Perdida

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El clamor de un pueblo 

desgraciado y sediento.


Izuku no podía parar de admirar el pueblo; todas esas vidas parecían tan apresuradas, y bulliciosas. Las calles áridas eran compactas, las casas se elevaban imponentes sobre el llano desierto. La nomos central en la que estaba seguramente tenía mucho que ver con la arquitectura peculiar, junto a la magnitud de belleza y riqueza aledaña.

El ancestral hogar faraónico podía observarse perdido en la distancia. Era una silueta encapsulada en un espejismo, un lazo mundo irreal que podía desaparecer en un parpadeo. Era sorprendente estar tan lejos de casa, que incluso pareciera que nunca podría volver acercarse. Obviamente, sabía que eso era una tontería, al atardecer volvería con Kiri al palacio. Sin embargo, no podía evitar que estar lejos de Kacchan le generara ese pequeño rastro de ansiedad en su abdomen. Una revoltura que prometía se calmaría, cuando volviese a verle.

Aunque iba a evitar pensar en ese malestar lo más que pudiera, primero quería disfrutar y conocer todas esas cosas a la venta. Sus ojos habían captado destellos de coloridas telas, adornos hechos en piedra esculpida o metales. Objetos extraños brillaban al reflejo del sol, discos de madera que parecían llevar algún tallado, junto a pulidas vajillas artesanales. Vio animales deambulando, y gente acicalando otros. Una casucha olía tan delicioso, que tuvo que parar a contemplar los hornos de barro bajo tierra, donde salía lo que estaba seguro era pan.

Más adelante, una cuadrilla de esclavos se veía construir un pequeño templo o quizás la casa de algún alto mando debajo del faraón. Allí, un grupo de hombres bien presentados discutía algunas cosas con el sujeto que parecía coordinar la construcción. No quería entrometerse, pero es que parecía realmente acalorados mientras hablaban. Dio un par de pasos en esa dirección hasta que Kirishima lo jalo lejos de allí, antes de que pudiera meterse en cualquier problema con una pequeña risa casi encantada.

Estando allí, rodeado de tantas experiencias nuevas y desconocidas. Solo quería acercarse y preguntar cientos de cosas a la gente, hasta saciar esa vocecita en su cabeza. Llenarla de conocimiento e información, sobre estos seres que por tantos milenios juzgo y condeno sin conocer.

El pelirrojo ya conocía todo esto. Él vivió en estas calles, hablo con esta gente y creció entre ellos. Era obvio que sabría cómo comportarse y que ver, sin embargo para Izuku todo era nuevo, y brillante. Casi como un niño, o mejor, como aquella descripción precisa que se le escapó a Katsuki, un pequeño gatito sediento de curiosidad.

Todo le hipnotizaba demasiado, y se preguntó porque Kacchan nunca antes le había dejado venir. El palacio le encantaba, era excesivamente hermoso pero allí todos sabían su identidad y eso era muy molesto. En cambio, estas personas a penas lo veían como un transeúnte. Si tenía que ser honesto era una experiencia liberadora.

A veces pensaba que simplemente debería escaparse al pueblo o al muelle. Los sirvientes de la cocina siempre hablaban de lo lleno de pescados, frutas, flores y animales que estaba, las descripciones eran tan claras y magnificas en su cabeza que deseaba desesperadamente ir a comprobarlo.

Su único impedimento, era que no quería volver a pelear fuertemente con Katsuki, ya tenía suficientes peleas sin sentido. Esas no le hacían mal, a veces hasta le hacían reír pero... si escapara estaba seguro que se arruinaría todo. Y desde el fondo de su alma no quería comprobar como volvería a lidiar con la indiferencia y odio de Kacchan.

Prefería mantener sus discusiones tontas. Que si pasaba mucho tiempo a su alrededor, o por el contrario si pasaba mucho tiempo lejos. Que si se entretenía en algún rincón solitario o si estaba siempre en medio de las cocinas y sirvientes, que si no estaba con alguien de su confianza para cuidarlo o si la pasaba al lado de Kirishima.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora