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—¡¿Ángel?!

Escuché esa voz dulce y conocida llamándome con desesperación.

—¡Ay no, Jordan! ¡No se mueve! ¡Hay que llevarlo a un hospital!

—Ya cálmate — siseó él —. Está respirando y fíjate que sí se está moviendo.

Me dolía la cabeza, pero estaba intentando levantarme.

—¡Ángel! — chilló Sam con alegría — ¡¿Estás bien?! ¡¿Te duele algo?! ¡Habla, por favor!

Parpadeé varias veces antes de poder abrir bien mi ojo. Las manos de Jordan estaban plantadas sobre mi pecho.

—Estoy bien — contesté con la voz rasposa —. Sólo... déjenme levantarme.

—Es mejor que te quedes quieto. No sabemos si tienes alguna contusión grave o algo.

—¿Y es que ahora te crees médico? — logré sonreírle a Jordan — No tengo nada. Voy a levantarme. Estamos en medio de la calle y no tengo ganas de ser atropellado otra vez.

Algunas personas se habían reunido para observar lo que ocurría.

Como no pudieron convencerme, Jordan y Samantha me ayudaron a ponerme en pie y me depositaron sobre el césped que dividía el andén de la calle. Una vez allí, me revisé el codo izquierdo y las rodillas porque me dolían mucho. Sólo tenía raspaduras leves, aunque la del codo era algo más grande y un hilillo de sangre brotaba de ella.

Samantha encendió la linterna del celular y Jordan exploró mi cabeza con atención, removiendo el cabello. Luego examinó mi rostro palmo a palmo.

—Sigo teniendo la misma cara, Jordan — comenté —. El accidente no iba a arreglar eso. Ya deja de jugar al médico.

—No tiene heridas aparentes — masculló sin prestarme atención — ¿Qué dices, Sam? ¿Lo llevamos a un hospital?

Ella se había inclinado frente a mí y me miraba con preocupación.

—Creo que es lo mejor.

—Nada de eso — espeté yo —. Si tuviera una conmoción, ya lo sabría porque mis funciones cerebrales se verían afectadas y no podría mover mis dedos — los alcé —. Si vamos a un hospital, Rosa y mi padre van a angustiarse. Tampoco quiero meter en problemas al conductor.

Jordan apretó los labios.

—El muy hijo de puta se largó, luego de arrollarte. Pero memoricé la placa.

Negué con la cabeza.

—Esto no es grave. No iba a gran velocidad de todos modos. Limpiaré las heridas con alcohol y todo estará bien.

Jordan resopló.

—¿Alguna vez vas a preocuparte por tu salud o tu vida? ¿O tienes que verte medio seso afuera para considerar necesario ir a un hospital?

Como él estaba de pie, tuve que alzar el rostro para mirarlo.

—Pasé por cuatro cirugías, Jordan. Estuve hospitalizado durante casi seis meses. Yo sabré cuándo necesito ir a un hospital y ahora no lo necesito.

Él soltó un hondo suspiro.

—Está bien, ¿entonces qué quieres hacer?

—¿Puedes pedir un taxi que me lleve a mi casa?

—Yo lo pediré — se ofreció Samantha.

Desapareció de mi vista. Entretanto, Jordan me ayudó a levantarme con mucho cuidado.

El Bello Y Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora