Preludio

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– Tu padre es un idiota... a este paso para tu coronación ya ni tendrás territorio que gobernar – replico por tercera vez Kirishima. Era por decirlo de algún modo uno de los pocos a los que Katsuki podía considerar un verdadero amigo. Y posiblemente llevara toda la razón de su alegato. En 16 años su padre había dejado que cada gran señor de Egipto se alzara contra su voluntad, reclamando independencia de tierras.

– Cállate imbécil. Mi viejo hace lo que le da la gana – protesto de malagana.

A pesar de estar totalmente en contra de la manera de gobernar de su padre tan "pacifica" sabía que en su posición de príncipe nada podía hacer. Más de una vez su madre y él intentaron convencerlo de pelear los territorios y recuperar todo lo que por derecho le pertenecía pero Masaru se ampara ante el delgado velo de la supuesta paz que cubría Egipto.

–Hace años no hay grandes guerras, y todo súbdito tiene comida en su mesa es más de lo que muchos faraones antiguos pudieron hacer... – dijo intentado sonar convencido, en nombre de su padre.

El pelirojo ante el ofuscamiento de Katsuki solo pudo soltar una gran carcajada. El faraón era un buen hombre, mejor que muchos que ha conocido pero su gobierno era por mucho precario. –Bakugo, tú y yo sabemos que comer pan y cebada todos los días no es lo que el pueblo quiere. Necesitamos un líder fuerte, no uno que cada que un enemigo se alce contra él lo invite a comer a su mesa. Los dioses no lo quieran pero un día de estos sus "invitados" van a salir envenenándole.

Y como si las palabras de su amigo fueran un preludio de los dioses, se vio a si mismo envuelto en gritos, llantos y sangre.

Llantos de su madre, de sus sirvientas y esclavas que aterradas imploraban a los dioses por la vida del faraón. Pero él que tenía la sangre y el cuerpo inerte de su padre en brazos supo antes que todos que su padre no necesitaba la intercesión de los dioses pues su verdadera vida eterna ya había llegado, al culminar el pequeño paréntesis de existencia terrenal al que todos somos sometidos.

Ese día Egipto lloro desde su cielo roto, y el Nilo subió sus brazos de agua para cubrir cuantos campos y hogares tuvo el infortunio de encontrarse. Todo esclavo, sirviente y ciudadano acepto de maneras diferentes la muerte de quien fue su faraón. Algunos aun ligados a sus modos oraron en su honor, otros bebieron y brindaron por la muerte de tan inútil faraón.

Pero Katsuki como hijo único, no hizo ni lo uno, ni lo otro.

Y solo medito. A puertas del templo que algún ancestro construyo para Ra. Pregunto por su destino, por sus acciones y por su bendición. Si era verdad, y estaba totalmente seguro, que estaba bañado en las gracias del Dios que todo creo pues era ahora el momento de demostrarlo. Tras los preparativos fúnebres de su padre, fue consiente de todo cuanto quedaba en sus manos.

Y de nuevo como si las palabras de Kirishima tuvieran poder, era muy poco.

Tras las divisiones de Egipto y la gran inundación. Lo que quedaba a su gobierno era una minucia infame de la que no se contuvo de reír.

–¿Esta es toda la mierda de tierra qué tenemos? – pregunto entre divertido y molesto a uno de los que antaño sirvió a su padre.

–Gran señor, sí. – respondió cortésmente el canoso hombre.

–Jum. Quiero a toda la corte militar, religiosa y administrativa en la sala del faraón. Ahora mismo. – decreto firmemente a sus sirvientes para que fueran a llamar a los implicados.

–Mi señor, discúlpeme pero usted no puede hacer eso...– el hombre mayor temió al ver la furia refulgir en los ojos del joven que pronto se alzaría faraón. Y su mutismo exacerbado le arrastro a seguir con sus palabras. –Mi señor, el embalsamiento de su padre aun demora... y su ascensión al trono no será hasta la siguiente luna. P-por e-so... no puede convocar al consejo...

Las palabras de su sirviente se le antojaron intrascendentes y molestas.

Casi como el zumbido de las moscas en verano. – ¿Cree que eso me importa? – pregunto con extrema calma en la voz. – Se perfectamente cómo va la momificación de mi padre, por si se le olvida soy yo quien debe coordinar su descanso eterno. Además, se me antoja darle una gran corte fúnebre a mi padre.

–Mi señor... usted aun no es faraón.

Realmente le urgía alejarse de ese molesto viejo.

–Gracias por decir lo obvio... Sabe si le gusta su trabajo en la corte solo asegúrese de hacer lo que le digo. – dictamino partiendo de la instancia pero antes de marcharse agrego. – Además solo quiero darle un regalo Anubis antes de mi coronación.

Y ante la mirada certera del que sería su nuevo faraón, no puedo hacer más que hincar la rodilla en el suelo, ante sus deseos.

El primer regalo de muchos que dio al Dios que la muerte y la eternidad representaba.

Como mejor consagrar su futuro reinado, que dejando en claro las diferencias que entre su padre y él existían.

El primer gran señor que manejaba las bajas tierras de Egipto, fue el que encabezó la lista de regalos mandado al juicio de corazones por sus propias manos, al degollarle como en tiempos antiguos fueron mandados los corderos de ofrenda. Una cacería intensa de todos y cada uno de los opositores que nunca esperaron un movimiento antes de acabado el periodo fúnebre del antiguo faraón, pues si hubieran conocido los planes de Katsuki Bakugo no habrían demorado para asesinarle junto a su padre.

La guerra esta ligada al poder.

En poco menos de 2 años logro posicionarse, como faraón absoluto al tener la dicha ganada con temple y sangre de dominar toda la esfera del alto y bajo Egipto. La corona Sejemty que era la muestra pura de la unificación de todo Egipto bajo su dominio.

A sus 17 años  llego acumular tal fidelidad de sus súbditos, que no necesita nada más para sentir su ego inflarse al tratarle como un Dios entre hombres.

Y todo estaría perfectamente en su vida, si no fuera porque se halla contrariado con sus sueños. Sueños que no le puede comentar a los místicos, debido a su vergonzosa tónica.

El faraón de Egipto puede disponer de la mujer que le plazca a sus anchas, teniendo presente que para ella será un honor dar a este mundo la progenie del hijo de Ra, sin embargo para sus gustos ninguna le atrae. Y parece que a su cabeza le resulta mucho más entretenido pensar en torsos sudados, traseros respingados, y bultos erguidos.

Así que mientras su rara preferencia por los hombres no pare de atormentar su cabeza prefiere concentrarse en preparativos militares, asuntos políticos y largas sesiones de consejo para escuchar la voz del pueblo.

Y porque no, también en dar como ofrendas todas las vidas de aquellos que debe tomar para que su reinado perdure.

Y ningún dios se sienta más honrado y divertido que aquel que le toca largos trabajos por las acciones del faraón. Durante 16 años Anubis hizo poco más que pesar el corazón de algunos quienes morían por causas naturales o vejez, sin embargo desde hace poco más de 2 años el salón de las dos verdades aquel lugar divino donde realiza el juicio para saber si la persona pasara a la vida eterno o su corazón será comido por Ammit el devorador de corazones se encuentra siempre repleto.


La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora