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—¿Una feria?

Jordan y Samantha asintieron.

—¿Ustedes quieren ir a una feria? — insistí con más estridencia — ¿Conmigo? ¿Es en serio?

—Claro, Ángel — sonrió Samantha — ¿Nunca has ido a una?

Negué con la cabeza.

—Son geniales. Hay tiendas, vendedores, algodón de azúcar, artesanías y todo tipo de chucherías innecesarias muy llamativas.

—Apuesto a que sí, pero, ¿alguno de ustedes ha escuchado la expresión "monstruo de feria"? Si vamos a un sitio de esos, no me van a dejar salir. Es como la Comic Con de los fenómenos.

Jordan encogió los hombros.

—Esos eran los Cirque Du Freak y ya no queda ninguno tristemente — torció los labios con verdadera pena —. Sin duda nos habrían dado mucho dinero por ti. Esos monstruos sí se ganaban la vida y sabían sacarle provecho a su condición. Los circos ya no son lo que eran.

Yo suspiré.

—Está bien. Vamos a ir — acepté finalmente —. Pero entiendan que todo el mundo se va a quedar mirándome.

—Eso no nos molesta más a nosotros de lo que te molesta a ti, hermano.

Rosa carraspeó. Estaba parada en el umbral. Respetaba mucho mi privacidad y sólo entraba a mi habitación para organizarla.

—Tu padre ya va a salir para el aeropuerto, Ángel.

Esa vez, tampoco se molestó en saludar a Jordan y a Samantha, a pesar de que era muy educada y cortés con todo el mundo, incluidos los domiciliarios que iban a La Cueva.

—Voy a despedirme de papá — les avisé —. Ya vuelvo.

Papá me había anunciado dos días atrás que iba a salir de viaje durante una semana completa. Samantha me había escrito ese mismo día para hacer planes con Jordan. Mi "Sí" salió de forma tan inmediata que el Ángel de hace una semana, no se lo habría creído. Todo se lo atribuía, como siempre, a la seguridad y la naturalidad con que ellos planteaban los ofrecimientos, como si fuéramos amigos de años y estuviéramos acostumbrados a salir cada rato. Me hacían sentir que pertenecía a su tribu selecta, que era uno más de ellos.

Corrí escaleras abajo con la alegría intempestiva de un niño. Y de eso se trataba precisamente. Gran parte de mi niñez me había sido arrebatada, junto con toda mi adolescencia. Ahora estaba viviendo ambas etapas de forma vertiginosa, acelerada, como el que se queda atrasado en medio de una carrera y tiene que alcanzar a los otros que ya le llevan bastante ventaja. Mi corazón estallaba y retumbaba de alegría por mil razones. Por fin tenía amigos, había experimentado el exterior gracias a ellos, a mi padre le estaba yendo muy bien en su trabajo y él y Rosa estaban juntos. También podía decir que ya había besado a una chica, y no a una cualquiera.

Toda esa dicha era la que me hacía moverme como subido en una nube, creyendo que yo soñaba o alucinaba porque no había forma de que fuera más feliz. O al menos así lo veía yo hasta ese entonces.

Una sorpresa me esperaba en el jardín para traerme de regreso a la realidad y recordarme cómo funcionaba el mundo.

Salí de la casa y encontré a papá parado en el andén que delimitaba el jardín. A su lado había un par de maletas elegantes con rodachines.

Me eché sobre él y lo abracé sin mediar palabra. Él me regresó el gesto con la tensión inicial de costumbre, pero pronto me rodeó con cariño.

—Veo que estás muy contento — observó contra mi oído — ¿Es porque me voy? ¿Planeas organizar una fiesta a mis espaldas?

Me separé de él.

—¿Ya estás aprendiendo a bromear?

Él sonrió.

—Algo se me tenía que pegar de ti.

—Vine a despedirme, papá — le dije en tono sincero y afectuoso —. No voy a verte en muchos días y... quería que supieras que voy a extrañarte mucho.

—Yo también voy a extrañarte bastante. Rosa se quedará hoy contigo, pero su hijo se gradúa mañana de la secundaria y le di permiso para que pasara el día con él — me miró con seriedad — ¿Estarás bien solo? — resopló — Por supuesto que sí. Se me olvidaba que ahora tienes amigos.

Yo asentí con una sonrisa abierta que no pude ocultar.

Papá puso una mano sobre mi hombro.

—El proyecto que vengo desarrollando con la empresa desde hace meses es muy importante, por eso voy a presentarlo en la capital ante unos inversionistas muy acaudalados — explicó —. Mi jefe me dio un adelanto de la concesión, que ya casi está firmada, y me dará la otra parte cuando yo haga la presentación y cerremos el trato oficialmente. La mitad de ese dinero irá a tu cuenta. Sólo quería que lo supieras.

Yo dejé caer los hombros y lo miré con tristeza.

—No hagas eso, papá. Emplea ese dinero para ti. Puedes viajar, que nunca lo haces a menos que sea por trabajo. Lleva a Rosa a una de esas islas privadas que alquilan por días y donde los masajistas se paran sobre tu espalda o te ponen piedras hirviendo. Los dos se merecen unas vacaciones eróticas por ese estilo.

Papá soltó una carcajada.

—Quizá algún día lo hagamos. Pero tú y Danilo vendrían con nosotros desde luego. Tú nunca has salido del país y no conoces la playa tampoco. Me encantaría que te diera el sol un poco, pareces un queso.

—Y sigues con las bromas.

—Hagamos una cosa — dijo con su mano todavía en mi hombro —. Cuando yo regrese, vamos a planear el itinerario de unas vacaciones como tú las quieres. Conozco varias agencias y destinos turísticos muy bonitos.

Yo me eché hacia atrás.

—Haces bromas, quieres viajar, sonríes... ¿Te cambiaron por otra persona sin que yo me enterara, como en El Sustituto, o así de grande es el efecto que Rosa ha ejercido en ti?

—Tú también estás mucho más optimista y abierto — señaló —. No sé qué te han hecho esos chicos, pero les estoy muy agradecido por ello.

Un taxi se detuvo enfrente de nosotros.

—Bueno, ya debo irme. Te quiero, Ángel.

—Y yo a ti, papá. Mucho.

Él me sonrió y empezó a meter las maletas en la cajuela del taxi. Se subió y me miró a través de la ventana con una expresión cálida. Yo me quedé en el andén un instante mientras veía el taxi voltear en la esquina.

—Hola, engendro.

Me di la vuelta. Había un chico a pocos pasos de mí a quien no conocía. Era alto y atlético como Jordan. Tenía a sus pies un bote grande de lo que parecía ser pintura o pegamento. No me tomó mucho tiempo entender que debía correr.

Pero cuando intenté hacerlo, una mano me sujetó de la camiseta y me aventó contra el suelo sin contemplaciones. Yo me giré como pude.

—No sabes lo mucho que he tenido que esperar para cogerte solo y fuera de tu casa, monstruo.

A él sí lo reconocí. Era Jimmy, el hermano mayor del niño que se había lastimado la rodilla. 

El Bello Y Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora