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Los cambios pueden ser buenos si le ves el lado positivo. Así como una pizza con piña.

¿Verdad?

~❜•❛•❜~

G i g i.

La primera vez que Alex y yo nos tuvimos extrema confianza fue en un viaje familiar hace muchos años. Teníamos alrededor de seis o siete, no, creo que menos, no lo recuerdo muy bien, ya saben mi problema mental por recordar todo. El punto, Alex ha sido ese tipo de amigos que no tienes ni idea de cómo surgió todo, pero que sabes que incluso compartieron pañales. Al principio era todo bien forzado, era en plan: "¿quieres ver cómo me sale leche por la nariz?" y luego yo venía y le decía: "Te acusaré con mi mamá si sigues molestando, bollito". No nos odiábamos, nunca lo hicimos, pero sí que había ese roce extraño.

Todo cambió cuando en ese viaje, estaba en la parte trasera de la furgoneta que papá había alquilado y Alex me tendió una soda. Dijo que era de uva, le dije que odiaba la uva, entonces me la hizo tomar a juro. Nuestros padres rieron, porque claro, es muy divertido ver como tu hijo intenta ahogar a la hija de tus mejores amigos, casual.

Nos dirigíamos a Malibú —tengo un trauma en ese lugar, como siempre siendo sucedida porque mi vida es desgracia tras desgracia—. A medida que íbamos por el camino me dieron ganas de orinar. Muchas ganas. Tanto, que tenía el vientre inflado. Alex, era un bobo que por infantería me apretó ahí y solté un chorrito. Mi padre detuvo la furgoneta y me mandó a bajar para que orinase. Lo miré horrorizada, pensando que podría meterse una hormiga por mi intimidad si me agachaba a hacer lo que pretendía en la maleza alta. Chillé.

Me bajé, a punto de llorar y les juro que nunca tuve tantas ganas de pegarle a Alex. Nuestras familias estaban vigilando que no me lanzase por el barrando que estaba unos metros de mí. Melissa se ofreció a hacerme compañía y le dije que sí, pero Alex se bajó antes y dijo que vigilaría que nadie viese mis nalguitas. Lo empujé y cayó en el monte, lo dejé ahí mientras corría para esconderme de él y empezar a orinar tranquilamente.

Cuando bajé mi prendita sentí la presencia de alguien delante de mí, me asusté, creyendo que Alex me manosearía en ese lugar sin que nuestros padres se diesen cuenta, pero no. Estaba de espaldas, con un papel higiénico en la mano, mirando al horizonte mientras yo soltaba mi chorrito ruidoso.

Pissssssssss.

Ese día, le oriné los pies, cargaba sandalias.

Fue sin querer, obviamente. No me crean tan sucia. Deos.

Así fue como agarramos confianza. Alex ahora me pertenecía, porque literal le había orinado encima. Qué cosas, ¿no? Aunque, por supuesto, recordar aquello era acongojado.

Y les cuento esto porque en ese viaje, justo cuando eso me pasó, una vez que me limpié y le agradecí al gordito que estaba delante de mí, caminé otro poco hasta llegar a la orilla del barranco. Alex tomó mi mano, y creí que me estaba advirtiendo que era peligroso, pero...

Superman vuela, tal vez deberíamos intentarlo —sugirió—. ¿Lo hacemos? Lo vi en las pelis.

Por favor, si tienen hijos, nunca los dejen solos.

La idiotez es grandísima y existe, no sean nosotros.

Estuvimos a punto de saltar como niños estúpidos que en serio tenían la esperanza de volar. Y es que cuando les digo que en serio íbamos a saltar, era totalmente en serio, bro.

Lover ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora