Traición

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Perdonar la traición, es conservar el valor de una vida ingrata.

Vidas ingratas se arrodillan a sus pies, sin embargo

eso es lo que se gana al fingir ser Dios.




La fiesta, era precedida de la audiencia del Faraón, un juicio oral donde el cumplía el papel de juez y verdugo.

Todos los presentes destilaban poder, pues ninguno quería estar en presencia del supremo monarca, sin ser de gracia para su vista. Aunque este apenas salir deslumbrara lo suficiente para hacerles entender, que nadie estaba ni remotamente a su altura. El cuadro que debía ser enmarcado en cada pirámide que le construyeran en adoración a su grandeza. Misma que nunca habían visto tan presente.

Coronado por Sejemty, la doble corona que simboliza la unión del Alto y Bajo Egipto, con el oro adherido a su cuerpo, y riqueza enmarcando cada centímetro. Siendo un placer mirarle para mujeres y hombres. Su cuerpo tallado por las manos de los dioses se realzaba en el trono real. Y a su lado contribuyendo solo a su grandeza, un ser sin igual descansa apoyado en el brazo del trono, mientras sus pies, descansan entre las piernas del Rey. Les mira a todos, y quizás a ninguno, pues nadie es suficientemente valiente para mirar al que se dice es Anubis a los ojos.

A sus pies como si ya no fuera suficiente, dos chacales colosales, cumplen el papel de guardianes y protectores, postrados a sus pies, nadie se siente suficientemente suicidad como para ir en contra de sus palabras.

Es un rey, su soberano. Es la personificación del Sa-Ra, único y legitimo hijo de del más grande Dios.

Las voces atribuladas de sus fieles y más grandes vasallos resuenan en la instancia, consejeros de guerra daban las declaraciones de prisioneros de tierras lejanas, de hombres del ejército que habían flaqueado en su servicio al faraón y él atento, haciendo del mutismo una gracia más escuchaba sin emitir palabra, hasta llegar al veredicto.

Ese día en especial había sido beneplácito y benevolente, después de todo solo rezongaban sobre incipientes crímenes, que no merecían blandiera la espada que reposaba en brazos de uno de los hombres que flanqueaban el trono.

Anubis se distraía, las audiencias mundanas eran sin comparación a las que él mismo realizaba en los aposentos de la muerte.

Confiar en las palabras trémulas de los hombres, ¡puff! Prefería pesar sus corazones, conocer sus vivencias y examinar sus conciencias.

Pero bueno Kacchan entre risas le había dicho que no podía sacar el corazón a sus vasallos vivos, y no quiso ahondar o explicarle lo que estaba mal en su comentario.

Quería recostarse sobre Kacchan, estaba sumamente aburrido con tanto oro encima se sentía más pesado y desde luego solo la ligera desnudez de la seda le brindaba al menos frescura. Aunque bueno tampoco deseaba arruinar la imagen que sabía estaban contemplando, era sin duda sublime observar al Faraón.

Cuando paso hasta el último de los acusados, dos palmadas se escucharon en la sala.

El silencio reino, siendo interrumpido ceremonialmente por la voz del rubio. -En este momento de verdadera benevolencia, escuchare las confesiones de sus acciones contra mí, a cualquiera que haya osado traicionarme, venderme o planeado asesinarme- no había rastro de emociones como furia o ira, pese al conocimiento público de cuanto odiaba la traición.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora