Imposición

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Y sobre la calmada rutina, se escriben los deseos del corazón. 


Izuku siente su cuerpo flotar entre las nubes, tan cómodo y relajado, que se le asemeja mucho a su sensación que tenía como Dios. Cuando su cuerpo no pesaba o dolía, o incluso sentía. Y pese a todo, esta experiencia si se le hace terrenal, frota con gusto su cara en lo que sea es tan cómodo, y suspira dispuesto a seguir durmiendo.

El claro del firmamento se estira lo más posible, regalándole a Izuku el placer de seguir descansando.

Es Katsuki por otro lado el que despierta en la comodidad de su lecho, nuevamente con unas orejas que rozan la piel de su cuello. Se acomoda entre las pieles. Le parece un maldito infierno estar tan arropado, pero con la mierda inútil de Deku propenso a enfermarse prefiere soportar el calor.

Juguetea un rato con los cabellos revoltosos, y amasa las orejas que sin mentirse así mismo, le encantan.

El firmamento le susurra que aun esta a tiempo, que sus deberes no se atrasaran por la impertinencia de quedarse a disfrutar de la apacible tranquilidad que profesa Anubis mientras duerme.

El movimiento a su lado no lo distrae de su cometido de acariciar una y otra vez esa parte tan alucinante del Dios. Después de todo, si iba a convertirse en humano pudo haber quedado con orejas normales. Aunque eso le hubiera quitado el 60% de la gracia. Un lengüetazo le toma desprevenido, y al empaparle media cara sin culpa alguna Inpu se recuesta mucho más cerca de su lado. –Maldito chandoso– susurra mirando de lado al can. Anpu ha preferido quedarse a los pies de ambos, y Bakugo sospecha que no solo ha debido compensar la forma humana del Dios.

Suspira con frustración, esos 3 le hacen diariamente, la vida más difícil de lo que ya era. Aunque muy en el fondo sabe que no se quiere quejar. No cuando también le traen una salida a la monotonía de ser Faraón.

–Hey Inpu, podrías decirle a Anpu, ¿si quiere ir de cacería hoy? Dile, que se puede comer todo lo que cace– susurra en voz muy baja, al cachorro que tiene al lado. Asegurándose de no despertar al mocoso que duerme sobre su pecho. –Si yo le digo, estoy seguro me intentara morder– le menciona en voz baja, y sonríe al sentir los latigazos de la cola de Anpu en sus pies. Siente el desnivel de su lecho mientras la bestia protectora se arrastra hasta su lado. Y de nuevo Bakugo no puede hacer nada, al sentir el lengüetazo que le humedece la otra mejilla.

–Maldito chandoso de mierda– le susurra al perro que ahora vuelve al lado suyo. En el tiempo que ha pasado con las bestias esas, les ha tomado mucho cariño. Siempre deseo una mascota pero por imposición en el palacio del Faraón no estaban permitidas. Ahora con ambos cachorros gigantes y de dientes filudos, no ha habido nadie que les dijera que no podían estar en donde se les pegara, la regala gana. Para todos en el castillo son unas bestias aterradoras listas para arrancarles la yugular, mientras que para él, son solo un par de cachorros malcriados y mimados.

Los colores en el firmamento se van acercando a los que pactan el inicio de su trabajo como Faraón, por ello deja caer a su lado el cuerpo que reposaba descaradamente sobre su pecho. El pequeño mocoso se revuelve mientras él se dispone alistarse para el nuevo día.

Esta dispuesto a salir ya de su habitación, pero el molesto grito y el golpe que resuenan lo detienen. Al voltear contempla la patética imagen del dichoso y poderoso Dios de la muerte, en el suelo, enredado entre pieles, mientras se soba lastimoso la nariz. –Eres un maldito inútil Deku– menciona sin sorpresa de su torpeza. Se acerca hasta el patético caído y lo levanta sin afán del suelo. Esta dispuesto a dejarlo en la cama, para marcharse, empero su promesa vuelve a surgir.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora