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Oscilando entre la consciencia y la inconsciencia, escuchaba voces, así como ruidos de pasos que se precipitaban escaleras abajo una y otra vez.

Sin embargo, logré despertar del todo cuando el agua cayó en mi rostro.

Abrí mi ojo de golpe debido a la sorpresa, pero me costó un poco más alzar el rostro. Me dolía el cuello terriblemente, eso por no mencionar que sentía la frente entumecida. Vi unas pocas gotas rojas que habían manchado mi camiseta gris. Era mi sangre.

—El feo durmiente se está despertando por fin — canturreó la voz grave de Marco. Lanzó al suelo el vaso vacío que tenía en la mano.

Quise llevarme las manos al rostro para saber por qué sentía la mejilla derecha rígida, como pegada. Pero mis brazos estaban estirados por encima de mi cabeza y cuando la levanté, comprobé que tenía las manos atadas. La cuerda estaba entrelazada entre los barrotes fijos en la base de la chimenea que adornaba la sala.

Marco se agachó delante de mí.

—¿Ni siquiera vas a intentar gritar? La mayoría gritan, suplican y hasta rezan. Hubo uno que se meó en los pantalones y todo.

Yo observé los maletines que estaban detrás de él y que contenían mis dos computadores, el de papá, mis cámaras y unas reliquias de plata y bronce que él tenía para decorar su despacho. También había dos fajos de billetes, seguramente los encontraron en el despacho de papá. A él le gustaba guardar ese dinero ahí por si se presentaba alguna emergencia.

Tyler bajó corriendo en ese momento.

—¡Mira lo que encontré, Marco! — dijo con cara de alegría inmensa.

Le tendió a Marco las alianzas de oro de mis padres, con las que se habían casado hacía más de veinte años. Papá usó la suya durante cinco años, pero luego la guardó celosamente en un cofrecito que tenía en su tocador. Yo sabía que formaba parte de su ritual matutino sacar la alianza de mamá y contemplarla durante un largo instante. Quizá era algo que también hacía en la noche. Aunque en más de una ocasión sentí deseos de pedirle a papá que me dejara tocarlas o al menos verlas, me contuve porque sabía que era algo sagrado para él. Quizá me habría dejado, pero comprendí en lo más profundo de mi ser que sólo a papá le pertenecían, así como sólo a mí me pertenecía la fotografía de mamá que guardaba bajo la almohada.

Marco cogió las alianzas y las metió en el bolsillo de su chaqueta sin mirarlas siquiera.

—¿Qué hay de las llaves de la camioneta?

—Todavía no las encuentro — contestó Tyler —. Deberías preguntarle a él dónde las guarda.

Marco le dedicó una mirada glacial, cargada de fastidio y repugnancia.

El Bello Y Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora