Augurio

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Nunca fue uno para negarse a sus deseos. Era para todas las estancias, un simple mortal de sangre caliente, que disfrutaba la vida que los dioses le habían regalado. Fue quizás por eso, que paso todos los días de la siguiente semana de su regreso al palacio; buscando excusas para ir al mercado de la ciudad.

Él solo tenía, curiosidad. Una peculiar, por cierto chiquillo rubio. Él, obviamente no había sido elegido para entrenarse al servicio del faraón. Después de todo, esos viejos avaros, nunca pensarían en el hijo de un pueblerino.

Pero eso no le impedía a él, tener si, como se dijo curiosidad.


Deku parecía brillar todo el tiempo, y no era que él estuviera malditamente delirando. Era simplemente ese bastardo de pacotilla, intentado arruinarle la existencia. No debió perdonarlo tan rápido y fácil. Ese idiota se aprovechaba de la bondad de su corazón. Abusando de su estatus divino, entrando en su palacio, en su habitación, en su cama y su vida, y la de todos alrededor.

Permanentemente sonriendo, corriendo de un lado a otro por el palacio. Donde antes imperaba la calma, ahora era una constante de risas, juegos y luchas tontas con Anubis junto sus chandosos y sus sirvientes.

Donde antes, podía encontrar a su madre en solitaria meditación con algún añejo licor, ahora la veía ayudarle con sus travesuras. Es que ese descarado Dios, ni siquiera sabía lo que era el espacio personal. Siempre radiante, y confianzudo, recostado contra su madre, o durmiendo en las piernas de esa gorda de Uraraka.

El diablillo inmundo que poblaba su vida, se estaba tomando demasiadas libertades. ¿Cómo, en la tierra se le ocurría que podía estar todo el día tras las faldas, del cabellos de mierda, de Kirishima?

Es, que no entendía.

¿Qué ese idiota, no poseía responsabilidades reales que cumplir? ¿Acaso, debía asignarle otros trabajos? ¿Qué más podía poner hacer a su leal general? ¿Había algún pueblo que mandar asediar por Kirishima y una tropa? ¿Alguna excursión al Nilo? ¿Podía, volver a mandarlo a entrenar a la mitad del desierto?

Debía pensar en algo, era incongruente que pudieran pasar tanto tiempo juntos. Deku debía estar bajando su rendimiento.

Y eso no era todo. Seguía pagando esa vil metedura de pata. Cada día Anubis lo primero y último que hacía era besarle, siempre demasiado extasiado y feliz. Él, solo lo hacía por su honor. Si más veces de las que le gustaría contar se tomaba más de unos minutos, o más de 2 besos. Era una simple irregularidad

Por Ra, que no concebía cómo podía soportarlo. Los Dioses debían estar regando virtud sacra en su nombre, para concederle paciencia... O Anubis le estaba contagiando su estupidez.

¿Y es qué, cuál fue el desgraciado momento de nulidad, en que acepto permitirle Anubis salir del palacio, a una de las absurdas excursiones al pueblo? ¿Cómo pudo confiar, cuando esos ineptos,  descerebrados le prometieron entre quejidos y ruegos que nadie los reconocería? ¿Cómo en nombre de la diosa creadora del firmamento, confió en ellos?

Una risilla resonó en la ante sala faraónica. Mitsuki, con toda la comodidad de quien se sabe madre del monarca se posó en el brazo del trono menor de su hijo. Y estrujo con aquella característica falta de delicadeza, el ceño fruncido de ese idiota. –¿Ahora, que es lo que agrava en desdicha a mi pobre pequeño vástago?– pregunto con imperiosidad falsa, y excesiva pleitesía.

–Te importa un carajo vieja. Y además, la reina madre, soberana de Egipto debiese discurrir la agravia injuria que es adjuntarse al aposento del faraón– recito con la sarta de palabras decorativas y perniciosas que le habían enseñado los eruditos y consejeros del trono. Tanta mierda, para decirle a su vieja que se quitara de encima.

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora