Capítulo 8

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Eclipse
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En medio del ecuador de los relieves de Pangea, yacían dos jóvenes algo agitados por el raudo vuelo que emprendieron.

El eclipse comenzaba.

- ¿Te quedaras aquí? – le preguntó Alemania a la nipona.

- No, iré al norte oriente, me gusta verlo desde ahí – dice Japón tomando su forma colibrí - ¿Y tú? –

- Iré a las costas – el alemán se convierte en un esplendoroso cuervo negro.

Aletean despidiéndose y cada uno tomando su rumbo.






Aletean despidiéndose y cada uno tomando su rumbo

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México y Rusia se encuentran encerrados en las profundidades del templo, viendo a la nada, cada uno en un rincón alejado del otro, el sitio es oscuro, sin piso, solo tierra y paredes de mármol viejas.

De vez en cuando se voltean a ver lanzándose odio y recelo.

Hace frío y México se abraza así mismo encogiéndose y llevando sus piernas a su pecho, todo lo opuesto a Rusia, que esta como si nada, pues suele pasar mucho tiempo en él lo más alto del norte.

A México no le importaba el enojo de Pangea o el hecho de que lo encerrara como a un alma en pena en el inframundo, si no que estando ahí, no podría admirar el encuentro de los amantes celestiales, y sabrá el sol la hora en que Pangea los sacara de ahí.

Se perdería uno de los eventos más hermosos que existen, no es un fenómeno cualquiera, es la prueba de que no hay imposibles.

- ¿Querías ver el eclipse? – Rusia rompe el silencio seco aun sin mirar a su acompañante.

México levanta la mirada entre cerrando sus ojos.

- Que te importa – bufa molesto.

Rusia solo sonríe disimuladamente manteniendo sus labios cerrados por la actitud obstinada de México.

- ¿Cómo sabes? – el mexicano retoma  mirando a la nada.

- Por tu cara y porque todos adoramos ver como el sol puede ver a la luna – Rusia mira a los ojos a México — es un evento indescriptible, nadie se lo quiere perder y menos cuando pasa un gran lapso de tiempo para que suceda – musita.

México por fin mira a Rusia, no puede reclamarle y decirle que fue su culpa puesto que gran parte de ella la tiene el.
Se siente estúpido e inmaduro; en cierta parte lo que le dijo el ruso anteriormente era cierto.

El silencio vuelve albergar el oscuro lugar, hasta que Rusia suelta un suspiro pesado y durarero, se pone de pie dirigiéndose donde México.

El joven bronceado levanta la mirada curioso, viendo como su contrario se acerca a el.

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