Besos

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Los egoístas deseos, a veces se transforman en besos. 

Aunque ese no fuera en esencia su deseo.


Ha decir verdad, el tiempo en compañía de los mocosos no se le ha hecho tan insufrible. Ha encontrado entre los candidatos jóvenes brillantes, a los que la preparación a la que son sometidos por sus familias para la guerra, les ha hecho inmenso bien. Y algunos otros, que pese a no contar con los medios del caudillo guerrero de sus padres, han sabido aprovechar la oportunidad, a simple base de esfuerzo. 

Eso es lo que más le motiva, ir a enseñar a golpes lo que ser un hombre al servicio del Faraón implica. Porque en lo que a él concierne, cree fielmente que todo va encaminado al esfuerzo y dedicación. 

Y bueno, no todo ha sido solo entrenamiento, más de una risa se le ha escapado imprudente, debido a un impertinente rubio ha alumbrado el asentamiento guerrero, con su charlatanería y descortesía propia solo de las clases bajas de la ciudad. Gente a las que por su casta, no se les imponen los rígidos protocolos de comportamiento y actitud que percibe en otros de los jóvenes allí reunidos. Aunque bueno, puede jurar que aunque Kaminari fuese de la nobleza seguiría tan impertinente como en la actualidad.

Pese a su oficio, Kirishima siempre ha sido vivaz, sonriente y optimista. Vivachero y pesado, según algunos ancianos fastidiosos del palacio, o incluso la mala compañía para el serio y centrado Faraón como le susurran a la espalda. Aunque nada de eso le ha importado nunca, después de todo sabe con certeza que es la compañía que Katsuki siempre ha necesitado para no morir solitario y amargado en la reclusión de su alta posición.

Ahora en la compañía de las risotadas y bromas del rubio, sabe que sus subordinados pueden verle más como un mocoso burlón, que como un gran general. Aunque nuevamente, nada de eso le importa.



Cuando llegan los primeros rayos de sol al palacio del faraón, este se pregunta entre sueños, si en verdad es momento de dejar aquel paradisíaco estado. El calor que si bien no se le es desconocido, lo arropa con una suavidad impropia, y la paz que nunca ha sido uno de sus dones parece estarlo recubriendo de pies a cabeza.

Aunque nuevamente el susurro de sus obligaciones, se le clava en la mente, dispuestos a frenar tal placido descanso. Se intenta levantar sin más, encontrándose con el panorama de que sobre su pecho duerme complacido el pequeño dios de sus suplicios. La respiración entorpecida producto de la congestión no parece serle de impedimento para dormir profundamente. Esta vez no le molesta, acaricia con tranquilidad las curiosas orejas que sobresalen de sus desordenados cabellos. Las jala una y otra vez, sin perder de vista la agraciada forma en que se sacuden después de soltarlas.

–Uhmm...¿Kacchan? – murmura somnoliento, mientras se hunde placenteramente en el pecho del rubio. No planea decirlo nunca por miedo a morir, pero el pecho de Bakugo simplemente le parece una obra tan sublime, que es digna de su propia religión de alabanza.

Katsuki no sabe si molestarse o simplemente reír, la bola de pelos y mocos que tiene encima, abusa de su pecho como nunca nadie ha hecho. –¿Muy cómodo? – indaga al insolente mocoso que le usa como almohada.

Izuku tiene miedo de decir, que sí. Esta extremadamente cómodo, y por él, simplemente no se levantaría. Diferente a ello, lo que hace es levantar su torso, hasta estar sentado sobre el rubio. Niega con la cabeza reiteradamente, como respuesta a la pregunta. –Ya me levanto, p-perdón...– no sabe porque pero, considera que se debe disculpar. Por ningún motivo quiere volver a ser arrojado al río.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora