Ruegos

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Si el tedio tuviera forma humana sin duda sería la de estos hombres. Prefería aguantarse a su vieja madre molestándole que estos insípidos gubernativos, con sus peyorativas sin sentido y su pleitesía barata.

¿Acaso no entendían que en este momento podría estar revolcándose en la autocompasión y miseria que le traía ese mocoso de Anubis?

No, obviamente eso era insostenible. Esta bufonada de asamblea de emergencia, no era otra cosa que ellos con su algarabía y sarta de galimatías queriendo que él solucionara sus desaciertos. Y no le molestaría tanto, sino fuese porque están intentando arrojarlo a su lado en esta conflagración, quien dice que la guerra solo ocurre con espada en mano es porque nunca se ha sentado en una reunión de consejo. Estos viejos hombres buchones, pueden despedazar solo con sus afiladas lenguas. Así que se permite un poco de irritación, ya que no lo han buscado para que decida libremente, sino para que juegue a su conveniencia.

Y de nuevo se pregunta, en medio de otra intervención del portavoz.

¿Era tan difícil dejarlo ser, una mierda inmadura e infantil por 20 minutos? ¿Se caería Egipto si sacaba 20 minutos para contemplar las insinuaciones de su madre?

Por la fiereza de los discursos de estos hombres y su empeño en que él intervenga, indiscutiblemente. Entonces, rindiéndose a su destino le toca sentarse en ese trono jodidamente duro, con el culo ya dolido, a escuchar el mejor monologo innecesario e inclemente.

Sin embargo su escaza concentración duró hasta que la calma se esfumo del recinto. Anpu e Inpu, dos seres que habían estado ovillados y perezosos desde la marcha de su dueño. Se levantaron feroces, gruñendo y corriendo antes de que pudiese analizar que sucedía.

Corrió fuera de su trono solo para escuchar los gritos de los esclavos que efectuaban sus labores y chocaron con las grandes bestias. Quienes exasperadas por los obstáculos optaron por saltar por la lucerna que caía un piso hasta el atrio del palacio.

Todos estaban pasmados, desde el consejo hasta los guardias y esclavos. Después de tanto tiempo conviviendo con las afables criaturas era fácil olvidar su procedencia divina.

Su estupor paso inmediatamente su mente racionalizó cual sería la única situación que los haría actuar así.

Izuku...

Golpeó la pared avivando a todos a su alrededor. –¡Un maldito carro rumbo a la ciudadela ahora!– ordenó mientras corría rumbo a la principal salida del palacio en dirección al pueblo.

Mataría a Kirishima.

Y si Deku no estaba ya muerto, sin duda lo mataría. Y que lo condenen al fracaso al intentar matar al Dios de la muerte. Él de pura cólera lo conseguiría.

Las personas en su camino no pudieron procesarlo, la insólita vista del faraón corriendo dentro de sus aposentos rompiendo todo protocolo de comportamiento era tan inusual, que no sabían si debían arrodillarse a su paso o correr por sus vidas.

Le llevó una fracción de minutos atravesar todo el palacio hasta descender al pasillo que daba a la entrada, un par de guardas se habían puesto al día mientras otros difundieron un estado de alerta en el palacio, sin especificar cuál era la amenaza.

Las cuadrillas de guerreros se amotinaron a la entrada, mientras los encargados de los carros de guerra, mucho más veloces que los comisionados para dirigirse cotidianamente a la polis, se preparaban, atando los caballos, enlistando las armas.

Su mente se agitaba en mil direcciones, cada pensamiento más agravante. Deku estaba en peligro, quizás herido, secuestrado o muerto. E irremediablemente era su culpa, nunca debió dejarlo apartarse de su lado.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora