sonrió. Ya sabía que yo había llegado gracias a todo el alboroto, pero nunca iba a saludarme en tromba como los demás niños. En parte porque no podía y también porque era recelosa y muy tímida. Pero eso no evitó que me tendiera los brazos para hacerme saber que quería ser abrazada. Como estaba tendida en la hierba, yo me arrodillé frente a ella para poder rodearla.

Me tomó alrededor de un año ganarme su cariño y su confianza, pero bien que valía el esfuerzo. Victoria era una pequeña de ocho años que había sido llevada por sus padres al hospital cuando una mina estalló y ella resultó herida. Vivía en un territorio rural muy alejado conocido por ser escenario de grupos armados que a menudo combatían indiscriminadamente por tierras y lindes. Victoria había perdido su piernita derecha como consecuencia, pero lo más devastador del asunto fue que sus padres nunca volvieron por ella. Quizá tuvieron miedo de ser señalados como responsables por lo ocurrido o simplemente fueron amenazados, ya que ellos habían denunciado el caso.

—¿Puedo pintarte la cara? — inquirió ella con su acritud y seriedad de siempre.

Yo me senté frente a ella sobre la grama y giré mi rostro para enseñarle la mejilla izquierda. Ella negó con la cabeza rotundamente.

El Bello Y Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora