Celos

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En la vivacidad de los celos, las razones no tienen sosiego.


¿Quedaría maldito por golpear a un Dios?

¿Lo despedazarían esos chacales si le mataba con sus propias manos?

Esas y otras preguntas se aglomeraban en su mente, mientras con molestia observaba al chiquillo revolotear por toda su habitación. Era como un mocoso, uno jodidamente molesto.

– ¡Puedes bajar a tus jodidos pulgosos de mi cama, maldita sea! – grito al pequeño Dios recostado en una ventana por la cual observaba el decremento del firmamento. Los caninos ante su alegato solo estiraron sus cuatro patas al tiempo que sacaban las lenguas al bostezar. Volviéndose a resguardar entre ambos. – ¡Anubis, maldita sea deja de ignorarme!– vocifero totalmente furioso.

–No quiero...– respondió en voz baja mientras seguía observando el nuevo manto de colores que cubría Egipto.

Okay, esa respuesta no la esperaba y definitivamente no la deseaba.

Lo iba a matar, lo podía jurar por Isis, por Seth por cada maldito Dios del panteón. Y una reverenda mierda le valía en este momento que él también fuera uno de ellos.

–Estas tentando tu puta suerte– murmuro entre dientes, mientras deseaba tener el poder de matarlo con la mirada o a golpes, lo que ocurriera primero.

La mirada jade se desvió del panorama, clavándose sin reparo en aquellas perlas amatistas que centellaban como recuerdo de la caída del sol. –El faraón no esta absento de comportarse tan ilógica y mundanamente como el resto de los mortales. Me idolatras y rindes culto siempre y cuando yo ignore tu existencia, pero si te ofrezco toda mi atención saltas en odio y necedad contra mí. ¿Acaso no es ese uno de los comportamientos más patéticos entre los hombres? – cuestiono con marcada molestia e ironía.

Ante tales señalamientos, cambio la mueca venenosa por una de desconcierto. –Idiota, no te confundas. No es por tu atención o por carecer de ella, lo que arrastra mi ira. Es por tu condición divina y mi condición mundana– respondió al Dios, sin embargo la cara de nada del peliverde le impulsaron a seguir explicando. –No hay motivo terrenal para que un Dios se tome las molestias de bajar hasta el mundo humano. Si este no pretende humillar con su grandeza y poderío sobrenatural, al faraón que ha osado considerarse más que un simple mortal. Y corrígeme si me equivoco Anubis, pero, ¿no has estado haciendo exactamente eso, humillándome?– pregunto sin apartar ni un segundo la vista del peliverde.

Una de las más vibrantes risas escapo de los labios del pequeño Dios. Su cara se suavizo entonando en sus pulidos rasgos una sonrisa. –Eres muy lento, si piensas eso...– canturreo entre pequeñas risas.

El tic nervioso del faraón no demoro en aparecer, la radiante felicidad del Dios era malditamente molesta y ofensiva. Apretó los puños, sintiendo su cuerpo arder en enojo, el fuego eterno del inframundo le parecería ventisca de media noche ante la hirviente ira que se extendía por todo su cuerpo.

Quería matarlo a golpes. Le dolían los puños de contenerse golpear su cara, su estúpida, pulida y perfecta cara de Dios.

Dejo que el silencio y su odio dijeran por él, todo lo que no expreso abriendo la boca. Ya que sin duda solo le insultaría.

–Si eso es lo que crees entonces eres un faraón realmente lento– farfullo de nuevo, con ganas de molestar al desubicado humano.

–Maldita mierda, ¿entonces? – pregunto corto ya de paciencia.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora