8
—¿Por qué no?
—Porque es tu celular, Ángel. Tú lo perdiste, así que es tu deber hablar con esa chica y agradecerle por traerlo hasta aquí. Tienes que poner la cara.
Yo abrí la boca y él alzó una mano.
—Te juro que si se te ocurre hacer una broma al respecto, te quito el celular una vez te lo entreguen.
Resoplé y me llevé las manos a la cabeza.
—No voy a ser capaz de hablarle, papá. Es una chica. Por eso preferiría que la recibieras tú.
—Pues ya va siendo hora que enfrentes esa clase de situaciones — contestó sin inmutarse —. No estarías pasando por esto si hubieras ido a un colegio público, donde habrías aprendido a socializar estando rodeado de muchachos y muchachas de tu edad.
—Claro, yo habría estado en medio mientras ellos me lanzan cosas y me toman fotos.
—Eso no puedes saberlo.
—No hay que tocar un arma para saber que dispara. Es algo apenas obvio.
El timbre sonó en ese momento, antes de que papá tuviera oportunidad para replicar.
—Yo abro, pero tú vas a atenderla — me advirtió en tono severo.
Comencé a respirar con dificultad, tragué saliva con fuerza y me retorcí las manos. Esto no saldría bien. Al final iba a resultar que los estúpidos psicólogos habían tenido razón y haber estudiado en casa me había incapacitado para interactuar con la gente. No. Mi cara era la que me había incapacitado para interactuar con la gente.
Escuché la misma voz suave y firme de la cafetería, ésta vez saludando a mi papá. Él la invitó a pasar.
—¿Tuviste problemas para encontrar la dirección? — le preguntaba él mientras avanzaban hacia la sala.
O al menos eso suponía yo. Mi vista estaba clavada en la superficie de la mesa.
—Un poco, sí, para ser sincera. Soy nueva en esta ciudad y apenas me estoy familiarizando con los lugares.
—Espero que no te hayas perdido. Mi hijo es experto en eso.
Sus voces se oían mucho más cerca.
—¿Ustedes también son nuevos?
—No, para nada. Toda la vida hemos vivido aquí.
—Tiene una casa muy bonita, señor...
—Ignacio.
—Señor Ignacio.
El tono de la voz de esa chica era como miel y el sólo escucharla me producía un efecto sugestivo muy extraño, como cuando mis canciones favoritas se reproducían a través de los auriculares y mi piel se erizaba.
—Este es mi hijo Ángel.
Mi papá carraspeó, seguramente para llamar mi atención.
—Hola, cabeza de Ángel. Yo soy Samantha.
Esa forma tan particular de saludar logró lo que mi papá no; me hizo levantar el rostro, aunque de forma involuntaria. Era como si a pesar de mis miedos y mi ansiedad, a mi cuerpo no le quedara de otra que obedecerle a ella. A una desconocida.
Cuando la miré por fin, la encontré sonriéndome, con la misma expresión desenvuelta y para nada escandalizada con que me observó en la cafetería.
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El Bello Y Las Bestias
RomanceMi vida es tranquila, solitaria y aislada como la de un ermitaño. Alguien con mi apariencia no puede ir mostrándose por ahí como si nada. Mi nombre es Ángel pero tengo cara de monstruo. La esperanza de tener amigos fue desapareciendo con el pasar...