Ser humano

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Irónico es, que la pereciente  humanidad, fuera el recuerdo que los inmortales Dioses regalaron a los hombres. 

Katsuki nunca ha sufrido lo que es el frío, ha nacido alumbrado por el sol de Ra, razón por la que siempre ha gozado de su calor. Siendo esto innegablemente una peculiaridad producto de sus dones. Por ello, su lecho nunca ha tenido en demasía pieles y telas que le cubran del frío que traen las noches en el desierto.

Y en este momento, piensa que quizás es por esa razón que el bulto que duerme a su lado no deja de temblar. Escucha el compás descompensado de su respiración, el castañeo de su dientes, y la queja aguda que sale de su boca al finalizar de toser. No puede evitar voltearse hasta contemplar lo poco que la engullida oscuridad le permite.

Le sigue pareciendo un estúpido niño por enfermarse.

Pero aun así lleva su diestra hasta la frente donde algunos cabellos de olivo se han pegado producto a las perlas de agua que se han agrupado allí. Limpia entre las sabanas su sudor, y se apresura a descubrir su cuerpo y a retirar las telas húmedas que cubren al pequeño Anubis. Arrastra sin esfuerzo el cuerpo trémulo y lo acurruca contra su pecho. Espera que al menos así deje de temblar un poco.

Siente a alguno de los 2 chacales reacomodarse más cerca de su amo, pero tiene tanto sueño que no se molesta en comprobarlo.

–Hmm...caliente...– murmura en las puertas entre el sueño y la realidad. Siente su pecho arder, y le extraña sentir más calor del que acostumbra. Lucha por abrir los ojos para que los rayos de luz le aclaren el panorama, sin embargo al conseguir hacerlo se da cuenta que es aun la penumbra la que esta dominando el cielo. Lleva a tientas la mano hasta su pecho encontrando con prontitud un quejido y la fuente de tal calor. –Deku de mierda...– murmura al tiempo que lo quita de encima y se levanta casi tirándose sobre uno de los perros.

De un solo movimiento, prende contra la pared la percha que ilumina con fuego tenue, la oscuridad. Pone sobre sus hombros la finísima túnica de lino blanco que descansa sobre la silla, y no le importa ni acomodar el cinto para dejar de arrastrar las elaboradas terminaciones de la prenda hechas en cuencas y oro.

Todo el movimiento al interior, alerta a los guardias impostados fuera de su habitación. –Mi señor, ¿Todo se encuentra bien? ¿Desea que entremos?– pregunta una de las voces, de los vasallos más leales escogidos por Kirishima.

–Has que traigan la piel más cálida, inmediatamente– dicta al tiempo que abre por sí mismo las pesadas puertas de su estancia, ve la celeridad con la que uno de los guardias sale en busca de su pedido. Voltea la vista hacia el lecho ocupado y tenuemente alumbrado. –Y despierta a las sirvientas, que cambien la totalidad de telas y pieles de mi lecho– ordena con simpleza. Deja las puertas abiertas, y vuelve acercarse hasta el problemático peliverde. Escucha los quejidos bajos de ambos chacales, que también se encuentran preocupados por el estado de su amo. –Anda, sal de encima Anpu– murmura hacia el canido que lame con desespero la pecosa mejilla. Un atisbo de mordisco intenta alcanzar su mano, no se sorprende, son unos chandosos jodidamente sobreprotectores.

Después de algunos intentos más logra agarrar al pecoso entre sus manos, y le limpia con los rastros secos de las telas que le cubrían. El guardia, que ha traído su petición pide permiso para entrar hasta el aposento del faraón, este se arrodilla alzando la gruesa y pesada piel de tigre blanco. Un regalo excéntrico y nunca antes visto, traído desde tierras extranjeras por 2 reyes vecinos que decidieron por si mismos rogar unirse a la tutela del faraón, antes de verse asediados y conquistados.

Recubre entre la venerada prenda al Dios, y sale con prisa de su habitación siendo seguido por 2 guardias que iluminan con fuego su andar. No se detiene hasta llegar a las puertas de madera de uno de los cuartos de la planta baja de su palacio. Uno de los guardias se dispone a tocar, sin embargo le parece una pérdida de tiempo tal cortesía. Despeja de una patada las puertas frente suyo, consiguiendo un fémino grito desde el interior.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora