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Jordan y Samantha enmudecieron en cuanto les mostré los brazaletes que había comprado para ellos.

—Pueden elegir el que más les guste — señalé —. Supongo que el rosa puede ser para Samantha. No porque sea chica sino porque es uno de sus colores favoritos.

—Ni hablar — masculló Jordan tomándolo de mis manos —. Este es mío. A mí también me gusta el rosa.

Samantha soltó una carcajada y se acercó a él para ponérselo.

Quedaban dos. Uno era plateado y el otro dorado. Ella señaló el dorado para que yo se lo pusiera.

—¿Qué significado tienen? — inquirió Jordan mirando el brazalete con una expresión de admiración.

—Yo estaba buscando uno de tres hojas que nos representara a nosotros, pero la chica que me los vendió dijo que el trébol de cuatro atraía la suerte.

Samantha tomó el brazalete plateado que quedaba y me lo puso.

Jordan me miró con sus ojos negros brillantes. El maquillaje se le estaba regando un poco, agregándole más dramatismo a su expresión. Se parecía a Tim Curry en The Rocky Horror Picture Show.

—¿Podemos darte un beso? — preguntó — Lo digo en mi caso, porque Samantha ya tiene pasaporte para hacer eso cada vez que quiera.

Asentí con una sonrisa.

El contacto físico era una cuestión con la que todavía estaba lidiando y aunque gracias a Samantha había empezado a soltarme en esa parte, no pude evitar tensarme cuando ellos me plantaron un beso en la mejilla, como hicieron el primer día que los conocí.

Era hermoso sentirse querido, en especial tratándose de alguien acostumbrado al aislamiento y a que los demás sólo lo miraran o lo tocaran para hacerle daño. Todavía tenía resentido el pómulo del golpe que me había dado Jimmy, y me había salido un moretón enorme en las costillas que me dolía cada vez que respiraba. Pero fue un alivio saber que no tendría que ir al hospital.

Anduvimos un rato más, lejos ya de la feria y de todo el tumulto de gente. Samantha volvió a tomar mi mano. Estaba fría. Recordé entonces que había comprado algo más y le tendí la bolsa que llevaba en la otra mano.

—Esto te protegerá un poco del frío — comenté.

Samantha parpadeó y me miró con una emoción febril, parte tristeza y parte ternura. Sacó un suéter rosa y lo extendió para verlo mejor.

—¿Lo compraste para mí? — inquirió con los ojos muy abiertos, brillantes.

Encogí los hombros y asentí. No entendía por qué eso le parecía tan increíble.

El Bello Y Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora