Extra 3 🤖

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Extra 3


—¡Mi hermosa Victoria! — chilló Rosa con alegría mientras la estrechaba con ternura — ¡Qué alegría verte!

Victoria le dio un beso en la mejilla y le sonrió con timidez. Quería a Rosa, pero aun así, no soltó mi mano en ningún momento. Ya era suficiente triunfo haber logrado que dejara la espada en el departamento.

Llevaba un mes y medio viviendo con ella. Por fin me habían concedido la adopción un mes después de haber ido al hogar.

—Hola, Victoria — la saludó mi padre con más formalismo.

Eran puras patrañas desde luego. Los dos eran de lo más sentimentales entre ellos. Mi papá estaba loco con ella y Victoria lo adoraba porque él le hablaba y la trataba como si fuera una adulta. La llevaba de paseo y visitaban lugares elegantes como teatros y museos, algo que a la gran mayoría de las niñas les hubiera resultado aburrido.

Sin embargo, sí que los había sorprendido en una ocasión en plena sesión de cosquillas. Eso era un avance enorme teniendo en cuenta el carácter reservado de papá y lo poco que le gustaba a ella el contacto físico. Fue maravilloso verlos a los dos tan felices y despreocupados.

Les entregué a mis padres el regalo por su segundo aniversario de matrimonio. Victoria les dio unos bonitos brazaletes de cuentas que ella misma había hecho.

Rosa lanzó un gritito cuando sacó de la caja las figuras de ella y papá. Eran versiones robóticas y pequeñas de ambos.

—Eso no es todo — dije —. Activa comando 3, ChiquiRosa.

La figura empezó a hablar con la misma voz de Rosa, diciendo frases que ella repetía a menudo.

—¡Ángel! ¿Cómo hiciste eso? — preguntó ella admirada.

—Grabé tu voz y la incorporé a los comandos.

Di otra orden y ambos mini robots empezaron a moverse, sin soltarse de las manos.

Victoria los miró maravillada, a pesar de que a ella ya se los había mostrado antes.

Papá también me dio las gracias y pasamos al jardín trasero de La Cueva.

Ellos quisieron organizar una reunión sencilla, sólo para las personas cercanas. Danilo, unos pocos amigos de papá del trabajo y un par de vecinos agradables.

La decoración del jardín era muy bonita, con telarañas de luces por todas partes. Había una mesa enorme, pero yo me tendí en los cojines que había sobre el césped. Un niño, hijo de uno de los compañeros de papá, se acercó para preguntarle a Victoria si quería jugar. Ella me miró.

—Puedes ir. Recuerda que no debes correr por ahora o podrías tropezarte como el otro día.

Ella asintió y yo la ayudé a levantarse. Se fue caminando lentamente, detrás del otro niño.

—¿Cómo le está yendo con la prótesis? — preguntó Rosa a mi lado.

—Muy bien. Está muy contenta de poder caminar sin tener que usar muletas, pero la fisioterapeuta no recomienda que haga mucho esfuerzo o ejercicio por ahora.

Yo mismo había elaborado la prótesis para Victoria, ya que ese era uno de los proyectos más grandes que Creabótica tenía con varios hospitales. Diseñábamos prótesis y soportes ortopédicos inteligentes.

—Estoy tan orgulloso de ti, Ángel — exclamó papá de repente —. Todo lo que has hecho... es simplemente grandioso. Creaste una empresa, eres independiente a tus veintidós, tienes la capacidad de inspirar a otros y le ofreciste un hogar a esa niña tan maravillosa.

—Dicho así suena fabuloso — asentí —. Tuve que delegar varias funciones dentro de la empresa y trabajar desde casa para poder cuidar de Victoria. Ha sido agotador, pero no puedo estar más feliz. Tuve que adecuar su habitación en el primer piso para que no tuviera que subir las escaleras tan a menudo, aunque varias veces me ha pedido que la deje dormir conmigo porque tiene pesadillas. Construí para ella una especie de columpio con un sistema sencillo de poleas para que suba al segundo piso con más facilidad. Le encanta.

—¿Y... ha pasado algo más por estos días? — musitó Rosa en un tono sonsacador.

Yo la miré.

—¿Algo como qué?

Ellos vinieron a buscarnos, Ángel — contestó papá —. Iba a llamar a la policía, pero Rosa dijo que quería escucharlos.

Yo suspiré.

—¿Y qué querían?

—Pedirnos perdón — contestó Rosa —. Nos dijeron lo mucho que lamentaban todo lo que pasó y que tú les habías puesto como condición que sólo los perdonarías si yo lo hacía.

—Eso... eso no fue lo que yo... Ellos malinterpretaron mis palabras. Les dije que yo podía perdonar el daño que me habían hecho a mí, pero no el que ellos te hicieron.

Rosa permaneció en silencio durante un momento.

—Yo ya los he perdonado, Ángel. Si es eso lo que te detiene para darles otra oportunidad, entonces ya sabes que yo no soy un impedimento.

Me giré hacia ella atónito.

—¿Me estás diciendo que vuelva a dejar entrar en mi vida a las dos personas que se acercaron a mí sólo para estafarme? ¿Los mismos a los que tú no soportabas?

Ella me miró con una expresión profunda.

—Admito que no confiaba en ellos al principio y que no los quería cerca de ti — dijo —. Pero a medida que pasabas tiempo con ellos, comencé a ver cambios sustanciales y muy positivos. Tú estabas más feliz, abierto y optimista, y ellos, por otra parte, empezaron a mirarte con un afecto muy sincero. Yo soy madre, pero aparte de eso, soy una mujer mayor que ha visto muchas cosas y puedo decirte que no hay forma de simular el amor o el cariño. Se nota en los ojos, tanto si lo sientes como si no. Y te puedo asegurar que esos muchachos te quieren, eras el empujón que les hacía falta para enderezar el camino — hizo una pausa —. No te estoy diciendo que debas perdonarlos mañana, pero ten en cuenta que, independientemente de la razón por la que se acercaron a ti, ellos llegaron cuando más los necesitabas. Te sacaron de esa soledad y esa tristeza tan grandes que te estaban consumiendo. Tu padre y yo lo percibíamos con mucha impotencia, pero ninguno de los dos sabía cómo ayudarte. Cuando vinieron a hablar con nosotros hace unos días, eran ellos los que estaban tristes y perdidos. Quizá sea el momento de que tú les devuelvas lo que hicieron por ti, porque son ellos los que te necesitan ahora.

Mi papá asintió con la cabeza.

—Yo tampoco quería que se acercaran a ti de nuevo, después de lo mucho que te costó superar lo que te hicieron. Pero tengo que admitir que me conmovieron y que vi en ellos arrepentimiento sincero.

—Voy a pensar en todo lo que me dijeron — acepté finalmente —. Sólo... sólo necesito algo de tiempo para decidir.

—Pues más vale que tomes esa decisión rápido — repuso Rosa con los labios fruncidos —, porque ellos dijeron que de eso dependía que se quedaran en esta ciudad. Tu padre y yo los vimos muy determinados a marcharse.

Yo no pude evitar soltar una carcajada.

¡Menudo par de manipuladores!

El Bello Y Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora