Capturado

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Las heridas del alma,

sangran por el golpe de las espadas


–Kiri lo siento, perdón...– no puede asimilar las palabras no puede entender nada de la retahíla de incoherencias que salen de esos labios divinos, ahora entiende porque la ira de Katsuki, un Dios simplemente no debería mencionar esas palabras. Su pánico se trasforma en risa, y estruja al ser tembloroso. Es lo mismo que sintió en cada abrazo a Izuku, un cariño puro, la familiaridad de aquel que empezaba a ver como como el amigo querido, su pequeño hermano.

Aunque ahora entiende mejor que los convencionalismos humanos no son aplicables. Que él es solo una herramienta del campo de los dioses, y que si Anubis lo desea le ofrendara lo único que no gozan o sufren los dioses,

humanidad.

Los desconsolados lamentos, fracturan algo profundo en Kirishima, si la matanza no le movió un nervio para romper en llanto o vomitar, el ver la manifestación de un ser todo poderoso resquebrajado por el pánico, sí.

–Kacchan va a odiarme, el realmente va a odiarme– gime entre lágrimas que caen al riachuelo de sangre a sus pies.

Duda certeramente de esto, sin duda Katsuki se encolerizará en demasía, y su cruel ira será tan sanguinaria que la diosa Sekhmet le cantará sus glorias, pero Anubis en su estado actual surcado en lágrimas y con la sangre fresca corriendo casi nada de esta lo tocará.

Rompe uno de los paños de su vestimenta e insta al decaído dios a colocarlo sobre su herida, en este instante su única prioridad es llevarlo ante el Faraón, lo que venga después...

Prefiere no pensar en ello.

Los gritos de sus hombres llegan a sus espaldas, sostiene al tambaleante ser en medio de sus bestiales guardianes, que pintados en sangre e inquietos por la herida de su amo, hacen que más de uno de sus hombres les tiemblen las rodillas de miedo.

Ayudándolo a subir a uno de los carros reales, deja que una rama de los guerreros se plante a su alrededor para resguardarlo. Envía en galope rápido al mensajero para comunicarle que Anubis ya va rumbo al palacio. Desanda sus pasos hasta el imbécil pedazo de mierda que ha osado lastimar un dios. Retira sin lucha de sus pútridas manos la posesión terrenal que el faraón ha otorgado al ser celestial. Mirando la pieza magnifica manchada de barro, y suciedad inidentificable, lo frota entre los pliegues de su túnica, retirando lo más que puede aquella inmundicia.

–Apresad al infeliz desgraciado que se ha atrevido a lastimar Anubis rendirá juicio ante el faraón. Identificar los cuerpos y encuentren a sus familiares, no dejes que nadie recoja a sus muertos, la decisión final es del faraón– ordeno con voz clara a la tropa que se dividió para cumplir sus encargos y para escoltarlo hasta el palacio. Considerando por ultima vez el arruinado collar, lo regresa a las manos de su legitimo dueño, quien solo con verlo rompe en un llanto estridente y lamentable, abrazándolo contra su pecho, sin importarle mancharlo con su sangre.

Antes de ascender en el carro, una delgada mano lo detiene, el pánico genuino oscurece el semblante siempre feliz de Kaminari. –Regresa a tu hogar– decreto mientras se suelta sin determinar en más al rubio.

Pero terco como siempre no esta dispuesto a guardar el mínimo decoro ante la delicada situación. Sin permiso o discreción se dispuso a seguir a la cuadrilla de escolte hasta el palacio. Si antes estaba preocupado por el futuro del general por perder a un noble, ahora estaba francamente aterrorizado por lo que le esperaba. El simplemente no podía dejarle ir solo, no si creía que iba rumbo a su ejecución.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora