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—No tienen que acompañarme. Puedo tomar un taxi.

—Por supuesto que no — masculló Jordan con su voz grave y tajante —. Tu segunda madre nos va a matar si algo te pasa por el camino. A ella sí que le tengo miedo.

Estábamos caminando de regreso a La Cueva, pero tomamos una ruta diferente que cortaba por un parque recreativo.

—Rosa es muy agradable — comenté —. Sólo hace falta que los conozca un poco más y ya verán que no tardará en confiar en ustedes.

Samantha frunció los labios.

—No creo que le agrade mucho que Jordan y yo te visitemos, Ángel. Tal vez lo mejor sea que no volvamos a tu casa.

Un vacío helado se asentó dentro de mí ante la idea de no volver a verlos.

—Rosa y papá siempre han querido que yo haga amigos. Sé que sólo es cuestión de tiempo para que ella se acostumbre a verlos — musité, intentando controlar la ansiedad que se filtraba a través de mi voz —. Pueden ir a visitarme siempre que ustedes quieran.

Jordan y Samantha asintieron. El sol nos daba en plena cara y los bellos ojos de ella parecieron todavía más claros cuando se giró para mirarme.

—¿Alguien te está molestando, Ángel? — inquirió ella.

—¿Te refieres a lo que dijo mi papá?

—Sí.

Agité una mano.

—Son sólo niños. Los hijos de los vecinos que gozan haciendo travesuras.

—¿Qué te hacen? — intervino Jordan.

—Me lanzan tierra, papeles y cosas.

—Tienes que defenderte. No puedes permitir que sigan molestándote o lo harán toda la vida. No importa si son niños.

Cruzamos la calle.

—Eso intenté hacer y fue peor. Uno de esos niños tropezó y se lastimó. Los padres fueron a reclamarle a papá.

—¿Y qué harás si vuelve a pasar?

—Correr.

Jordan resopló.

—¿Eso es todo?

Me detuve y me planté delante de él.

—¿Y tú qué sugieres que haga? — espeté con sequedad — Ellos son niños y yo ya soy mayor de edad. No puedo golpearlos y tampoco regresarles las travesuras que me hacen porque todo siempre se va a malinterpretar en mi contra. Mi padre me apoya, como dijo en la llamada, pero no quiero que pelee con otras personas por mi culpa.

—Pues si corres, va a ser peor, hermano. En cuanto la gente, incluidos los chicos, te huelen el miedo y la debilidad, ya no te los quitas de encima jamás.

—Sí, claro. Por eso fue que no quise cursar la secundaria en un colegio público.

Lo esquivé y pasé de largo la calle. No me gustaba el curso que estaba tomando esa conversación y esperaba que Jordan tuviera el sentido común de no seguir por ahí. Pero Jordan era Jordan.

—¿Y así te la vas a pasar toda la vida? ¿Escondiéndote con tal de evitar problemas?

Me volví.

—¿Y qué si hago eso? — mascullé con la voz gélida — Es mi vida y sólo yo tengo que vivir bajo mi piel.

Él y Samantha llegaron hasta donde yo estaba.

El Bello Y Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora