Regalo

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La maldición se ha bañado en jade, y ha jugado a 

corroerle el alma, un poco más cada día. 



La mañana llego fría y solitaria. Esta sentado en la ventana envuelto en algunas pieles. No ha podido conciliar el sueño, cosa que no le había sucedido ni una sola vez, desde que llego al mundo de los humanos. Empero, tampoco había pasado una noche lejos del calor de Katsuki. Anpu e Inpu dormitan en el suelo a su lado, han pasado gran parte de la madrugada, lamiendo su cara para intentar alegrarle. Cosa que después de todo no ha resultado.

Se siente culpable y molesto por iguales medidas.

Esta molesto por la actitud de Kacchan, pero esta envuelto en culpa al saber que impuso su voluntad por el simple hecho de ser un Dios. Eso no es lo que desea, no quiere pasar todos los días de su existencia humana, luchando contra Katsuki en un juego de poder. Si tal fuera su deseo, desde el inicio habría forzado el corazón del Faraón a amarle.

Pero eso no es lo que quiere, le gusta Katsuki aun con sus fallos, porque ha aprendido que son humanos, y por tanto él también los ha adquirido. Se ha vuelto más humano de lo que creyó en un principio. Ha aprendido y conocido cosas que ignoro durante su larga eternidad. Y eso es lo que más le ha gustado del mundo de los hombres, después de Kacchan.

Se llena de valor (sentimiento también humano), para salir en busca del rubio, pedirá perdón. Y hablara para solucionar las cosas. Eso es lo que ha decretado, hasta que al estar frente a la gigantesca y pesada puerta de la habitación esta es abierta. Katsuki aparece frente suyo, con toda la imposición que su figura puede destilar. Detrás suyo y con la cabeza gacha, una fila de mujeres esclavas, identificadas con el collar y el dije de oro, esperan sus órdenes.

–Kacchan... iba a buscarte– musita sin poder mirarle a la cara. Siente culpa, de saber que lo primero que quiere hacer no es disculparse, sino besarle.

Ante su señal, la puerta es cerrada, dejándoles una falsa sensación de privacidad. –Aja– responde tajante. –Te traje sirvientas, para que lidien con la maravilla de Dios que eres Anubis– expreso con veneno en cada palabra, aunque pese a todo con una cortesía fría que nunca le había dedicado.

Siente su pecho estrujarse, y doler. No sabe si ha vuelto a enfermar y necesita a Uraraka, pero le duele tanto que quiere llorar. Sus manos tiemblan de la fuerza con que las aprietan, y niega sin descanso meciendo sus verdosos cabellos. –Ka..cchan...– musita con las lágrimas tentando con salirse de sus cuencas ambarinas.

Katsuki le da la espalda, dispuesto a marcharse del lugar. No necesita más mierda, no la desea.

–¡Kacchan, lo siento, lo siento, en verdad lo siento– grita con las lágrimas dificultándole hablar. Se aferra con desesperación a la ancha espalda que de quien le profesa solo resentimiento.

Katsuki, no tiene cuidado al voltearse, y clava sus iris ardiendo en ira en aquel aguado jade. –¿Lo sientes? ¡Que mierda, vas a sentir! ¡He luchado cada día de mi vida por llegar a donde estoy, y tú sin el más mínimo esfuerzo me rebajas, me tratas como si fuera un maldito don nadie! ¡Solo porque eres un malnacido Dios, que nada debería estar haciendo entre los hombres! – grita encolerizado, mientras apresa con ira el brazo lánguido del Dios. Que no puede evitar la tempestuosa fuerza con la que salen sus lágrimas.

–E...Eso, no es verdad. ¡Kacchan yo te admiro, como nunca lo había hecho con nadie! ¿¡Por qué insistes en decir que te menosprecio, si lo único que hago es quererte y admirarte!?– grito con la fortaleza que su llanto no podían esconder. No iba a tragar las palabras de Katsuki como quien recibe agua, en el desierto.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora