~Perdón~

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<<Equivocarse es un defecto que todos tenemos, aceptar el error y pedir disculpas es una virtud que pocos poseemos>>


Era el frío mes de diciembre. Grandes copos de nieves, ya caía, adornado con su blanquez, los jardines y toda la parte externa del castillo.

Amely estaba en su habitación acompañada de Picotes, su fénix. El pequeño había regresado después de meses de haber estado con los Scamander, trabajando.
Era el ave de búsqueda, el fénix conocía a Airam (la hermana mayor de Amely) así que lo ocupan para encontrar su rastro por los aires, ya que había pasado un año y nadie sabía nada de la pequeña Grindewald.

La rubia estaba parada frente al ventanal de la habitación, observando los copos de nieve que caían del oscuro cielo. Acariciaba tiernamente con sus manos, la cabeza de Picotes.

Abrieron la puerta del la habitación.

Ly volteó para ver de quien se trataba.

—Está afuera de la sala común —informó la pelinegra.

—Gracias, Ali —dijo Amely.

La rubia tomó su bufanda escarlata con dorado, que se encontraba reposando en su cama, posteriormente se la enrolló en el cuello.
Miró a su amiga y le dio una leve sonrisa.

—Suerte —dijo Alice.

—Si la necesito, te encargo a Picotes.

—Yo lo cuido.

Amely salió de la habitación. Bajo las escaleras lentamente, como si no quisiera ir al lugar adonde tenía que dirigirse, era la verdad, no quería ir.

Llego a la sala común, donde estaban reunidos unos Gryffindor, saludo a Frank, que meneo su mano alegremente a verla. Amely imitó el gesto de su amigo, regalando una sonrisa.

Analizó la sala común como si jamás en su vida la hubiera visto. En cierta parte era media verdad, casi no salía de su habitación, salvo a tomar clases, pero si fuera por ella, jamas saldría de su recamara.

En su recorrió visual, vio a los cuatro merodeadores, estaban en una esquina, apartados de los demás Gryffindor. De los cuatros amigos, solo dos le caían excelente, uno le caían medio bien y el otro para nada le caía bien, lo detestaba a muerte, cada vez que lo ve le dan ganas de dársele un Avada Kedavra.

Le sonrió dulcemente al merodeador castaño, era Peter, él le daba ternura.
Había sentido su mirada desde hace rato y cuando él notó que ella igual lo observaba, se puso nervioso. Era una cosita tierna.

Atravesó el cuadro de la dama gorda nerviosa.
Porque cada vez llega a su destino final. Ni bien puso el primer pie afuera de su sala común, cuando lo vio. Estaba con su bufanda verde esmerada, recargado en la pared con la cabeza viendo hacia el techo

Se acercó a él, temblando de miedo y con sus manos sudorosas.

—Hola —saludó nerviosa con la mirada directamte al suelo.

El joven se colocó firme y la miró.

—Hola Ly.

—¿Querías hablar?

—Sí —respondió— Sabes que no te comeré si me miras.

𝚂𝚒𝚎𝚖𝚙𝚛𝚎 𝚑𝚊𝚜 𝚜𝚒𝚍𝚘 𝚝úDonde viven las historias. Descúbrelo ahora