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El rostro de Jordan apenas se relajaba un poco cuando dormía. El cabello negro le caía sobre la mejilla y parte de la frente, haciéndolo parecer inocente y tranquilo, pero sus labios seguían rígidos aun estando dormido. De vez en cuando estrujaba la cobija entre los dedos y fruncía el ceño hasta hacer aparecer una arruga prematura.

Samantha, por otro lado, se veía mucho más serena. Una de sus manos esbeltas reposaba sobre la almohada, por encima de su cabeza. Sus uñas pintadas de azul oscuro destellaban como estrellas en el espacio sideral. Observarla dormida era un espectáculo maravilloso porque podía hacerlo con más libertad.

Las luces externas de la calle se filtraban y se proyectaban a través de las cortinas de la ventana donde yo estaba sentado, pero era el rostro de Sam el que buscaban iluminar, como si supieran que ella había nacido para ser vista, admirada, incluso dormida e incluso de noche.

—¿Qué haces?

Su voz me sobresaltó un poco, aunque no logró sacarme del todo de la ensoñación real en la que yo estaba hundido. Me parecía que en cualquier momento, yo iba a despertar y me encontraría solo en mi habitación. Entonces me daría cuenta, con un regusto amargo, que Samantha y Jordan no existían y que yo los había soñado, que los había inventado.

—No tenía sueño — repliqué en voz baja para no despertar a Jordan.

Samantha se removió un poco y enterró una de sus manos bajo la almohada. Se irguió de repente, apoyándose en los codos. Tenía algo brillante en las manos.

Ella no dijo nada y, lentamente, se levantó de la cama haciéndola rechinar un poco.

Papá había estado de acuerdo con que ellos se quedaran. Él mismo me llamó para desearme que me la pasara muy bien. Rosa no impuso ninguna medida de alejamiento con el fin de preservar mi castidad intacta, como habrían hecho otras madres. Mi castidad no iba a sufrir ninguna mella. Sin embargo, sí me pidió que dejara la puerta abierta cuando supo que los tres nos quedaríamos en mi habitación. Ella estaba en el cuarto de enfrente.

Yo le había ofrecido mi cama a Samantha y el sofá cama a Jordan, pero ella, con una sonrisa insinuante y una expresión traviesa me había preguntado si yo le tenía miedo. Le aseguré que prefería darle su espacio y que yo dormiría en la habitación de papá. Tuve que ceder porque ella amenazó con irse de la casa, pues sentía que me estaba desplazando de mi propio cuarto y que si yo les había pedido que se quedaran, no tenía sentido que me fuera a otra parte. Su argumento era razonable.

Acepté dormir al lado de Samantha, con mantas y cobijas aparte por supuesto. El problema fue que no pude dormir en absoluto. Me causaba mucha emoción tener a dos personas, dos amigos bajo mi propio techo y en especial, tenerla a ella respirando tan cerca de mí. Intenté dormir, pero siempre era más fuerte el deseo de observarla. Todo mi cuerpo se estremeció cuando ella estiró el brazo, quizá estando medio dormida, y lo pasó sobre mi pecho. Utilizó mi cuello de ancla para acercarse más a mí hasta que su cabeza quedó acunada contra mi garganta. Cómo explicar la cantidad de sensaciones que me invadieron en ese momento, la alegría inmensa de tenerla tan cerca y la ternura que me inspiraba notar la forma en que se aferraba a mí.

El Bello Y Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora