Reencuentro

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Carcajadas entonadas, en celestiales labios de Dios, convocan sentimientos de un alma en negación.


El pueblo, y sus hombres se han sentado gustosos de recibir los excesos que los dioses generosos le brindan como faraón. La comida, se pierden en un mar de mesas y platos exóticos, apetitosos animales, servidos en guisos, asados o marinados en vino y frutos. El cordero, la ternera, y los pescados variaban ante cada sazón y forma de cocción. De la bebida no podría pedir más; dulces barriles fermentados se disponen por todo el lugar, junto a exquisitos vinos secos u espumosos, de la región y foráneos, cervezas de malta fría, o de corteza de cerezo.

Ningún plato parecía tener final. Y es que simplemente nada podía faltar en la mesa del faraón.

Katsuki tarareo con diversión, todos parecían babear por un poco de su atención. Los veía regocijarse con respirar el mismo aire que él respiraba. Casi podían jurar que se resistían a besar el suelo por donde pasaba.

La fiesta estaba disparando su ego hasta las mejillas estrelladas de Nut, la diosa del cielo.

Su mesa estaba a un pie de altura más arriba, de manera horizontal a la verticalidad del resto de ellas, la vista privilegiada se acompañada de sedas, y cojines de plumas de gansos criados del Nilo. Satines, algodones y prístinos tejidos traídos desde los confines conocidos. Se fundían en armonía innocua con el oro en el que se bañaba, él junto a sus acompañantes.

Se encontraba enaltecido por la presencia soporífera de un Anubis envuelto entre 2 grandes y poderosos chacales.

Después de que la estúpida mota peliverde que se llamaba así mismo Dios, se había extenuado hasta el desfallecimiento por ese acto inusitado de poder le había dejado dormitar en medio de todo el revoloteo de personas, conversaciones, tratos y entretenimiento. Con el simple murmullo de que este despliegue era mundano para un todo poderoso Señor del Inframundo.

Ni muerto diría una excusa tan patética y real, que era que estaba cansado. Tampoco lo podía mandar a dormir a la habitación donde nadie lo viera, después de todo notaba las ganas exultantes de estar en medio de su primera fiesta.

La conversación que zumbaba a su alrededor captaba una muy pequeña parte de su atención, habían demasiadas cosas que mantener en la mira. Las fiestas después de todo eran un momento político y de estrategia, tan importantes como los mejores asedios guerreros. Desde un banquete con un trago en mano, y unas palabras podías decir destinos de pueblos enteros, economías prosperas, avances históricos o uniones enriquecedoras.

Este arte de las celebraciones, fue de las cosas que más le tomo entender, era demasiado cauto y cincelado para su personalidad excesiva y achispada, palabras medidas de mierda, elogiando a bastardos caras dobles. Era más de lo que podía manejar sin una buena compañía.

Y de nuevo, como si se hubiera escamoteado todo el amor de los Dioses, resonaron los tambores de las lejanas murallas que indicaban la vuelta a casa de los prospectos guerreros. El júbilo estallo en los oídos de Izuku, que se froto lentamente los ojos, al tiempo que se levantaba de su cálido recoveco, el ánimo en el ambiente era contagioso. Volteo a ver la mirada de felicidad de Katsuki y supo que de verdad era algo grandioso.

Se arrodillo feliz, tras el rubio cruzando sus brazos sobre su pecho, –¿Cuál es el motivo de tal vivifico ánimo, Faraón?– pregunto con sus labios sobre su oído pero hablando a un tono tan normal que era audible para los presentes cercanos.

–Jum... uno pensaría que el omnipoderoso Anubis sabría que hoy es el fin del ciclo lunar– menciono con una sonrisa predadora, dándole tanto una respuesta como una burla por su pequeña necesidad de una siesta.

Sus pozos de jade se abrieron expectantes y giro la cabeza inmediatamente hacia las puertas del palacio. Notando inmediatamente la procesión de tambores, danzantes mujeres y hombres curtidos del desierto inclemente. Y entre todo aquel despliegue de magnificencia y poderío se encontraba un pelirrojo con la sonrisa de oreja a oreja, estrechando en su mano una copa recién ofrecida por una dama de la servidumbre. Lo vio girarse entre risas y frenesí de volver a casa, bebió de un trago la mitad de la copa y vacío sin reparo la otra mitad en un jovencito rubio que reía a carcajada suelta, después de casi ahogarse por la felicidad del joven general.

La procesión continua acercándose entre aplausos, gritos y clamor, Kirishima les revolvió los cabellos algunos de los jóvenes que veían la comida y la bebida como si nunca la hubieran tenido. Su mirada cálida llego hasta la mesa del faraón, y se posó directamente en Kacchan y él, sonriéndoles de la manera más vasta y natural.

Salto inmediatamente de la espalda de Kacchan, no le importo el decoro o moderación de los humanos alrededor del faraón, descendió de un salto del estrado real y corrió por el pasillo de miradas y personas. Anpu e Inpu se pararon perezosos, entonando melodías con sus cadenas de oro, Inpu se dedicó a seguirle el paso a su amo, mientras que el otro colosal chacal solo recostó su gran quijada en las piernas del faraón dejando el resto de su cuerpo a su alrededor.

Izuku, se embriagó con el abrazo y los giros en el aire con los que fue recibido por Kirishima, era su amigo y lo había extrañado tanto. Envolvió los brazos en el calor reconfortante del chico musculoso. –Yo también te extrañe Izuku– se jacto sin bajarlo de sus brazos.

Soltó una risa burbujeante y real, todo el castillo cobraba vida con la llegada del descarado chico. –Waaaaah, pensé que moriría solo de aburrición en este gigantesco castillo– murmuro, sin esfuerzos por descender al suelo.

–Eres un mocoso, ¡yo estuve acampando en la mitad del desierto! ¡Todo por tu culpa, ni creas que lo he olvidado!– señalo mientras intentaba no ser derrumbado por el peso del chacal en sus espaldas, que le prodigaba lametones babosos en la cara.

Katsuki contemplo la interacción de ambos desde su lugar en el estrado real, estrecho la mirada, y fulmino al par de cabezas huecas, que daban tan atroz e indigno espectáculo. Se levantó aireado golpeando con el puño cerrado la mesa, sin importarle las copas derramadas. Con pasos aireados acorto la distancia ante la comitiva, rompía el protocolo pero a tomar por culo el protocolo.

Los recién llegados se hincaron ante la cercanía de su rey, aunque el joven  feliz y atosigado por un Dios, y su perro solo le regalo una sonrisa en saludo condescendiente. –¡Anda faraón, ordénales a este par que me dejen en paz para poder arrodillarme!– menciono en sus alegres tonos.

Al ataque se sumó con gusto Anpu, que logro derribarle, cayendo de espaldas con Izuku en su abdomen entre cantarinas risas, el sonido limpio y celestial parecía meterse bajo la piel, recorrer dulcemente los tímpanos de todos los presentes, calentando el pecho de la muchedumbre sin esfuerzo.

La risa jovial de ese dulce niñito peliverde era algo a lo que Katsuki podría coger fácilmente un gusto secreto.

Alzo desde las axilas al chiquillo peliverde, dejando su mano envuelta en la parte posterior de sus piernas, dando el soporte necesario para cargarlo, mientras su otra mano se extendía en una invitación para que su amigo se levantara. Hoy no tenía ganas de jugar al "magnánime grandioso e intocable faraón"

–Ustedes dos basta de ser tan lamentables idiotas– rezongo con irritación drenada en cada silaba, al son que la sonrisa de muchos dientes de Kirishima le indicaba palabras que le joderían la cabeza por mucho tiempo.

Camino sin molestarse en dejar que Anubis anduviera sus propios pasos, después de todo tal menudo idiota era un peso que podía fácilmente llevar entre sus brazos.

Y no era por celos, que lo condenaran a luchar cada noche contra la gran serpiente del mal Apep, si fuera eso. 


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Sorry. Morí, pero reviví (? 
Y ahora de vacaciones volveré actualizar constante uwu 

La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora